Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





¿SOMOS UNA IGLESIA Y SOCIEDAD INCLUYENTE?

Domingo 20° del tiempo ordinario, 20 agosto 2023

Mateo 15,21-28.

 

Carlos Pérez B., Pbro.

 

Para apreciar mejor este milagro de la curación-purificación de la hija de la mujer cananea, incluso para captar el verdadero fondo de la discusión, hay que ir unos versículos antes. Nos dice el evangelista que se le acercaron a Jesús unos fariseos y escribas venidos de Jerusalén para preguntarle: "¿Por qué tus discípulos traspasan la tradición de los antepasados?; pues no se lavan las manos a la hora de comer”. Tomemos en cuenta que toda pregunta sobre los discípulos, va dirigida también al maestro de ellos, porque es su educador.

La respuesta de Jesús es verbal, en un primer momento, y luego existencial, en la vida. Son ellos, los judíos más estrechos de mente, los que en realidad traspasan los mandamientos de Dios con sus tradiciones humanas que se trasmiten unos a otros. Les dice: "Hipócritas, bien profetizó de ustedes Isaías cuando dijo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres”. Enseguida aborda la polémica: ¿qué es lo que contamina al hombre? No es lo que entra en la boca sino lo que sale del interior del corazón: "las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias”.

La segunda parte de su respuesta a la pregunta es el pasaje de hoy. Jesucristo sale del país de Israel y se va a los poblados de la orilla del mar Mediterráneo, tierra de paganos. A éstos, los judíos los consideraban gente contaminada, sucia, perros o cerdos, con los cuales no había que juntarse ni interrelacionarse. Y esa es la actitud que refleja nuestro Maestro, en un primer momento, cuando se le acerca esta mujer pagana para pedirle que tuviera compasión de ella.

En san Mateo, más que en san Marcos, resalta el comportamiento estrecho, típicamente judío de nuestro Señor. Y la verdad es que nos extraña, si no es que nos escandaliza, a la luz de todo su evangelio. Primero se hace el desentendido, la ignora por completo y ni siquiera le dirige la palabra. Son los discípulos los que le ruegan que la atienda. Y la respuesta de Jesús a ellos, pero que seguramente escucha la mujer, es, de nueva cuenta, por de más estrechamente judía: "No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. Y le podríamos preguntar nosotros: entonces, ¿por qué te sales del país, qué andas haciendo acá, entre los contaminados? En un tercer momento, ella se postra delante de Jesús para rogarle, con una exclamación que a cualquiera le conmueve las entrañas, como todos los gritos y lágrimas de las que son madres: "¡Señor, socórreme!”. La respuesta de Jesús a este ruego, nos escandaliza aún más. "No está bien quitarles el pan a los hijos” (así se consideran los judíos a sí mismos, como nosotros, los hijos predilectos de Dios). Y uno se imagina que un padre o madre de familia en verdad no le quitaría a ninguno de sus hijos el bocado para tirárselo a los perros o gatos de la casa. Repito, los extranjeros son considerados perros, cerdos, en la mentalidad de los judíos. Y se nos viene de nuevo a la mente la pregunta de Jesús: ¿qué es lo que hace que las personas sean puras o impuras? Lo que hay en su corazón. ¿No es tu raza, tu religión, tu cultura? La respuesta final del Señor, nos deja tranquilos pero también profundamente cuestionados: "mujer, qué grande es tu fe”. Los judíos no consideraban creyentes a las mujeres, mucho menos a los paganos. Si nosotros somos católicos estrechos o miembros de la jerarquía, debemos quedar más que escandalizados. Esta mujer no recitó el credo como nosotros lo recitamos, y, sin embargo, el Maestro la considera creyente. Jesucristo ni siquiera la interrogó sobre el Dios verdadero, sus actos de culto, su participación en las asambleas de los ‘creyentes’, y resulta ser más creyente que nosotros.

A la luz del Evangelio, muchas cosas tenemos que cambiar en nuestra Iglesia y en nuestra sociedad. En la Iglesia debemos cambiar nuestras consideraciones sobre las mujeres, las familias ‘desintegradas’, los laicos, los no católicos, los ‘alejados’. Y en nuestra sociedad, debemos cambiar nuestra mentalidad en relación con los indígenas, la gente del campo, los migrantes, los pobres, las mujeres, las personas sin escolaridad.

La obra de Jesús es la inclusión. Salgamos de nuestro estrecho mundo mental y religioso.

 

Se antoja abordar el duro reproche-denuncia que les dirige Jesús a los fariseos y escribas: "así han anulado la palabra de Dios por seguir su tradición”, porque eso hacemos nosotros con tanta frecuencia, en la Iglesia. Como no conocemos o no tomamos en serio la Palabra de Dios, seguimos nuestras costumbres, tradiciones y ritos como si fueran de institución divina. Leamos este reproche en Marcos 7,6-13 donde lo encontramos con más amplitud y fuerza.


 

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