LAS MUJERES, ETERNAS
EXCLUIDAS E INFANTES
Domingo 30 de junio de 2024,
13° ordinario
Marcos 5,21-43
Carlos Pérez B., Pbro.
Este pasaje evangélico de hoy, tenemos que
entenderlo desde la clave que nos ofrece el mismo Jesucristo al comenzar su
ministerio de enseñanza y de milagros: la inclusión de los impuros, la
inclusión de los excluidos. Es la clave de nuestra labor evangelizadora, más
allá de encerrarnos en el culto. En la sinagoga de Cafarnaúm Jesús expulsa al
espíritu de la impureza que tenía poseído a un hombre, que impregnaba a la
misma sinagoga judía de los escribas y a toda su religiosidad. La exclusión por
motivo de impureza era la lectura que hacían de Dios y de su acción para con su
pueblo. Ellos tenían la imagen de un Dios excluyente. Pero la lectura de Jesús,
su enseñanza, sus milagros son una novedad, no sólo para el pueblo judío sino
para toda la humanidad: "Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros:
¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!” (Marcos 1,27).
Previo al encuentro con estas dos mujeres,
san Marcos nos ofrece la expulsión del espíritu de la impureza de un hombre en
tierra de paganos, un pueblo considerado por demás impuro por los judíos, al
grado de tildarlos de cerdos. Este pasaje no lo proclamamos en esta secuencia
dominical que estamos haciendo por el evangelio de Marcos. Hay que ir al
antiguo testamento para entender con más claridad la labor de nuestro señor
Jesucristo. Leemos en el libro del Levítico: "La mujer que tiene flujo,
el flujo de sangre de su cuerpo, permanecerá en su impureza por espacio de
siete días… Cuando una mujer tenga flujo de sangre durante muchos días, fuera
del tiempo de sus reglas o cuando sus reglas se prolonguen, quedará impura
mientras dure el flujo de su impureza como en los días del flujo menstrual.
Todo lecho en que se acueste mientras dura su flujo será impuro como el lecho
de la menstruación, y cualquier mueble sobre el que se siente quedará impuro
como en la impureza de las reglas. Quien los toque quedará impuro” (Levítico 15,19ss).
Con esta óptica hay que
mirar cada uno de los detalles tan interesantes que nos ofrece el evangelista.
La primera de las dos mujeres de esta escena tenía doce años enferma de
sangrado. Esta mujer, de acuerdo a la ley de Moisés, estaba completamente
excluida de la vida social y religiosa, de su ‘sociedad tan religiosa’ y tan
extremadamente machista. La segunda mujer era una adolescente que empezaba a
correr la misma suerte de todas las mujeres: será impura varios días de cada
mes.
La obra de Jesús no se
reduce a estas dos mujeres, hay que mirarla en toda nuestra vida social, se
refiere a todos los que padecen alguna exclusión por numerosos motivos, la
marca que nosotros imponemos sobre los que son indeseables.
La primera mujer tenía,
pues, prohibido acercarse y tocar cualquier cosa y a cualquier persona. Por eso
se asustó mucho cuando Jesús se puso a buscarla y a preguntar por ella, temía
que la fuera a amonestar y que le fuera a hacer ver que, al tocarlo, lo había
convertido en un impuro, en un contaminado. Pero no, eso al Hijo de Dios no le
preocupaba porque él había venido al mundo precisamente a revolverse entre los
contaminados, a vivir la misma suerte de los excluidos. San Marcos,
magistralmente, nos recalca que a Jesús toda la gente lo oprimía, y los
discípulos le hicieron ver que no tenía sentido preguntar por quién lo había
tocado. Es hermosa la conclusión de este encuentro: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu
enfermedad”. Jesús la integra de lleno en la
comunidad.
El
segundo caso es interesantísimo. Yo veo dos cosas que preocupan en nuestra
sociedad actual y en nuestra Iglesia: la impureza y el infantilismo de las
mujeres y de amplias capas de la base de la población. Jesús le pide a Jairo: "solamente ten fe”. Más que una fe
crédula, es la invitación a entrar en la manera de leer y comprender las cosas
como Jesús.
Me
permito precisar, sin ser especialista en Sagrada Escritura, la traducción de
estos versículos, según la Biblia de Jerusalén: "y les dice: … La niña
no ha muerto; está dormida. Y se burlaban de él. Pero él después de echar fuera
a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y
entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le
dice: Talithá kum, que quiere decir: Muchacha, a ti te digo, levántate.
La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce
años”. Al principio,
Marcos la nombra como ‘niña’, pero, al final, Jesús la llama y la trata como
‘muchachita’, tanto en arameo como en el griego del evangelio. En el mundo
judío, un niño dejaba de ser niño al llegar a los doce años (recordemos el
ejemplo del mismo Jesús cuando se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo
supieran, a sus doce años. Ver Lucas 2,42ss). ¿No era el infantilismo y su
impureza la enfermedad que padecía y su muerte? Su salud fue que alguien la
tomó de la mano y la trató como muchacha.
En nuestra sociedad así se
trata a los pobres, como infantes, a las mujeres, a la gente del campo, a los
indígenas, etc. Se maneja en las altas esferas como que no piensan, que no
pueden decidir por sí mismos, y se les manipula sólo porque son pobres o porque
se consideran de menor categoría. ¿No hacemos esto mismo en la Iglesia?
Nuestros laicos son los eternos infantes. En esta etapa sinodal se han quedado
al margen, porque tenemos que cambiar muchas cosas, empezar a tratarlos como
adultos. Un ejemplo entre muchos: ellos están convencidos de que se les tiene
que dar la comunión en la boca, como se hace con los bebés. El que comulga
decide cómo hacerlo, pero no deja de ser un signo de la Iglesia que nos hemos
construido. En lo demás, los párrocos son los que toman todas las decisiones.
Esta Iglesia de varones tiene que darse infinidad de golpes de pecho por seguir
manteniendo en la marginación a nuestras mujeres. La capacidad o aptitud del
llamado a ser un ministro ordenado en la Iglesia, no radica en los genitales,
sino en el corazón, en el espíritu, ¡en la fuerza del Espíritu! Y eso lo tienen
las mujeres mejor que nosotros.