Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     




ESTAR ALERTA Y PREPARADOS

Domingo 3 diciembre 2017

Marcos 13,33-37.

Carlos Pérez B., pbro.

 

Estamos empezando el tiempo litúrgico del adviento; es el tiempo de vivir de cara al acontecimiento más grande de toda nuestra historia y todo el devenir de nuestro universo. Pensemos en los miles de millones de años que han transcurrido. Si la encarnación del Hijo de Dios, y todos los años que vivió en la carne en este mundo, es un misterio tan grande, de qué tamaño y qué tan seria y tan honda debe ser nuestra preparación para celebrarla y vivirla.

El mismo nuestro señor Jesucristo es el que, con la Palabra que hemos escuchado, nos dice cómo debe ser nuestra vida a la espera de su venida en la plenitud de los tiempos. En este capítulo 13 de san Marcos, leemos varias y diversas instrucciones que les ofrece Jesucristo a sus discípulos estando frente al templo de Jerusalén. Les habla de la destrucción de ese grandioso templo que están mirando con admiración. Pero más le interesa dejarlos bien preparados para las pruebas que se les avecinan, en su ausencia física. Escuchen bien: la intención de Jesús no es atemorizarlos, él no quiere dejar a unos discípulos miedosos, aterrados; todo lo contrario, les hace estas advertencias, nos hace también a nosotros estas advertencias porque quiere que los creyentes vivamos con firmeza nuestra fe, en medio de tantas tribulaciones que vive todo mundo.

Les habla de las señales que van a tener que enfrentar y vivir constantemente: guerras, suplantadores del Mesías con engaños, cristos falsos; les habla de terremotos, persecuciones, grandes tribulaciones, muerte, señales cósmicas. ¿Cuál debe ser la actitud del verdadero creyente ante todas esas señales? ¿El encerramiento en el culto y la devoción? ¿Lo mágico? ¿La mirada cerrada ante el acontecer del mundo? Desde luego que no. Y lo que Jesús nos enseña en este capítulo, especialmente en el pasaje que hemos escuchado hoy, es lo que debe ser nuestra vida y nuestro caminar hacia el encuentro con Jesucristo nuestro Salvador, el Salvador del mundo.

Este año nos toca vivir el adviento litúrgico más corto: tres semanas y un día. Quiero recordar y seguir haciendo este llamado: el adviento litúrgico dura sólo unas semanas, pero nuestra vida cristiana es un adviento permanente, vivimos a la espera del encuentro con el Señor, caminamos hacia él que viene a nosotros. Cada día hemos de vivir lo que hoy nos enseña el Maestro.

"Miren que no los engañe nadie” (v. 5).

"Cuando oigáis hablar de guerras y de rumores de guerras, no se alarmen”  (v. 7).

"Miren por ustedes mismos; los entregarán a los tribunales, serán azotados en las sinagogas y comparecerán ante gobernadores y reyes por mi causa, para que den testimonio ante ellos” (v. 9).

"Cuando los lleven para entregarlos, no se preocupen de qué van a hablar… no serán ustedes los que hablarán, sino el Espíritu Santo” (v. 11).

"El que persevere hasta el fin, ése se salvará” (v. 13).

"Si alguno les dice: "Miren, el Cristo aquí’ ‘Mírenlo allí’, no lo crean”  (v. 21).

"Estén atentos y vigilen… velen… ¡Velen!” (v. 33-37).

El adviento litúrgico es la oportunidad para que retomemos todos esos llamados que nos hace Jesús. Y no sólo para que los vivamos en estas semanas, sino para que así sea toda nuestra vida cristiana: una permanente vigilancia, un estar atentos, abiertos a las señales que nos hablan de la visita del Señor; porque él viene a cada momento y no nos damos cuenta si estamos despistados. Y sobre todo, estemos atentos y vigilantes a las señales de nuestro mundo porque nos queremos preparar nosotros y preparar a toda la gente para la plenitud de los tiempos, los tiempos de la salvación de Dios.

¿Será necesario recordar lo que hacemos cada año? Yo creo que sí, hay que hacerlo siempre para que no nos dejemos atrapar por este ambiente navideño mundano. No somos enemigos del mundo, todo lo contrario, pero no nos dejemos envolver en sus compras y consumos, en sus superficialidades. Denle un poquito de tiempo a esas cosas, pero que nuestro corazón se dedique intensamente a la oración, al sacramento, a la escucha de la Palabra, al ejercicio de la caridad con los más necesitados, al discernimiento de las señales que va presentando nuestro mundo, etc.

 

 

 

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