JESUCRISTO NO ES UNO MÁS DE NUESTROS TANTOS
AMORES
Domingo 13° ordinario, 2 julio 2023
Mateo 10,37-42.
Carlos Pérez B., Pbro.
Jesucristo
llamó a sus doce discípulos para enviarlos a las multitudes por las cuales él
sentía compasión, las veía como ovejas sin pastor, como niños que se han
quedado sin padres. Para este envío, que es desde luego una misión sanadora, no
conquistadora, Jesucristo les da diversas instrucciones: ‘no lleven esto ni
esto otro’, nos advierte acerca de rechazos, persecuciones e incluso el riesgo
de la muerte. Sobre aviso no hay engaño, decimos nosotros. No nos lo dice
nuestro Señor para desalentarnos sino al contrario, para fortalecernos. Nos
brincamos en esta secuencia los versículos 34-36 donde Jesús confiesa: "No crean que he venido a traer paz a la
tierra… sino espada”. Quizá la razón de este brinco sea que en el ciclo de
Lucas nos detenemos en ello, en el domingo 20° ordinario. Jesús es bien claro,
no adorna su ‘religión’ para hacerla atractiva, aunque es cierto que su
Evangelio sí es la mejor y única noticia de salvación para todo este mundo.
San
Mateo recoge aquí en el discurso misionero, como lo hemos escuchado, las
exigencias para ser discípulos misioneros suyos. Hay que tomar en cuenta que se
trata de una declaración que encontramos en varios pasajes evangélicos, es
decir, es una insistencia del mismo Jesús. Después del primer anuncio de la
pasión (Mateo 16), Jesucristo nos las repite, y así las encontramos en Marcos 8
y Lucas 9 y también 14, y de manera parecida, en Juan 12. Por eso, todos los
católicos hemos de pasar por estas páginas, en nuestras lecturas personales,
para darnos cuenta que seguir a Jesús es propiamente nuestra religión, nuestra
espiritualidad, nuestra vida cristiana. Esta religión de eventos (que la
quinceañera, que la boda, que el bautismo o la primera comunión) que tanto
gusta a tantos católicos, pues, por un lado está bien, porque la fiesta es
necesaria en nuestro camino de fe, pero lo fundamental es el compromiso que
hemos asumido o debemos asumir por Cristo, invitados a colaborar en su obra, en
la causa por la cual él ha dado su vida en la cruz, por la cual él nos ha
dejado el Evangelio cargado de tantas enseñanzas y señales milagrosas que hacen
palpable la llegada de su reino.
Jesucristo
nos llama y nos envía por amor a nosotros y por amor a las multitudes. Por eso
él nos habla aquí del correspondiente amor nuestro hacia él. No somos nosotros
los que hacemos la comparación, es que se trata de una decisión determinante.
¿Amas más, o de manera más real a algunas personas que a Jesús? En el último
capítulo del evangelio según san Juan, Jesucristo interroga a Simón Pedro de
manera muy personal: "Simón de Juan, ¿me amas más que estos?”
¿Qué
significa esto? Se trata de que Jesús quiere provocar en cada uno de nosotros
una decisión profunda por seguirlo. Así concluyen las tres veces que Jesucristo
le lanza la pregunta a Pedro sobre su amor al Maestro: "Sígueme”. Jesucristo no quiere ser una mera devoción en nuestra
vida, un slogan, un nombre que se repite, una marca exterior en nuestra vida de
fe. Jesucristo quiere, y eso es la salvación para nosotros y nuestro mundo, que
hagamos nuestro su proyecto de vida, su persona, su revelación como algo
absoluto, no secundario o periférico. Si amas más a cualquiera de tus seres
queridos que a Jesús, entonces no eres verdaderamente cristiano. Jesucristo no
puede ser uno más de mis tantos amores. Y eso es lo que hacemos ordinariamente
los católicos: traemos a Jesús en una medalla, en un crucifijo, en algún rezo,
pero no su Persona en el corazón y en toda nuestra vida. Jesucristo determina
toda mi vida, me da identidad, le da sentido a toda mi existencia y a todo
nuestro mundo.
Que
nuestro amor por Jesús no se quede en el aire. Escuchémoslo cada día en los
santos evangelios, dejemos que nuestra vida se vaya poniendo en sintonía con
toda su persona.
Cuando
uno es propiedad de Cristo por el amor, entonces Cristo se identifica tanto con
uno, que lo que nos hagan a nosotros sus enviados, en realidad es a Cristo a
quien se lo hacen. Si las gentes nos reciben a nosotros como a sus enviados, es
a Cristo a quien reciben. Si un vaso de agua fresca nos dan, es a Cristo a
quien se lo dan. Si nos reciben con malas palabras, con desprecios o con
golpes, es a Cristo a quien se le recibe así. Es que no vamos de parte nuestra.
No andamos vendiendo nada que sea de nosotros, no andamos pidiendo para
nosotros, andamos trabajando para Cristo. Y todas las atenciones que se nos
brinden en calidad de enviados de Cristo, ciertamente no se quedarán sin
recompensa. Y ese testimonio podemos dar quienes tenemos décadas en el
ministerio de Jesús: cuántas satisfacciones, no monetarias, hemos recibido, de
manera que nos damos y quedamos como bien pagados, más que pagados. El solo
cariño y respeto de la gente de nuestras comunidades, es algo invaluable.