Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     




PARA VIVIR EN EL AMOR NOS CREÓ DIOS

Domingo 7 de octubre 2018, 27º ordinario

Marcos 10,2-16.

 

Carlos Pérez B., Pbro.

 

Estamos en el camino a Jerusalén. Ya Jesús nos ha anunciado dos veces su pasión, su muerte y resurrección, es decir, su abajamiento por la salvación de esta humanidad. Nosotros batallamos para entrar en su comprensión, y se lo hemos demostrado a Jesús y a nosotros mismos con hechos, como los que nos relata san Marcos: la resistencia de Pedro ante su primer anuncio y la del monte de la transfiguración, la discusión sobre quién es el mayor, el autoritarismo prohibitivo de los discípulos, etc.

Este encuentro de hoy de Jesús con los fariseos es parte de este camino. Los fariseos preguntan por el derecho del hombre a repudiar a su mujer. No sabemos si sólo eso les preocupa. A Jesucristo, en cambio, lo que le preocupa es ¿una ley eclesiástica, el matrimonio como institución, la familia, las personas? Habría que precisar más esto. Podemos decir que todo eso le preocupa a Jesús sin lugar a dudas, pero en este pasaje concreto nos hace falta precisar. Y no estamos por hoy en posibilidades de hacerlo. Nos falta mucho reflexionar este pasaje. Así nos lo ha hecho ver el papa Francisco con su documento de hace dos años ‘Amoris Laetitia’, sobre el matrimonio y la familia.

Los fariseos no le preguntan a Jesús si está permitido el divorcio civil o eclesiástico. El divorcio en sentido moderno es algo que no estaba dentro de su mentalidad. El divorcio moderno se da entre dos personas libres y en sus plenos derechos. Entre los judíos de los tiempos de Jesús, el hombre era el único que tenía derecho a echar fuera a su mujer. La mujer carecía completamente de este y de otros muchos derechos.

Jesús, muy en su pedagogía, les lanza otra pregunta: ‘¿qué les ordenó Moisés?’ Debemos de fijarnos que Jesucristo no pregunta si Moisés les permite o no el repudio. Este se da por hecho. Lo de Moisés es un mandato. Ellos suponen que el hombre tiene derecho a repudiar a su mujer, por lo que Moisés les ordena, para proteger a las mujeres, que los repudiadores les extiendan un libelo de repudio, es decir, un documento que acredite que la mujer ha sido repudiada por su marido, y que por ese documento ella tiene la posibilidad de ampararse con otro hombre. Moisés les da este mandato porque de lo contrario las mujeres se verían más desamparadas de lo que de por sí estaban: o se quedaban abandonadas, sin posibilidades de abrirse camino, condenadas a vivir de la limosna, o exponerse a ser apedreadas por adúlteras si las veían con otro hombre.

Los judíos en tiempos de Esdras y Nehemías, tomaron la decisión, porque así creyeron que venía de parte de Dios, de expulsar a las mujeres extranjeras con quienes se habían casado incluidos los hijos que habían tenido con ellas. Qué duro, ¿no es así? (Ver Esdras 10,3).

Nuestro señor Jesucristo sale más en defensa de la mujer que el mismo Moisés: ‘No, no se vale aventar a la mujer a la calle, si te la llevaste, quédate con ella’. Esto hay que entenderlo en aquel contexto en que Jesús lo expresa. Y Jesús va más allá, nos plantea el ideal del matrimonio: ‘desde la creación del ser humano "Dios los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.

¿Cuándo podemos hablar de esta unión sagrada entre el hombre y la mujer? La Iglesia dice que cuando se celebra como sacramento. No es Jesús el que lo establece, sino la Iglesia que así lo discierne. Porque la verdad es que la Iglesia no lo dice de la unión libre, aunque ya tengan hijos, ni del matrimonio civil. La Iglesia sí acepta el divorcio en estos dos últimos casos.

Debemos preguntarnos: ¿de qué estaba hablando Jesús? Cómo no viene él a decírnoslo físicamente como en aquel tiempo, así saldríamos de dudas, porque no creemos nosotros que Jesucristo estuviera imponiendo una ley que a la postre se fuera a convertir en una esclavitud, en un tormento, en un infierno, en un detrimento físico y espiritual para las personas. Jesucristo no es discípulo de Moisés, la escuela de Jesús es completamente diferente. Con Jesucristo nosotros siempre debemos estarnos preguntando, ¿qué es lo mejor para las personas, para el presente y para el futuro?

Las primeras comunidades cristianas se dieron varias respuestas, por eso debemos leer Mateo 19, quien contempla una excepción a esta regla, o 1 Corintios 7, etc.

Al menos dos conclusiones podemos sacar por el momento:

Si la dureza del corazón ha llevado a muchas personas a equivocarse de pareja, ¿seguiremos empeñados en que lo suyo fue una unión sacramental? La Iglesia responde en algunos casos que no, que ese matrimonio fue inválido.

La formación de las nuevas generaciones, en la casa, en la catequesis infantil, en la pastoral de jóvenes ha de ir encaminada a que cada uno se tome muy en serio eso de encontrar a la pareja adecuada, a la media naranja. El verdadero cristiano no es inmediatista, no se deja llevar por las apariencias, por el deseo sexual; el verdadero cristiano (a) responde al llamado de Dios. El matrimonio y la familia es una verdadera vocación. Dios nos creó y nos llama a hacer familia y comunidad en el amor, no en el amor egoísta sino en el amor gratuito como es el amor de Dios.

¡Jóvenes, no se tomen el noviazgo y la relación sexual a la ligera, son cosas sagradas! (Pero aquí entre nos hay que pensar que si se equivocan, pues entre todos vamos a ver cómo enmendamos sus caminos, no con leyes sino mirando el bien de las personas).

 

 

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