Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





LA RELIGIÓN O ESPIRITUALIDAD DE JESÚS

Domingo 10° ordinario, 11 junio 2023

Oseas 6,3-6; Mateo 9,9-13.

 

Carlos Pérez B., Pbro.

 

Qué importante y necesario es que los católicos conozcamos a Jesús tal como lo encontramos en los santos evangelios, y no nos quedemos con tantas imaginaciones que nos hemos hecho de él. Lo que hace él, y como lo hace él, es propiamente nuestra religión. Nos cuenta san Mateo, que al bajar del monte de las bienaventuranzas, se encontró con un leproso al que tocó con su mano (Mateo 8,3). Luego, sanó a distancia al criado de un centurión romano, quien resulta que tenía más fe que hasta sus mismos discípulos que temen por su vida en la tempestad (Mateo 8,26). Más adelante realiza otros dos milagros: purifica a dos personas endemoniadas en tierra de paganos y cura a un paralítico.

Es necesario contemplar a Jesús en sus andanzas para darnos una idea de que él no llama a este publicano llamado Mateo para enviarlo al seminario o al convento, sino para que camine con él, entre los marginados, los excluidos, los que verdaderamente necesitan de él. Su religión no es el rezo o la devoción, sino ser salud y salvación en medio del pueblo.

Así lo vemos pues en el evangelio de hoy. El llamado de Jesús es "sígueme”. La mayoría de nuestros católicos han sido educados y sostenidos por nosotros, los jerarcas de la Iglesia, en una religiosidad light (lait), ligera, sin forma, en un catolicismo meramente nominal. A ellos y a nosotros nos resulta muy cómoda esta religiosidad eventual (de eventos sociales con ropaje de religiosos): que el bautismo, que la boda, la quinceañera, el funeral. ¿Y Jesús? Él nos invita a seguirlo, pero no sabemos qué es eso.

Seguir a Jesús es comprometerse con él en la construcción del reino de Dios para toda esta humanidad, empezando por nuestro círculo cercano. Estamos llamados a trabajar por crear una sociedad de paz, de fraternidad, justicia, de salvación, misericordia, amor, etc., como Dios entiende todo eso; tal como Jesucristo fue realizando a cada paso esa bella realidad. Por eso, podemos entender que Jesús nos llama a seguirlo, a colaborar en su obra, a entrar en la espiritualidad del seguimiento de Jesús.

Al contemplar la escena de Jesucristo viviendo en comunión con los pecadores, nos cuestionamos la manera como hoy en día vivimos nuestro ser Iglesia. Para los judíos, compartir la mesa era entrar en comunión con los comensales, no sólo comer sino convivir, por eso lo criticaban los fariseos. ¿Dónde quedaba el mundo para ellos? Al margen. Este comportamiento de Jesús nos lleva a nosotros los católicos, los clérigos, a revisar nuestra vida y nuestro trabajo pastoral. Los más católicos vivimos un mundo paralelo en relación con el resto de la sociedad. Bueno, hay que decir y reconocer que todos vivimos inmersos en este mundo: compramos, nos divertimos, comemos, nos vestimos, usamos los mismos aparatos electrónicos que toda la comunidad humana. Y sabemos que las gentes viven muchos problemas, económicos, sociales, personales, sanitarios, familiares, políticos, laborales, de inseguridad. Pero debemos preguntarnos ¿cómo somos buena noticia de salvación para todos ellos? ¿Solamente estamos juntos pero no revueltos?

Jesús nos enseña: "Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”, y éste es un mandamiento suyo para nosotros. Para empezar, para ser buena noticia para los pecadores, hemos de encontrar maneras de darles a conocer a Jesucristo tal como lo encontramos en los santos evangelios. Sería un buen paso, pero sólo es el punto de partida. Hay que dejar obrar a Jesucristo en nosotros, en nuestras comunidades. Que la gente tenga acceso en nosotros, de manera palpable, a la gracia de Dios, a su salud, la reconciliación, la luz del Espíritu Santo que los lleve a vivir con más claridad sus luchas de cada día, sus confusiones, sus desorientaciones; ayudarnos a crear una sociedad distinta. Esto no es un programa accesorio de nuestra fe, sino lo más propio de ella. Dos veces en el evangelio según san Mateo, Jesucristo cita las palabras lapidarias del profeta Oseas: "misericordia quiero, no sacrificios” (Mateo 9,13 y 12,7). Así es, nosotros, también pecadores como los demás, hemos de acercarnos a todos de manera compasiva, misericordiosa, no moralista. ¿No vemos esto en Jesús? Hemos de interesarnos en sus vidas y abrir cauces de salud y salvación junto con todos.

Perdonen la insistencia: la religión de Jesucristo es la misericordia, no el culto. Son dos religiones o dos acentos distintos de nuestro catolicismo. La religión de los sacrificios es la de los judíos, y también de muchos católicos: que le rezamos a Dios, que le ofrecemos tantas cosas y celebraciones. La religión de Jesús es vivir la misericordia con los enfermos, los paganos, los pobres, los sufrientes, los pecadores (todos lo somos), ¡los malandros, los que están atrapados en el crimen organizado! Por eso no temamos en afirmar que la caridad es la parte más importante de nuestra espiritualidad, de nuestro ser Iglesia, de nuestro ser cristianos.


 

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