Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     




("Hay que leer y releer el Santo Evangelio, penetrarse de él, estudiarlo, saberlo de memoria, estudiar cada palabra, cada acción, para captar su sentido y hacerlo pasar a los propios pensamientos y a las propias acciones”. P. Antonio Chevrier. El Verdadero Discípulo, p. 227).

 

LLEVAR LA BUENA NOTICIA DE JESÚS A LOS DEMÁS

Domingo de Ascensión, 12 de mayo de 2024

Efesios 4,1-13; Marcos 16,15-20

Carlos Pérez B., Pbro.

 

Empiezo mi comentario con esta visión de conjunto para que vayamos creciendo en nuestro conocimiento de los santos evangelios.

San Lucas, en el libro de los Hechos de los apóstoles, nos presenta esta cronología: Jesucristo se estuvo apareciendo a sus discípulos durante 40 días después de resucitar, al cabo de los cuales subió a los cielos a la vista de ellos. Así lo hemos escuchado en la primera lectura. San Marcos, evangelio de hoy, también nos habla de la ascensión de Jesús. Pero el pasaje de hoy no es redacción original de este evangelista sino obra de un redactor posterior. El pasaje de todas maneras lo considera la Iglesia inspirado por el Espíritu Santo.

El número 40 es un número de plenitud, en la Biblia. Los otros evangelistas, tanto el mismo san Marcos, como san Mateo y san Juan, no nos hablan de la subida al cielo, en esos términos, sino de su presencia resucitada entre los discípulos. En san Marcos (16,7) Jesús nos envía a Galilea, para verlo ahí resucitado. San Mateo también nos envía a Galilea y ahí el mismo Jesucristo nos dice que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos (28,19). Y san Juan nos dice: "sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía” (san Juan 13,3), pero no nos habla de qué manera.

Los cuatro evangelistas ponen el acento en la misión, en el envío que les hace el Maestro. Este acento es el que hemos de vivir nosotros como parte integrante de nuestra vida cristiana personal y de nuestra vida de Iglesia.

Jesucristo el Hijo de Dios vivió entre nosotros, en ese Cuerpo que tomó de la virgen María, como unos 37-38 años. No conocemos su vida oculta mas que unos pocos datos que nos ofrece san Lucas cuando el niño Jesús tenía como 12 años. Lo que sí conocemos es su ministerio, los últimos años de su vida mortal. Jesucristo los vivió completamente entregado a la obra de la salvación de esta humanidad, a partir de los pobres y marginados de Galilea, obra encomendada por el mismo Padre eterno. No era un mero trabajo externo, sino una obra en la que Jesucristo puso toda su vida, todo su ser. Compartió la vida de los pobres, de los pequeños, de los de abajo; sanó a los enfermos, los cuales eran considerados como producto de sus propios pecados, por lo que nosotros concluimos que su curación era al mismo tiempo una profunda sanación interior, una transformación espiritual. Jesucristo salió a buscar a los pecadores para hacerles ver que Dios, el Padre de la misericordia, los amaba como a sus hijos, y que incluso este Padre lo era también de los extranjeros. Esta era, en pocas palabras, la obra y la persona de nuestro señor Jesucristo, la buena noticia para este pobre mundo, la realización del reino de Dios, proyecto salido de su corazón de Padre.

Al resucitar Jesús, su corolario, su conclusión no podía ser otra sino enviar a sus discípulos, a todos nosotros, a proclamar esa buena noticia a todo el mundo. Así lo acabamos de escuchar en la lectura evangélica: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”.

Permítanme decir esto para afianzar lo que debería ser nuestra vida de fe y que tardamos tanto en que nos ‘caiga el veinte’. Jesucristo no nos mandó a rezar, por importante que sea la oración en nuestra vida cristiana. Jesucristo no nos mandó para que le rindiéramos culto, cosa que nosotros hacemos porque lo amamos. Jesucristo no nos mandó, como cosa primera, a que fuéramos construyendo una Iglesia de ceremonias y liturgias solemnes; que desde luego que a nosotros nos sale celebrar su salvación.

Todo esto es parte de nuestra Iglesia, pero hay que poner las cosas en su lugar: Jesucristo resucitado nos mandó a predicar su Evangelio (Eu-angelion, buena noticia) a todo el mundo. ¿Lo hacemos? ¿Los católicos todos, tenemos clara esa conciencia de que es la tarea primordial que hemos recibido del mismo nuestro Maestro? No parece. Como que nos hemos dado a vivir una religión comodona, sin compromisos, sin esfuerzos, light, ligera, a nuestro gusto, no al gusto de Dios. Lo primero que tenemos que hacer es estudiar mucho, muchísimo los santos evangelios, al mismo Jesucristo como nos lo presentan los santos evangelios. Estudiarlos tanto para que luego los vivamos intensamente (lo que nos dice san Pablo en su carta los efesios) y así se los demos a conocer a todo nuestro mundo, como la buena noticia de su salvación.

Trabajemos por convencernos todos (no unos cuantos, sino todos los que formamos la Iglesia) de que somos enviados, discípulos-misioneros de Jesús… o no somos nada.


 

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