Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





EL DISCÍPULO ES BUENA SEMILLA DEL REINO

Domingo 16° ordinario, 23 julio 2023

Mateo 13,24-43.

 

Carlos Pérez B., Pbro.

 

En este capítulo 13, san Mateo reúne 7-8 parábolas de nuestro señor Jesucristo. El domingo pasado escuchamos la parábola del sembrador y su consiguiente explicación por el propio Jesús. Ahora escuchamos tres parábolas más, pero Jesucristo sólo nos explica la segunda, la del trigo y la cizaña, a petición de sus discípulos. Y a nosotros nos hubiera encantado que nos las hubiera explicado todas. Pero con la clave que nos da en las dos primeras, podemos entender todas las demás.

Seis de las ocho parábolas comienzan con esta frase: "El reino de los cielos es semejante”. La parábola del sembrador no comienza con esa frase pero bien nos dice Jesús que la semilla es la Palabra del Reino. Y en la octava, también menciona claramente de qué está hablando: "todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante…” Por eso decimos que toda la enseñanza de Jesús, todos sus milagros, todo su ministerio, toda su vida y su entrega de la vida, gira en torno a ese proyecto de Dios Padre llamado "Reino”, el proyecto de transformar de raíz a esta humanidad para que llegue a ser la creación que Dios está fraguando paulatinamente desde su corazón.

Quiero repetirlo de esta manera: la religión de Jesús no son propiamente los rezos, las persignadas, las devociones o actos de culto, sino la transformación de nuestro mundo, la transformación de los corazones de todos los seres humanos, como Dios los quiere. Y si ésta es la religión de Jesús, ¿por qué los cristianos no entramos de lleno en esta espiritualidad y en esta actividad? Nos estamos tardando. Nuestra oración y celebraciones debemos ponerlas al servicio del reino, pero generalmente sustituyen nuestra militancia por el Reino.

Con los pies bien puestos en este suelo, y desde luego que también con el corazón bien puesto en su realidad, que es la triste realidad de todos los tiempos, Jesucristo nos describe admirablemente esa lucha, esa tensión en que vivimos los seres humanos. Quiero aclarar que muchas veces se dice que no hay que dividir este mundo en buenos y malos, porque todos tenemos algo de malo, pero Jesús no se deja llevar por frases sino por esa mirada objetiva, compasiva, respetuosa de la realidad, sin encerrarse en el mundo de las ideas. Jesucristo ve lo que todos nosotros vemos: Así como hay sabios y entendidos en contraparte con los pequeños y la gente sencilla, también hay que reconocer que en este mundo hay personas muy buenas (todos las conocemos en los barrios, en las comunidades del campo. Yo puedo mencionar a infinidad de estas personas, por su nombre), así también las hay que son, aunque sea temporal y circunstancialmente, malas de corazón, ya sea en las familias, en nuestros entornos laborales y vecinales, en nuestras ciudades, en la política, en el ámbito eclesiástico. No es nuestra intención ni, desde luego, la de nuestro Señor, el catalogar, o el ponerles un impreso indeleble en su ser a estas personas, como se hace en muchos ambientes, sino más bien el de ayudar a que cada quien tome conciencia, se identifique como guste: ¿eres hijo de las tinieblas o quieres ser hijo de la luz? ¿Te gusta hacer sufrir a otros o ayudar a los demás? ¿Quieres ser ciudadano del Reino, o prefieres ser cizaña, partidario del maligno? ¿Te gusta inducir a otros al pecado, te gusta ser malvado, o te inclinas por brillar en el Reino del Padre? En estas preguntas, tomadas de la misma redacción de Jesús, expresamos la invitación a todos los seres humanos a convertirse en semillas que den frutos de Reino, que sean útiles a la sociedad y a la Iglesia, para la salvación de todos los seres humanos.

Una cuestión más, no es sólo que nosotros queramos, sino que nos dejemos hacer por el mismo Espíritu de Jesús, para que seamos y hagamos las cosas en el mismo estilo de Jesucristo. ¿Cuál es? Desde la pequeñez, desde abajo, desde lo poco, desde la pobreza, desde la humildad. Jesucristo es la pequeñísima semilla de mostaza que produce una cosecha del tamaño del Reino: el que nació en el portal de Belén, el predicador ambulante, el rechazado en la cruz como un delincuente. Ahí está la salvación del mundo.

En la parábola de la levadura expresa claramente Jesucristo que hemos de ser fermento de la justicia de Dios para la masa del mundo.


 

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