Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





CONOCER A JESUCRISTO LO ES TODO, LO DEMÁS ES NADA

Domingo 17° ordinario, 30 julio 2023

Mateo 13,44-52.

 

Carlos Pérez B., Pbro.

 

El de hoy es el tercer domingo en que nos detenemos en esta enseñanza de Jesús en parábolas, Mateo capítulo 13. Jesucristo nos está hablando de un misterio muy grande como es el proyecto del Padre de hacer nuevas todas las cosas, incluidas a las personas, para que este mundo, esta humanidad llegue a ser en verdad la creación que esté de acuerdo a su santa voluntad, el reino de la paz, de la justicia, del amor, de la libertad, en el que estén incluidos todos los seres humanos, sin exclusión alguna.

El discurso de Jesús no son mandamientos y leyes que se imponen sobre los seres humanos. La de Jesús es una enseñanza atractiva: ¿quieres ser parte de este reino? Dios te lo ofrece gratuitamente.

Repasemos las ocho parábolas de este capítulo: la del sembrador (la palabra del reino que cae sobre diversos terrenos), la del trigo y la cizaña, de la semilla de mostaza, la levadura. Y las de hoy: el tesoro escondido en un campo, la perla preciosa, la red y el padre de familia.

Para acoger más vivamente las parábolas de hoy, que entre cada quien a su corazón. ¿Hay alguna cosa que se te haya metido a la mente y te hayas apasionado por ella? Puede ser un aparato celular, una tableta, un automóvil, una casa, un vestido… posiblemente una muchacha-muchacho (con el-la que te quieres casar o que ya te hayas casado, muy enamorado-a). El reino de los cielos se parece a eso, nos dice Jesús. El verdadero-verdadera cristiana es aquel que se encuentra con Jesucristo, cara a cara y se deja cautivar, entusiasmar tanto por él que se atreve a hacer todo a un lado por quedarse con él.

En la Iglesia hemos descuidado esto que es el inicio, la base de toda nuestra vida cristiana. ¿Apoco Jesucristo nos llama a vivir esta religión light, ligera, aguada, sin forma, sin seriedad que estamos viviendo el noventa y tantos por ciento de los católicos? Claro que no. Veamos el ejemplo de aquellos primeros discípulos y discípulas. Simón y Andrés dejaron las redes y se fueron con Jesús. Lo mismo hicieron Santiago y Juan, y las mujeres: "Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo” (Mateo 27,55).

San Pablo se encontró con Jesucristo y fue tal el impacto que esa persona causó en él, que toda su preciada vida judía se le vino abajo: "Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Filipenses 3,7).

El beato Antonio Chevrier decía radicalmente: "conocer a Jesucristo lo es todo, lo demás es nada”.

No hablemos de unos súper héroes, sino de seres humanos tan comunes como nosotros, unos pescadores, unas mujeres pobres, un publicano, un tejedor de tiendas de campaña, un sacerdote sin brillo humano que decía de sí mismo: "Señor, si tienes necesidad de un pobre, ¡aquí estoy yo! Si tienes necesidad de un loco, ¡aquí estoy yo!” (V.D. 122).

Por eso invitamos persistentemente a todo mundo, no a que ‘lea’ los evangelios diariamente, sino a que escuche habitualmente y conozca a esa Persona tan fantástica, maravillosa, cautivante que es Jesucristo. Sólo es cristiano, cristiana quien se enamora de Jesucristo y se deja hacer por él. Jesucristo no nos quita nada, al contrario, él nos hace humanos, nos hace personas, nos hace creyentes.

El mismo Jesucristo es un ejemplo viviente para nosotros: él hizo girar todo su ministerio, toda su vida, en torno al Reino de su Padre, por amor a esta humanidad. Nada se reservó para sí mismo, se entregó todito entero para la salvación del mundo.

A nuestro Maestro, que es todo inclusión, sabemos que no quisiera dejar fuera a nadie de su reino, pero valga la parábola de la red que nos sirva como una advertencia y una invitación a la conversión.

Y, permítanme decirlo de esta manera: ‘todo católico que se instruye en el evangelio del reino, se parece al verdadero discípulo que saca de su religión las cosas antiguas que son válidas y las cosas nuevas’.


 

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