LA ALEGRÍA DE AMARNOS UNOS
A OTROS
6° domingo de pascua, 5 de mayo
de 2024
Juan 15,9-17
Carlos Pérez B., Pbro.
El domingo pasado proclamamos
la parábola de la vid y los sarmientos. Jesucristo es la vid, el árbol que da
frutos, nosotros somos los sarmientos. ¿Cuál es la savia que recorre todo su
cuerpo hasta comunicarle vitalidad a sus sarmientos? El amor del Padre, la
vida, la alegría, para que demos frutos de salvación para el mundo. Así nos
traduce Cristo su parábola en el v. 9: "como
el Padre me ama, así los amo yo”. En la segunda lectura y en el evangelio
de hoy se menciona 9 veces en cada lectura la palabra ‘amar’ o ‘amor’. El
centro y lo propio de nuestra vida cristiana y de nuestra vida de Iglesia no es
el dogma, o la moral, o nuestros rezos o devociones, sino el amor del Padre.
La prueba de que Dios nos
ama es la entrega entera de la vida del Hijo por la salvación del mundo: "tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”
(Juan 3,16); "Nadie tiene mayor amor que
el que da su vida por sus amigos” (Juan 15,13). ¿Y cuál es la prueba de que
nosotros amamos a Dios? Si cumplimos sus mandamientos: "Si cumplen mis mandamientos,
permanecen en mi amor… Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando”. Si cumplimos los mandamientos de Jesús, quiere decir que no nos
quedamos en las palabras que se lleva el viento. Es que nosotros somos muy
ligeros para decir que amamos. Lo escuchamos en todos lados, en la tele, en las
canciones. Todo mundo ‘ama’. Y más fácilmente decimos los ‘creyentes’ que
amamos a Dios, que amamos a Jesucristo aunque ni siquiera vayamos a misa o
leamos los santos evangelios. Son palabras, no realidades.
¿Conocemos
los mandamientos de Jesús? Aquí menciona Jesucristo el mandamiento nuevo del
amor, pero hay otros mandamientos suyos que leemos en los cuatro evangelios que
confluyen todos en este mandamiento nuevo. Sus mandamientos no son cosas exteriores sino una corriente que recorre
a todos los que estamos conectados en él. No podía ser otro su mandamiento sino
el mandamiento nuevo del amor. Ya no son los diez mandamientos de la ley de
Moisés sino el mandamiento nuevo que nos deja Jesús, y lo decimos con toda
seguridad, porque el que ama, no puede hacerle daño a nadie sino el bien, tal
como lo vemos en Jesús, que por donde quiera que pasaba no hacía sino el bien y
era salvación para todos los que se encontraba, hasta para sus adversarios,
porque también a ellos los convocaba al amor de Dios. En los evangelios
sinópticos Jesús nos habla de amar a Dios por encima de todas las cosas, y a
nuestro prójimo como a nosotros mismos. En el pasaje de hoy nos llama a amarnos
unos a otros.
¿Cuáles otros mandamientos
de Jesús recordamos? "Sígueme, síganme”,
llamado que encontramos frecuentemente (Juan 1,39.43; 21,19); "Destruyan este Santuario y en tres días lo
levantaré” (en mi persona) (Juan 2,19); "tienes
que nacer de nuevo, de lo alto” (del Espíritu) (Juan 3,7); "Así quiere el Padre que sean los que le
adoren... en espíritu y en verdad” (Juan 4,23); y en otros lugares nos
manda amar a nuestros enemigos, perdonar hasta 70 veces siete, corregir
fraternalmente al hermano, salir a anunciar el evangelio, abandonarnos en la
providencia del Padre, que escuchemos sus palabras y las pongamos en práctica, que
tomemos el pan como su Cuerpo, etc., etc.
Jesucristo no es una mera
devoción, o una religiosidad para nosotros, no es un slogan, un nombre que
solamente se repite; creer en él no es una frase vacía. Él nos pide que lo
amemos, y la prueba de que nuestro amor es sincero y profundo, está en que
cumplimos sus mandamientos. Pero insistamos a todos los católicos: el que no
estudia a Jesucristo en los santos evangelios ¿cómo va a conocer sus
mandamientos? Y si no conoce uno sus mandamientos, ¿cómo los va uno a cumplir? Los
católicos podemos tener muchas otras prácticas devotas, está bien, pero lo
importante es conocer a Jesús y sus enseñanzas en los santos evangelios.
A tono con este pasaje
evangélico, tenemos que decir que cómo es importante que convoquemos a todos
los católicos a que nos vayamos integrando en pequeñas comunidades donde no solamente
recemos, sino que realmente vayamos creciendo en el amor, en el amor que nos
viene de Dios nuestro Padre, que se nos transmite a nosotros y que nos aglutina
como verdaderos hermanos. Y si nos amamos verdadera y profundamente,
gratuitamente, comprobaremos que esa vida es la vitalidad de Jesús y es nuestra
más grande alegría: "Les he dicho esto para que mi
alegría esté en ustedes y su alegría sea plena”. Las y
los católicos no hemos de vivir con cara triste, con cara de melancolía (como
hemos pintado a algunos santos), no hemos de vivir con cara de funeral, como
nos decía el Papa Francisco en su documento "Evangelii Gaudium” (# 10).
Cuestionémonos: a pesar de las tantas contrariedades, penas y desgracias que
tiene nuestra vida y nuestro mundo, ¿vivo feliz mi vida cristiana?