Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





LA CASA DE TODOS

Domingo 5° de pascua, 7 mayo 2023

Juan 14,1-12

 

Carlos Pérez B., Pbro.

 

El pasaje evangélico de hoy está tomado de la última cena. San Juan y su comunidad acogieron y conjuntaron en el ambiente de la última cena, diversas enseñanzas de Jesús, de las más importantes. En este tiempo de pascua (y cada domingo) volvemos a esta cena pero ahora con una óptica de resurrección. Es el Señor resucitado el que nos congrega alrededor de su mesa, como su familia, como sus hermanos, esos por los que él ha dado la vida, incluso nos reúne para enviarnos a toda la humanidad, para que vayamos a congregarlos en torno a esta mesa, la mesa de la fraternidad, la mesa de la inclusión. Ésta es la cena universal, no la de los que quisiéramos creernos buenos, sino la cena en la que todos somos invitados, convocados, gratuitamente por Dios.

Cómo quisiéramos tener aquí a todos, sentados a su mesa, para que Jesús nos siga hablando desde su corazón a nuestro corazón, desde las profundidades de su espíritu al nuestro. El evangelista san Juan le dedica varios capítulos a esta cena, del 13 al 17: en esta cena Jesucristo nos lava los pies, porque sigue siendo el servidor por excelencia, nos deja el mandamiento nuevo del amor, nos habla de la casa del Padre, se presenta a sí mismo como el camino, la verdad y la vida, nos prepara para recibir a su Santo Espíritu, manifiesta su íntima comunión con el Padre y con sus discípulos (esos que lo vamos a negar y a abandonar a la hora de la verdad).

(Los invito a que repasemos en nuestra lectura personal estos cinco capítulos en ambiente de oración).

"En la casa de mi Padre”, dice Jesús, hay lugar para todos. Jesucristo trae esta clave en el corazón: la casa del Padre, la familia en la que hay lugar para cada quien, ‘cada quien con su taburete’, dice un canto centroamericano. En estos pocos versículos se menciona doce veces la palabra ‘Padre’. Era la mentalidad judía de aquel tiempo, y Jesús es parte de su mundo cultural. Ahora, sin intención de alterar el texto del evangelio, muchos comprendemos que Dios es Padre y Madre. Y así nos remite Jesús a esta bella imagen, la casa de Papá-Mamá Dios. Así es, Jesucristo nos está hablando de la casa de papá y mamá. La casa paterna es la casa materna. De hecho la primera casa donde fuimos recibidos cuando Dios nos llamó a la existencia fue el vientre de mamá, los meses más plácidos y felices de nuestra vida con toda seguridad. Por eso pegamos de chillidos cuando dejamos esa casa. Luego nos recibieron mamá y papá en una casa de paredes y techo. Es la casa que sigue siendo la casa del cariño y de los cuidados, ¿dónde se nos trata así? ¿en dónde nos sentimos tan en confianza y tan relajados si no es en la casa de mamá y papá?; es la casa de la gracia, es decir, de la gratuidad, nada se nos cobraba; la casa de la educación y formación en todos los aspectos, donde crecimos hasta hacernos jóvenes, adultos y cristianos. Cuando nos referimos al mundo con la palabra ‘casa común’, estamos diciendo el ideal con que nos creó Dios Padre-Madre, la casa del amor, de la gratuidad, de la igualdad, de la paz. No hay papá o mamá que se atrevan a decir que quieren más a un hijo o hija que a otro, a no ser que se trate de un enfermito. Y sí, cuando en una familia uno de los miembros es un discapacitado, todos le ponen una atención especial. Así ha de ser nuestro mundo. Eso celebra el Maestro con nosotros en cada eucaristía.

No dejemos de lado que algunos excluidos, en situación de calle, o miembros de una familia desintegrada, no han vivido esta experiencia a la que tiene derecho todo ser humano. La inclusión fue la obra realizada por Jesús desde Galilea, a todos los que accedieron a entrar. Sí llamó a la conversión a las personas, pero nunca les cerró la puerta. Estas palabras valen no solamente para después de nuestra muerte, sino para ahora. La casa del Padre es la obra de Jesús. Podemos pensar también en la Iglesia, casa y escuela de comunión. Jesucristo comenzó a formar esa familia (iglesia) a partir de los pobres. Y en el momento de su partida no deja de insistir en esa clave para entender toda su obra. ¿Cómo llegar, cómo acceder a esa casa, cómo hacer de este mundo la casa de Dios? Siguiendo los pasos de Jesucristo, viviendo su vida, él es nuestro camino. Él es el que hace esta casa, esta familia de Dios. Jesucristo es el Camino para la plena realización de todo ser humano. Jesucristo, lo decimos repetidamente, es la Verdad sobre el ser humano, la verdad sobre la creación, la verdad sobre Dios. No hablamos en términos devotos o cultuales, sino existenciales. Más aún, Jesucristo es la Vida plena para este pobre mundo de muerte. Esto es lo que hemos de testimoniar nosotros los cristianos como una convicción profunda: ¿Por qué buscan la vida en tantas cosas que sólo nos destruyen? ¿El Ego, el dinero, el poder, el consumo? En este pobre de Nazaret que murió crucificado como un delincuente, encuentra esta humanidad su profunda búsqueda de la vida y la felicidad. Jesucristo resplandece como el ser humano universal. En él brilla la Vida.


 

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