Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





JESÚS AMA A LAS PERSONAS Y DA LA VIDA POR ELLAS

4° domingo de pascua, 21 de abril de 2024

Juan 10,11-18

Carlos Pérez B., Pbro.

 

Estamos celebrando la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, litúrgicamente, a lo largo de siete semanas, cincuenta días, pero la vivimos existencialmente siempre. Toda la vida cristiana ha de desenvolverse en esta convicción: Jesucristo vive y continúa salvando, amando a sus ovejas, continúa dando la vida por ellas, que somos nosotros. El cuarto domingo de pascua, la Iglesia nos ofrece este tema del Buen Pastor en el capítulo 10 de san Juan. El año pasado escuchamos los primeros versículos del capítulo en los que Jesucristo se presenta como la puerta por donde entran las ovejas. Ahora escuchamos una frase cargada de ternura: "Yo soy el buen pastor”, pero también cargada de coraje, porque los dirigentes del pueblo judío eran todo lo contrario: "Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon”; "El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir”; "el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas”.

Así es, no endulcemos el evangelio ni la persona de Jesús; acojámoslo tan tierno como conflictivo como él se quiere mostrar. ¿Y por qué estaba Jesucristo tan cariñoso como enojado? Porque se había encontrado a un hombre, ciego de nacimiento, al que la religiosidad tan estrecha de aquellas gentes, no era capaz de tenderle la mano (así sucede en nuestros días). El pobre estaba a un lado del camino pidiendo limosna, arrumbado como si no fuera un ser humano, pero lo peor de todo, es que la gente más religiosa de su entorno, lo consideraba un pecador, porque pensaban, como lo expresan con tanta claridad los discípulos de Jesús: "Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?” (Juan 9,2), y más adelante, los magistrados judíos le echan en cara que es un puritito pecado y hasta lo expulsan de la comunidad: "Has nacido todo entero en pecado ¿y nos da lecciones a nosotros? Y le echaron fuera” (Juan 9,34).

Jesucristo, por su parte, había tomado a este ciego en sus manos, le abrió los ojos, le abrió el entendimiento, le abrió la boca para tuviera voz y pudiera defenderse, y finalmente le abrió el corazón a la fe. Toda una obra maestra la de Jesús. Como ya lo conocemos, Jesús tan cariñoso con los excluidos y tan implacable con los excluyentes. Este ciego es una persona pero también representa a todo el pueblo marginado con el que Jesús se solidariza y con el que actúa para transformarlo de raíz.

Ahora bien, esta parábola y la persona misma de Jesús, nos invita a revisarnos a nosotros, a cada ser humano, especialmente los que ejercen algún liderazgo, nos invita a revisar nuestra sociedad y nuestra Iglesia, nos mueve a cambiar en el modelo de él mismo, el Buen Pastor.

¿Qué es lo que nos mueve a nosotros? ¿El dinero, el poder, nuestras ideas, nuestros intereses y conveniencias o nuestra religión intimista, encerrada en nuestros egos? ¿O, como a Jesús, nos mueve el amor a las personas, la compasión? Repasemos uno a uno sus milagros, sus enseñanzas, sus encuentros con las personas y las multitudes, incluso sus conflictos con los dirigentes del pueblo.

En el mundo de la política, del comercio, de la cultura y las ideologías, ¿los líderes se mueven por el amor a las personas? Si así fuera, otro sería nuestro mundo y nuestra sociedad. Pero también mirémonos a nosotros los que nos decimos católicos y cristianos. Hay que darle gracias a Dios, por los apostolados y las obras de caridad que se realizan en la base de la Iglesia, quizá menos en nuestras esferas del poder. Pienso en las catequistas que aman a niñas y niños, en la pastoral juvenil, familiar, en Cáritas, en la pastoral de migrantes, en la pastoral campesina, indígena, pienso en los sacerdotes que ejercen su ministerio gratuitamente y por amor a las personas, los pobres, los enfermos, los que luchan por salir adelante, etc., etc. El Buen Pastor se prolonga, se actualiza, se palpa vivo en todos estos discípulos suyos.

Por otro lado, hay que decir que estamos llamados a vivir estas palabras de nuestro Señor: "conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor”. Ésta es nuestra religión, escuchar al Buen Pastor y vivir de acuerdo a sus enseñanzas.


 

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