Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





JESÚS NOS ENVÍA Y NOS ADVIERTE PERSECUCIONES

Domingo 12° ordinario, 25 junio 2023

Jeremías 20,10-13 y Mateo 10,26-33

 

Carlos Pérez B., Pbro.

 

El domingo pasado escuchamos en el evangelio, que Jesucristo, al tener enfrente a las multitudes, sentía compasión por ellas. ¡Cuántas cosas, historias, penas, problemas, cuántas vidas alcanzaba a ver nuestro Señor con esos ojos suyos tan penetrantes, con esa mirada tan profunda! Las veía como ovejas que no tienen pastor que las congregue, que las lleve a pastar, que las defienda de los lobos. Les decía yo que las veía como niños que se han quedado sin papás; como esas imágenes tristes de niños que viajan con sus papás migrantes, pero en uno de los tantos percances por los que atraviesan, se quedan sin ellos. Es por eso que Jesús realizaba tantos milagros, por eso le pide al Padre que envíe trabajadores para esas multitudes tan desamparadas, por eso él mismo envía a los doce a realizar los mismos milagros que él.

Para ese envío, Jesucristo les da varias instrucciones a sus discípulos misioneros: les da poder sobre los espíritus inmundos y para curar toda enfermedad y toda dolencia y que ejerzan ese poder gratuitamente; les pide que se dirijan a las ovejas perdidas de Israel, que proclamen que el Reino de los cielos está cerca. Les advierte que los envía como ovejas en medio de lobos, que sean prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas; les anuncia persecuciones: "los entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas; y por mi causa serán llevados ante gobernadores y reyes, para que den testimonio ante ellos y ante los gentiles… Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y serán odiados de todos por causa de mi nombre”. (Conviene que leamos el capítulo 10 de san Mateo).

Ante esas graves advertencias, Jesucristo quiere infundirnos ánimo y fortaleza para la misión. Primero nos asusta y luego nos anima: "no teman a los hombres”. Pero nosotros le podemos decir, que precisamente es lo que tenemos, miedo a este mundo, especialmente en estos tiempos de tanta violencia, con tantos asesinatos, tantos delitos que se cometen en la calle, en los lugares públicos. ¡Cómo no vamos a tener miedo! El mismo Jesús llegó a sentirse turbado interiormente y tentado a librarse de la terrible hora que le había llegado. Lo leemos en el evangelio según san Juan: "Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!” (Juan 12,27). Si él se sintió así, ¿qué se espera de nosotros? Por eso qué necesario es que pasemos una y otra vez por este pasaje, para que el Señor nos dé fortaleza con su Palabra, y con su ejemplo. Nunca vayamos a pensar que salir a misión para llevar su Evangelio a los demás, es como salir a vender pan caliente.

Lo más importante es que él está por nosotros. Esto no es suficiente que lo pensemos o que lo digamos, sino que nos vayamos formando, poco a poco, en esa espiritualidad, convencidos que lo de Jesús es la buena noticia de la salvación para todos.

Jesús nos habla aquí de transparencia. ¿Tiene que ver ésta con las dificultades de la misión? Pues debemos tomarlo como un llamado para darnos ánimo frente a los ‘falsos’ que se pueden levantar contra nosotros, como también para indicarnos que la transparencia es una marca de su buena noticia, algo que la hace tan diferente a los procederes de este mundo tan turbio. Es pues una condición para nuestra vida de Iglesia. Lo que precisamente nos falta. Yo me atrevo a comparar los procederes de nuestra Iglesia con los procederes de la política y de la empresa. Y es que el poder y el dinero están salpicados de agua sucia. Muchas cosas se manejan por debajo del agua, lo que protege a los que están arriba, a los que mandan. ¿No se da esto en nuestra Iglesia? No somos nosotros sino el mismo Jesucristo el que nos está marcando con esta nota que nos hace radicalmente diferentes del mundo, porque estamos movidos, no por intereses personales, sino por el Espíritu de Jesús. Permítanme repetir sus palabras que deberían escribirse con letras de oro en las curias romana y diocesanas, y en las oficinas parroquiales: "No hay nada oculto que no llegue a descubrirse; no hay nada secreto que no llegue a saberse. Lo que les digo de noche, repítanlo en pleno día, y lo que les digo al oído, pregónenlo desde las azoteas”. Por eso es tan necesario que todos en la Iglesia nos dejemos conducir por la Palabra del Maestro. La Iglesia en tantas cosas se conduce (nos conducimos) con tanta opacidad.

Por ejemplo, un sacerdote se casa, y la Iglesia quisiera desaparecerlo, ‘que nadie te vea donde te conocen’. En vez de asumir este caso de frente, frente a los fieles laicos, y tomar un camino evangélico. / O que un párroco salga porque ha tenido problemas en su parroquia. / O los casos de pederastia. ¿Por qué se ocultaron tanto tiempo? ¿Para que después nos explotaran en la cara? / ¿Cómo se elige a los obispos? Pues en cada diócesis nadie sabe. Y eso se presta a seguir los caminos del poder, de las influencias, de los intereses particulares. / Estos y tantísimos ejemplos. La Iglesia de Jesús ha de ser una Iglesia sencilla y transparente.


 

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