LA RADICAL GRATUIDAD DE DIOS
Domingo 25° del tiempo ordinario, 24 septiembre
2023
Isaías 55,6-9;
Mateo 20,1-16.
Carlos Pérez B., Pbro.
¿Cuántas parábolas de Jesús recuerdan ustedes? Se antoja esta y otras
preguntas como trabajos bíblicos que podemos realizar en este mes de la Biblia.
Hay muchas comparaciones que él utiliza y algunas puede ser que ni las contemos
como tales. En sus parábolas, Jesucristo nos habla de Dios, de su reino, del
proyecto de hacer todas las cosas nuevas, hacer nueva a esta humanidad en
tránsito, porque todavía no es lo que Dios quiere que seamos. No las veamos
como historietas folklóricas, entretenidas. Son narraciones cargadas de la
sabiduría de Dios. Son la mejor manera de adentrarnos en los misterios de Dios.
La de hoy es un ejemplo de esto. Como creyentes, como discípulos,
nosotros abrimos los oídos, la mente, el corazón obediente a la Palabra de
nuestro Maestro. ¿Qué nos parece esta parábola? Así es el reino de los cielos.
¿Nos parece bien que sea así? ¿Nos gusta?
Dios es este propietario de la viña que sale a contratar trabajadores a
diversas horas del día. Para todos hay trabajo. Así es en nuestros tiempos. Hay
imágenes que me vienen a la mente con esta parábola. Los "macheteros” que se
juntaban ahí donde ahora está el Pasito, calles Aldama y 27ª, y los
contratistas llegaban con sus camionetas y subían a los que ellos querían.
También recuerdo a las y los pizcadores de chile en las huertas de Camargo.
Cada día se aglomeraban en un punto a la salida de la ciudad llamado "la
placa”, para que llegaran con sus camiones de carga para contratarlos y
subirlos. Un compañero sacerdote se contrató en una ocasión para vivir esa
experiencia, y llegó bien adolorido de la espalda a la casa. Lo que hace el
propietario de la viña es darle a cada quien el salario que necesita para llevarles
sus alimentos a su mujer y a sus hijos.
Si somos
contemplativos de la persona de Jesús, antes de fijarnos en su enseñanza, nos
extasiamos al ver cómo recoge la vida de las personas, de los más pobres, para
convertirla en buena noticia. Con esa mirada suya tan profunda alcanza a ver el
futuro tan distinto y tan bello que nos espera. Si nosotros, tan calculadores,
no somos capaces de hacerlo, él sí podrá realizarlo… aunque nos parezca mal a
algunos.
A cada trabajador le
dio su denario, al que llegó temprano y al que llegó más tarde. ¿Lo merecía
este último? Nosotros pensamos que no. O puede ser que pensemos que sí. Si
algunos políticos trabajan poco y se sirven con la cuchara grande, pues ya
estamos hechos a la idea que así deben ser las cosas, como los accionistas, los
que sólo mandan y no tienen necesidad de obedecer a nadie.
Pero si propusiéramos
una sociedad en que, a obreros, campesinos, maquiladoras, profesionistas,
políticos, empresarios, a todos les dieran un denario, como el dueño de la
viña, puede ser que pensemos que se trataría de una injusticia. Y sí, si no
estamos trabajados todos los seres humanos, ni siquiera los que nos decimos
católicos, aunque seamos clérigos, en la gratuidad de Dios sino en los cálculos
humanos, diríamos que una sociedad así sería un retroceso, iría a la quiebra,
no se promovería el progreso, los adelantos científicos, la economía perdería
su dinamismo, y hasta nos sobrarían muchos más argumentos y razonamientos.
Por eso escuchamos en
la primera lectura: "Mis pensamientos no son los
pensamientos de ustedes, sus caminos no son mis caminos, dice el Señor. Porque
así como aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los de
ustedes y mis pensamientos a sus pensamientos”.
Ya desde el sermón de la montaña, nos
había enseñado Jesús cómo es Dios su Padre: "para que sean ustedes hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol
sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mateo 5,45). Sólo un
contemplativo como Jesús es capaz de percibir la inmensa gratuidad del Padre
eterno. ¿No nos damos cuenta que el sol sale para todos de manera gratuita, y
la lluvia cae sin pasarnos la cuenta? ¿Y que Dios alimenta gratuitamente a sus
criaturas, y viste bellamente a las flores? (ver Mateo 6,26). Y eso a lo largo
de millones de años.
Nuestro trabajo de cara al
mundo y a la sociedad no es imponer dictatorialmente este proyecto de Dios,
sino evangelizar, para que todos vayamos entrando en la gratuidad de Dios más
allá de nuestros cálculos humanos tan egoístas. Por eso no debemos encerrarnos
en nuestros rezos y devociones.