DIOS NO ES UN DIOS DE MUERTOS SINO DE VIVOS
Vigilia pascual, domingo litúrgico 8-9 abril
2023
Mateo 28,1-10. (Leamos Juan 20,1-29).
Carlos Pérez B., Pbro.
Estamos
celebrando y viviendo que una vida tan maravillosa como la de Jesús, el Hijo de
Dios hecho carne, no haya terminado en la muerte. De lo contrario, no tendría
sentido estar luchando por un mundo nuevo para todos los seres humanos, un
mundo de vida como Dios lo quiere, de justicia, de paz, de amor, de fraternidad,
el reino de la gracia y de la salvación.
Jesucristo
manifestó con toda claridad y contundencia, cuando los saduceos le preguntaron
sobre la resurrección, que Dios no es un Dios de muertos sino de vivos (ver
Mateo 22,32). ¡Bendito sea Dios! Jesucristo, mediante su Espíritu, sigue
adelante con este programa de vida para todos los seres humanos, a pesar de las
resistencias de estos últimos. Jesucristo continúa abriendo caminos de vida a
partir de lo hondo de los corazones de quienes se van haciendo discípulos de su
reino, y éstos, van sembrando vida, felicidad, consuelo, salud, salvación,
gracia, a partir del Evangelio de Jesús, del Evangelio que es Jesucristo mismo.
¿Es
ésta la práctica de la Iglesia toda? Lamentablemente no, porque también
nosotros estamos entrampados en los procederes del mundo, procederes de poder y
de dominio como ídolos de pies de barro, de propiedad, de ambición de dinero,
de egoísmo (de Ego), de consumismo, de búsqueda del placer y diversión producto
de la indiferencia ante las necesidades de los demás, procederes de muerte, a
fin de cuentas. Todos tenemos que comprometernos en el conocimiento de Jesús,
en el amor de y a Jesús, en el seguimiento de sus pasos. Construir una Iglesia
como una institución administradora de servicios religiosos no es
definitivamente nuestra prioridad. Esto ha sido simplemente embonarnos a los
mecanismos de nuestro mundo. La prioridad de Jesús es la salvación de este
mundo, así como lo vemos a él en los santos evangelios: derrochando vida y
gracia a su paso, salud y salvación, amor y misericordia, perdón y
reconciliación profunda, espiritualidad y no carnalidad.
San Mateo, como también lo consigna san Marcos, nos dice que Jesús le manda decir a los discípulos, por medio de las mujeres que se habían encontrado con él, que se vayan a Galilea, que allá lo verán. Debemos preguntarnos, por ello, por qué precisamente allá. Esto quiere decir que le echemos una mirada retrospectiva al evangelio. Galilea son los milagros, las enseñanzas, los encuentros de Jesús con las muchedumbres, el llamado de Jesús a seguirlo, en fin, el anuncio del reino de Dios, la buena noticia para los pobres, los pecadores, todos los que son conscientes que precisan de la misericordia de Dios. Galilea es esa nueva realidad provocada por Jesús.