UN HOMBRE LLENO DEL ESPÍRITU QUE PARECE QUE NO
TOCA EL SUELO
Domingo 19° del tiempo ordinario, 13 agosto 2023
Mateo 14,22-33.
Carlos Pérez B., Pbro.
El domingo pasado, en esta lectura continuada
que venimos haciendo por el evangelio según san Mateo los domingos del tiempo
ordinario, nos tocaba repasar el milagro de los panes. No lo hicimos por la
fiesta de la transfiguración del Señor, que cayó en domingo y tenía sus propias
lecturas. Por esta razón me permito retomar ese milagro para valorar mejor la
escena de hoy.
Jesucristo, nos dice el evangelista, se enteró
de la muerte de Juan bautista. Esto lo llevó a buscar un lugar solitario. Su
intención era retirarse a orar, seguramente para recoger y asimilar este grave
acontecimiento que presagiaba su propio destino, la cruz. Las gentes del poder
disponen de la vida de los que se entregan por el bien de los demás, y que ellos ven como una amenaza a su poder.
No consigue, en un primer momento, estar a
solas con sus discípulos, porque la gente se da cuenta y lo siguen por tierra,
a pie, de modo que, al desembarcar, se encuentra Jesús con la multitud y se
pone a curar a sus enfermos (san Marcos 6, en este mismo pasaje, nos dice que
se puso a enseñar muchas cosas; y san Lucas, que se puso a hablarles del reino
de Dios). Jesucristo les da a probar, de manera palpable, esa realidad
fantástica llamada Reino: la multitud vive la gratuidad de Dios, la abundancia
de la gracia, todos comen y por igual. Es el milagro de todos los días, como
nos hace ver Jesús en el sermón de la montaña: (desde hace miles y millones de
años) "su Padre celestial los alimenta”
(Mateo 6,26); a todas sus criaturas. Seguramente hoy día, los más egoístas dirían
que el de Dios es un reino populista, porque nada saben ni están dispuestos a
practicar la gratuidad.
Una vez vivida esta experiencia formidable,
Jesús despide a la gente y embarca a sus discípulos para que se vayan sin él a
la otra orilla del lago, quedándose él a pie. Subió al monte a orar, como era
su propósito inicial. Jesucristo permaneció en oración desde el atardecer hasta
la madrugada. No confundamos la oración profunda y prolongada, contemplativa,
con la recitación de muchas palabras, a la que Jesús no es muy afecto (vean
Mateo 6,7).
¿Qué contemplamos enseguida? A un hombre lleno
del Espíritu, entero, firme, que parece que no toca el suelo. Los discípulos,
que no viven la oración como Jesús, se llenan de terror cuando lo ven en la
penumbra. La barca se ve sacudida por las olas y el viento que les es
contrario. Jesucristo les parece un fantasma. Como nosotros que le tenemos
tanto miedo a la oscuridad, a los ruidos, a las sombras. Es nuestra conciencia.
Y Pedro exhibe su flaqueza intentando caminar como Jesús. Pero no tiene su
entereza. No tiene la fe ni la espiritualidad del Maestro. Este reclamo de
Jesús a Pedro es también para nosotros: hombres y mujeres de poca fe, ¿por qué
dudamos?
¿Quién no ve en este pasaje nuestras mismas
inseguridades, falta de fe que viven los discípulos? Ante tantos problemas que
tiene la vida, en la familia, en el trabajo, en la calle, en la sociedad, todos
hemos de recomendarnos nutrir nuestra fe con la espiritualidad de Jesús. Las
condiciones externas pueden seguir siendo las mismas, como de hecho lo eran
para Jesús, el viento y las olas. Pero con un espíritu fortalecido, se viven de
manera distinta.
A todos los católicos les hemos de hacer este
insistente llamado: alimentemos nuestra espiritualidad con la Palabra de Dios:
¿cuánto tiempo le dedicas a escuchar a Jesús en los santos evangelios? ¿Lo
haces todos los días?
¿Vives la Misa cada domingo sentado a la mesa
de Jesús?
¿Qué tanto tiempo diario le dedicas a la
oración en silencio, contemplativa?
¿De qué manera vives la caridad, el servicio,
el apostolado?
Si lo hacemos, seremos, como dice Jesús en el
sermón de la montaña: "todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como
el hombre prudente que edificó su casa sobre roca” (Mateo 7,24).