Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     




EL GRANO DE TRIGO ES FECUNDO

Domingo 17 marzo 2024, 5° cuaresma

Juan 12,20-33.

 

Carlos Pérez B., Pbro.

 

Como escuchamos en el pasaje evangélico de hoy, a Jesucristo se le llegó su hora, es decir, el momento culminante para el cual había venido a este mundo, la entrega entera de la vida. No quiere decir que hasta este momento Jesucristo iba a entregar la vida, porque de hecho él la había venido entregando día tras día, entre los pobres de Galilea, con los enfermos, los pecadores, los impuros, incluso con sus adversarios los fariseos y escribas, a quienes constantemente, y de maneras enérgicas, estuvo llamando a la conversión, al cambio de una vida exteriormente muy religiosa a una vida de amor y misericordia para con los más necesitados. Se había hecho necesario que en este camino de dar vida a los de abajo, y a partir de ellos a todo mundo, él llegara a la cruz, porque en el enfrentamiento con los poderes de este mundo, ellos saldrían victoriosos y él, aparentemente, saldría perdedor, de todo a todo: de su vida, de su proyecto del reino, de su movimiento y de las ilusiones despertadas en esta pobre gente. Tanto él como sus relaciones y su espiritualidad novedosa serían un completo fracaso, humanamente hablando.

Sin embargo, Jesucristo hace una lectura sorprendente de su próxima muerte. ¿La vivió como un entero fracaso? Como gloriosa. Con dolor y angustia, sí. Él mismo lo expresa en este evangelio: "Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’?” En los otros evangelios leemos esta angustia en la oración del huerto: "Mi alma está triste hasta el punto de morir; quédense aquí y velen” (Marcos 14,34); "¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa” (trago tan amargo) (Marcos 14,36). Jesucristo sí sintió el miedo y la angustia tan humanamente naturales, como los sentimos nosotros. Pero decide vivir su pasión y muerte con entera decisión. Decía: "pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre”. Y en los otros evangelios: "pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Marcos 14,36).

¿Por qué dice: "Padre, dale gloria a tu nombre”? ¿Qué significa esto? Que la entrega de la vida es algo sumamente glorioso. Para todos los seres humanos es glorioso entregar la vida por los demás, por la salvación del mundo, por la salvación de los más débiles, pobres, marginados. Jesucristo se compara a sí mismo con una semilla. Qué fantástico ejemplo. Miren este elote, mazorca. ¿Cuántos granitos provienen de una sola semilla? Así de fecunda es la vida de Jesús, así de fecunda ha de ser la vida de todo cristiano, de todo ser humano. Y así lo viven muchos seguidores de Jesucristo, sus discípulos-discípulas, apóstoles. En cambio, lo contrario es vergonzoso, el apropiarnos de las cosas, de las personas, de nosotros mismos, como si fuéramos los dueños cada quien de sí mismo y de su entorno. Con esta óptica entendemos mejor la enseñanza de Jesús: "El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna”. Es muy cierto, el egoísmo, el egocentrismo, la egolatría, el narcisismo, el materialismo, el afán de poder, de prestigio, de honor, etc., son la perdición de nuestra humanidad entera.

Por ello, hemos de repetir esta insistencia: la salvación del mundo no es un acto de magia que viene a realizar Jesús, sino un camino de salvación; su pasión, muerte y resurrección son un camino de salvación.  Jesucristo nos invita a entrar en este camino suyo de salvación: "El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté también esté mi servidor”.

En los cuatro evangelios encontramos varias lecturas que hace el propio Jesucristo de su entrega de la vida. Por ejemplo, el domingo antepasado escuchábamos que hablaba de su cuerpo como un templo que sería destruido y vuelto a construir al tercer día. ¿Recordamos? O el domingo pasado que le decía a Nicodemo y a nosotros que tenía que ser levantado de la tierra como en la antigüedad Moisés levantó una serpiente de bronce para salvar a los que eran mordidos por las serpientes en el desierto. Él fue efectivamente levantado en una cruz, como se levanta una bandera de paz, por ejemplo, u otra señal de salvación. Así como éstas él nos hace varias lecturas o anuncios de su pasión, de su cruz y resurrección.

Cuando llegan con él unos griegos o paganos a buscarlo, es cuando comprende Jesús que le ha llegado su hora. Qué altamente significativo es este detalle. Es la universalidad de la obra de Jesús. Quizá se trate de una profecía del futuro de nuestra humanidad, cuando todos, los lejanos y los cercanos, nos pongamos a buscar a Jesús. Y lo vamos a encontrar en los crucificados, en los que ofrecen su vida por los demás, en los que viven su vida como él, por su causa que es la salvación de todos.


 

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