Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     




SER BUENA TIERRA PARA EL REINO

Domingo 15° ordinario, 16 julio 2023

Mateo 13,1-23.

 

Carlos Pérez B., Pbro.

 

No fijemos nuestra mente solamente en la parábola. Fijemos primero nuestra mirada y corazón en Jesucristo, nuestro Maestro. Él está a la orilla del mar de Galilea, sentado como un simple galileo. Ahí se le aglomera la gente, en esta ocasión no por sus milagros, sino para escucharlo como a maestro de pueblo, al igual que estamos nosotros ahora, en este siglo XXI escuchando vivamente a Jesús. No está entre escribas y doctores de la ley, sino con los pobres, con los ignorantes, pescadores, amas de casa, niños; los que ya conocemos. Es tanta la gente que él se ve precisado a subirse a una barca para tomar distancia y hacerse oír por los de más atrás. En esta ocasión no se encuentra en una sinagoga. Desde luego que no está en una iglesia, sino a la intemperie. Qué mejor iglesia que la que hacía él mismo con la gente.

El domingo pasado escuchamos que el evangelista nos decía que Jesucristo bendecía al Padre porque daba a conocer sus misterios, es decir, el conocimiento de Dios y de su Hijo a la gente sencilla, a los pequeños. Pues las parábolas de Jesucristo no son discursos académicos, teológicos, que sólo los entendidos y estudiados pueden comprender. Al contrario, todo mundo, aunque no haya vivido en el campo, entre siembras y cosechas, puede entender. Porque se tienen macetas, plantas en los jardines, árboles. Todos tenemos acceso a una plantita de chile, de tomate, a un árbol de higos, duraznos, moras, chabacanos, etc. Jesucristo, admirablemente, recoge la vida ordinaria de la gente para hacerla aparecer como una buena noticia, sí, una buena noticia de salvación.

En este capítulo 13, san Mateo nos ofrece dos explicaciones de Jesús acerca del porqué de sus parábolas: los versículos 10-15, y 34-35. Jesucristo nos revela los misterios de Dios, los misterios de su reino, por medio de parábolas para que se mantengan ocultos a los sabios y entendidos, pero en el caso de los sencillos, esas narraciones tan simples les permiten adentrarse en esos misterios. Dichosos, nos llama Jesús. Dichosos los que entramos al santo Evangelio y nos encontramos con este Maestro que nos habla, que forma nuestra vida, que nos abre a la esperanza, que llena de Dios nuestro corazón.

Jesucristo no se detiene a explicar casi ninguna de sus parábolas, la mayoría las dice y supone que se entienden muy bien, al menos sabemos que son muchas las aplicaciones que se hacen de ellas a nuestra vida, siempre en la óptica y la espiritualidad del Reino. Pero aquí nos encontramos dos que Jesús sí nos explica: la del sembrador, que es la de ahora, y la del trigo y la cizaña, que es la del próximo domingo.

Si Jesús nos explica la parábola del sembrador, qué nos queda a nosotros sino acentuar lo que él mismo dice. La semilla que cayó en el camino son todos aquellos que oyen la Palabra de Dios, o llamadas relacionadas con ella, invitaciones, sugerencias, invitaciones a la conversión, al cambio de vida, pero como se dice ordinariamente, ‘les entra por un oído y les sale por el otro’. Esa semilla ni siquiera germina. No pensemos que se refiere a los paganos, a los no creyentes, sino a nosotros, católicos religiosos que nos aferramos a nuestro yo y somos un terreno tan duro como el camino.

La semilla que cayó entre las piedras, son todos aquellos que acogen la Palabra con entusiasmo y las invitaciones relacionadas con ella, pero como carecen de raíz, pues a las primeras de cambio, sucumben y no permanecen. Son los que no tienen ni generan convicciones de raíz, los que se dejan mover de un lado para el otro, los que no soportan las contrariedades de la vida; los que se dejan mover por la moda, de un lado a otro, no tanto en el vestir, sino hasta las modas eclesiásticas: si no se tiene raíz profunda en Jesucristo el del evangelio, un día eres de avanzada, otro día eres retrógrada. ¡Cuántas de estas gentes produce esta sociedad tan superficial, exteriorista, consumista! Por eso la evangelización ha de ir tendiente a crear convicciones en las personas a partir de la escucha de la Palabra de Jesús. El solo rezo y devoción no nos lleva a que la Palabra eche raíces en nosotros.

La semilla que cayó entre los espinos, dice Jesús, son todos aquellos que reciben la Palabra pero las influencias del mundo, las malas amistades, el amor al dinero, las redes sociales malas (algunas con apariencia de religiosas), el afán por las diversiones, los desvían de la auténtica escucha de la Palabra de Jesús y toman otro camino, la esterilidad en cuestión del Reino.

Por la gracia de Dios hay muchas gentes, sobre todo en esta renovación de nuestra Iglesia, que ya se están acercando a la Sagrada Escritura, a los santos Evangelios, y la Palabra empieza a dar frutos de vida, no de mera devoción, en algunos el 30 por uno, o el 60, o el ciento por uno. En esto de dar fruto, Jesucristo es nuestro modelo, qué vida tan fructífera para esta humanidad.


 

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