Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





¿QUÉ CLASE DE SIERVO SOY?

Domingo 19 noviembre 2017

Mateo 25,14-30.

Carlos Pérez B., pbro.

 

Jesucristo ha cambiado de interlocutores. En los capítulos del 21 al 23 de san Mateo se estuvo confrontando con los sumos sacerdotes, ancianos del sanedrín, fariseos, herodianos, saduceos. A partir del capítulo 24 y en este 25, está hablando con sus discípulos, los está instruyendo y preparando porque los va a dejar aparentemente solos una vez que muera en la cruz y resucite. En estas enseñanzas nos sentimos nosotros como destinatarios directos.

El talento era una medida greco romana. En tiempos de nuestro Señor valía entre 20 y 25 kilos de plata. Era una cantidad exagerada de dinero. A partir de esta parábola, la palabra ‘talento’ ha venido a significar, primero cada uno de los dones que Dios nos concede, y luego, las cualidades de cada uno de los seres humanos. Así se usa decir que una persona tiene talento para tal o cual cosa. Pero los creyentes leemos toda nuestra vida en clave de don. Tener cualidades para algo no es lo más importante, porque si alguien es bueno o muy bueno para algo, la verdad es que nadie se ha dado una cualidad a sí mismo, desde que nacemos traemos diversas cualidades y aptitudes. Lo que cada uno tiene que hacer es cultivarse, ejercitarse, para sacar provecho de lo que Dios le ha dado.

Ya escuchamos lo que hizo cada uno de los siervos con los talentos que recibieron de su amo. ¿Con cuál de estos siervos nos identificamos cada uno de nosotros? Los dos primeros, independientemente de la cantidad que recibieron, le sacaron provecho a los talentos recibidos. Pero el tercero, sin importar si recibió sólo un talento, fue y lo enterró para no arriesgar. Con los dos primeros, el amo se muestra muy contento, pero con el tercero se muestra sumamente severo, tan severo que hasta los mismos biblistas se sorprenden si no está exagerando Jesucristo al presentarnos una imagen de Dios Padre que no corresponde a la imagen que ha presentado a lo largo del evangelio, o una imagen de sí mismo como un juez condenador y castigador.

Independientemente si así van a ser las cosas en el juicio final, nosotros debemos quedarnos con la enérgica llamada de atención que nos hace el Maestro. El cristiano, la cristiana es aquella persona que produce frutos con los dones que Dios le concede. Nuestro Señor no nos está invitando a ser buenos negociantes, eso lo sabemos de antemano. No es el dinero el fruto que Jesús espera de nosotros. No. Lo que Jesús espera de nosotros está bien plasmado en los santos evangelios: obras de justicia y caridad, conversión, apostolado, transformación de nuestro mundo en ese reino que Dios tiene proyectado. Jesucristo nos adelanta lo que serán sus palabras de recibimiento en el día definitivo: "Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor”.

Debemos de trabajar para que todos nuestros católicos sean personas que produzcan frutos de reino, porque la verdad, nuestra religión se parece más al siervo que enterró su talento para no correr riesgos.

Nuestra vida cristiana no puede reducirse a un portarse bien, no pelearse, no decir malas palabras, rezar, tener devociones, actos de piedad. Para quienes piensan así, son las palabras de nuestro Señor: "Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará”  (Lucas 17,33). Nuestra religión cristiana no es una religión de encerrarse en una pretendida salvación personal. O sales a salvar a este mundo, o te pierdes a ti mismo, y contigo, este mundo también se pierde. Antiguamente se pensaba que un buen católico o católica era aquella persona mustia que no quebraba un solo plato; que se encerraba en su casa, y de su casa al templo; que no tenía que ver con nadie, por lo que no se metía en problemas.

Pero Jesucristo nos dice hoy que no entierres los numerosos talentos que Dios te ha concedido, que des fruto, que te arriesgues. Recordemos lo que decía el Papa Francisco hace unos dos años: "Prefiero una Iglesia accidentada por salir, que enferma por encerrarse”.

 

 

 

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