LA COMPASIÓN DE JESÚS POR LOS DESAMPARADOS
Domingo 11° ordinario, 18 junio 2023
Mateo 9,36 al 10,8.
Carlos Pérez B., Pbro.
Estando en el seminario,
recuerdo que una religiosa que nos impartía la materia de sociología nos
llevaba a los seminaristas a conocer las diversas realidades que viven algunos
pobres: los que acarrean y mueven cajas en el mercado, los macheteros que en
aquella esquina se asoleaban esperando que alguien los contratara, las familias
que vivían y sobrevivían pepenando material reciclable en los tiraderos de
basura, que en aquellos años estaban por el cerro grande. Confieso que nunca me
imaginaba que hubiera familias que habitaran en los basureros. Es una
experiencia que revivo cada vez que visito enfermos en condiciones deplorables,
abandonados; cuando los veo en la calle empujando su carrito de mercancías; con
las madres solteras, madres de un discapacitado; las y los que han perdido un
hijo o ser querido en este ambiente de extrema violencia, los que claman por un
desaparecido, aquella familia que se vino de la sierra desplazada por este
mismo ambiente de inseguridad ("ya no queda nadie en el pueblo”, decían).
Siempre que paso por esta página del evangelio, se me vienen a la conciencia.
Hay
otra imagen del seminario que me viene a la mente. Las catequistas llevan a los
niños a conocer a los seminaristas y el edificio del seminario. Y dice uno: más
bien los seminaristas deberían ser llevados a conocer las realidades de
nuestros pobres. Si sienten la compasión que sentía Jesucristo por los
desamparados, es que sí tienen vocación.
Generalmente los
predicadores ponemos atención al llamado y envío de los doce, también pasaje
evangélico de hoy. Pero no debemos pasar por alto esa mirada profunda y
compasiva de nuestro Maestro: "al ver Jesús a las multitudes,
sentía compasión por ellas porque estaban extenuadas y desamparadas, como
ovejas sin pastor”.
Jesucristo
no se quedaba inerme ante esas realidades. Bien nos habla el evangelio de san
Mateo de las diversas actividades de Jesús: enseñar, proclamar la buena nueva
del reino, sanar de toda enfermedad y dolencia. Pero también siente la
necesidad de enviados a realizar su misma tarea. Este envío es un don de Dios
Padre. Hasta en eso cumple Jesús su labor de Maestro, en enseñarnos cuál es el
origen de la salud y la salvación y cómo hemos de suplicar con toda humildad
que sea él el que envíe.
Como
Maestro, pues, enseña a sus discípulos a poner la necesidad de enviados
(discípulos misioneros) en las manos del Padre: "pidan al Dueño de la mies…” Faltan enviados para tantas carencias:
catequistas de niños y de jóvenes, sacerdotes y religiosas, apóstoles
campesinos, indígenas, obreros, apóstolas feministas, apóstoles de los derechos
humanos, apóstoles de la salud, apóstoles que despierten la caridad en el resto
de los católicos y demás seres humanos, apóstoles de esta nueva manera de ser
Iglesia.
Jesucristo
les dio poder a sus enviados para curar a los leprosos y demás enfermos; a
resucitar a los muertos y echar fuera a los demonios, los envió como portadores
de la buena noticia del reino del amor, de la paz y la justicia de Dios para la
humanidad. No les dio poder sobre las personas, para dominar a los pueblos. Si
con el tiempo nuestra iglesia se ha empoderado, nombrando gobernantes,
dignidades y cargos honoríficos, si ha instituido, en algunos casos, lobos para
el rebaño, esto desde luego que es una completa distorsión del envío de Jesús.