LA GRACIA DE CONOCER A JESUCRISTO
Domingo 14° ordinario, 9 julio 2023
Mateo 11,25-30.
Carlos Pérez B., Pbro.
Qué
bello pasaje nos toca escuchar ahora. En esta breve oración, Jesucristo se
describe a sí mismo.
Primero,
pues, lo vemos y escuchamos en esta oración breve, sencilla y muy aterrizada.
En otros lugares de los santos evangelios lo vemos orando en silencio, en
lugares solitarios, prolongadamente: "Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al
atardecer estaba solo allí” (Mateo 14,23). En otras ocasiones Jesús nos enseña
a orar, a solas en el cuarto, con pocas palabras: "cuando vayas a orar, entra
en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí,
en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Y al orar, no
hablen mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser
escuchados” (Mateo 6,6), o
nos pide que hagamos oración insistente: "Pidan y se les
dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá… ¡cuánto más su Padre que está
en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!” (Mateo 7,7). Nos enseña la
oración del "Padre Nuestro”. Les dejo de tarea que busquen en los evangelios
estas otras oraciones que Jesús pronuncia verbalmente: en el huerto de los
olivos (Mateo 26,42); al resucitar a Lázaro (Juan 11,41); días antes de su
pasión (Juan 12,27); en la última cena (Juan 17,3).
En
el pasaje de hoy, Jesucristo nos enseña, con su ejemplo, a orar. El de Jesús no
es cualquier rezo. Nosotros sólo sabemos pedir para nosotros (disculpen la
pedradita): que nos saque de algún apuro, que les brinde seguridad a los hijos,
que nos dé salud. Jesús bendice aquí al Padre por la gente que lo seguía, la
que tenía enfrente de sí: los pobres, los ignorantes, los pecadores, los
ninguneados, ese mundo al que él mismo pertenecía. A nosotros nos resulta más
fácil (no sé si lo acostumbremos) alabar a Dios por las maravillas de la
naturaleza, que son tantas; o por las alegrías personales o familiares. Pero
debemos aprender de Jesús a alabarlo porque hace maravillas en la gente pobre,
por la fe de un enfermo, por los niños del catecismo, por los obreros y
campesinos, por los indígenas, por la gente sencilla que ya ha tomado la Biblia
para estudiarla, para escuchar a Dios en su Hijo Jesucristo. A esta gente,
Jesucristo la traía en el corazón: los veía "vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9,36).
Segundo,
si en otras ocasiones vemos a Jesús muy exigente, como el pasaje del domingo
pasado, o regañón, como los versículos anteriores a este pasaje ("se puso a
maldecir a las ciudades en las que se habían realizado la mayoría de sus
milagros, porque no se habían convertido: "¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti,
Betsaida! ...” (Mateo 11,20), ahora lo escuchamos muy consolador,
muy dulce, pacífico; partidario de aquellos por quienes el mismo Padre ha
tomado partido; porque ha ocultado ‘estas cosas’ a los sabios y estudiados y se
las ha revelado a la gente sencilla (a los pequeños). ¿Por qué a ellos?, nos
preguntamos nosotros. Porque así le ha parecido bien al Padre. ¿A qué cosas se
refiere Jesús? Al conocimiento del Padre y del Hijo. ¿Hay que acudir a alguna
universidad para conocerlos? Claro que no. Los pequeños y los sencillos son los
que tienen acceso a ese conocimiento. Y nosotros tendremos ese acceso si nos
hacemos pequeños. En otro evangelio dirá Jesús que conocer al Padre y al Hijo
es no sólo la vida y la felicidad, sino la vida eterna (ver Juan 17,3).
¿Vivimos nosotros el conocimiento de Dios como una gracia y una gran alegría?
Tan convencidos estamos que queremos que este mundo nuestro conozca a Dios, en
sus tres personas, él es su salvación.
Y
la siguiente, ¿acaso no es la invitación que hemos de llevar a todo mundo? "Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo
les daré alivio”. Claro que no es una mera frase. Hemos de conocer a
fondo a Jesús en los santos evangelios para hacerles llegar la fuerza de Jesús
a todas esas personas agobiadas por tantas cosas que tiene nuestro mundo. Hemos
de vivir primero nosotros la paz, la fortaleza, la alegría de Jesús para
contagiarlas a todos. Si nos hiciéramos humildes, como Jesús, nos quitaríamos
mucho peso de encima. Este mundo considera la humildad y la mansedumbre como
defectos. Este mundo nos quiere soberbios, orgullosos, cada quien dueño de sí
mismo. Y, sin embargo, la virtud es todo lo contrario. Nuestro Señor las vivió
siendo el Hijo de Dios, y así es gracia y salvación para todo mundo.