(A varios kilómetros de la
Casa del Prado, en Lyon, Francia, está un lugar llamado Saint Fons. Ahí se
retiraba el p. Chevrier a orar y reponerse de sus enfermedades. En un cuarto
que anteriormente fue usado como establo, el p. Chevrier acondicionó los
misterios fundamentales de Jesucristo: su Encarnación, su Crucifixión, su
presencia Sacramental: "Me encuentro en Saint Fons, desde hace algún tiempo.
Aquí rezo y aprendo a conocer a nuestro divino Salvador, nuestro Maestro,
nuestro Modelo”. Beato Antonio Chevrier, Cartas, # 86).
VAMOS A UN LUGAR SOLITARIO
A DESCANSAR UN POCO
Domingo 21 de julio de 2024,
16° ordinario
Jeremías 23,1-6; Marcos 6,30-34.
Carlos Pérez B., Pbro.
Recordemos que el domingo
pasado escuchábamos que Jesucristo envió a los doce de dos en dos, a expulsar
demonios, a curar enfermos. Y los envió completamente despojados. Pues bien,
ahora contemplamos a Jesús que los recibe escuchando sus experiencias
misioneras. Qué buen Maestro, qué enorme pedagogía. Nos los imaginamos no tanto
rindiendo cuentas administrativas, sino pastorales (de la palabra ‘pastor’). Es
un importante momento que nosotros hemos de conservar y promover en nuestros
grupos, en nuestras familias (papá y mamá se gozan cuando sus niños les
platican qué hicieron en la escuela, en una academia, en un entrenamiento),
entre sacerdotes también. En la familia del Prado lo hacemos con frecuencia:
repasar nuestras experiencias pastorales al calor de la oración, a la luz de la
Palabra que siempre nos ilumina y nos fortalece: cómo vivimos la semana santa,
por ejemplo, la navidad, el mes de la Biblia, etc. Es muy enriquecedor escucharnos;
aprendemos mucho unos de otros.
Luego
sigue la invitación bella que les hace Jesús: "Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco.
Porque eran tantos los que iban y venían, que no les dejaban tiempo ni para
comer”. También esto hace falta en nuestros apostolados y ministerios, el
descanso, el relax. Jesucristo tenía, además, intenciones de retirarse a orar,
buscando apartarse un poco del bullicio de la gente.
Con
estas intenciones, pues, se embarcaron y se dirigieron a un lugar apartado y
tranquilo. Pero resulta que la multitud los vio y les ganaron el tiro, llegaron
antes que Jesús a ese lugar pretendidamente solitario. ¿Qué hizo Jesús? Pues
posponer solamente por unas horas su intención de estar a solas. Primero recibe
a la gente, porque siente compasión por esa multitud, que es también la
multitud de nuestros tiempos. La compasión del Padre es la que mueve a Jesús. A
nosotros, ¿qué es lo que nos mueve? ¿Nuestros deseos personales, intereses,
instintos, ansias de poder y de dominio? Las gentes del dinero ven una multitud
y se preguntan, ¿qué les venderé? A pesar de que políticos y eclesiásticos los
hay en abundancia, pues tristemente faltan pastores que se compadezcan de la
gente. (Decía san Gregorio Magno: "Miren cómo el mundo está lleno de
sacerdotes, y, sin embargo, es muy difícil encontrar un trabajador para la mies
del Señor”). Por eso nosotros usamos la palabra ‘pastoral’ para referirnos a la
actividad de la Iglesia, que es el cuidado de las gentes como un pastor cuida a
sus ovejas, como el mismo Jesús cuida de nosotros, especialmente los más pobres
y desamparados. ¿Y qué hizo? Dos cosas. Hoy escuchamos la primera: "se puso a enseñarles muchas cosas”.
¿Cuándo entenderemos los sacerdotes y los obispos que esta actividad es sumamente
prioritaria en nuestro Maestro: enseñar? La gente no se le juntó para rezarle a
Jesús, sino para escucharlo. En los cuatro evangelios encontramos numerosas
enseñanzas suyas, muy sabias, enseñanzas que nos hablan de la salvación, de la
gracia, del amor de Dios, de su proyecto de vida para este mundo, llamado
Reino, de la vida que hemos de llevar para vivir en sintonía con la voluntad de
Dios.
La
segunda cosa que Jesús hizo la vamos a proclamar y escuchar el próximo domingo,
pero no en este evangelio según san Marcos sino en el evangelio según san Juan;
y otros cuatro domingos más, estaremos repasando el discurso del Pan de vida,
que parte de este milagro o señal de los panes. Convendría, para crecer en
nuestro conocimiento de los evangelios y del mismo nuestro Señor Jesucristo,
que cotejáramos ambas narraciones del milagro de los panes, Marcos 6 y Juan 6.
Y si nos damos tiempo, incluso que repasemos los seis relatos de milagros de
los panes: Marcos 6 y 8, Mateo 14 y 15, Lucas 9 y Juan 6. Permítanme decirles
que a mí parece interesantísimo y rico el relato de Marcos. En él, Jesús habla
de dar y los discípulos de comprar. Y ahí radica la grandeza de este milagro,
porque el pan es un don de Dios. La solución del ‘problema’ para darle de comer
a toda la humanidad (porque hay muchísimas gentes que padecen hambre) no está
en la economía, porque este planeta produce y da de comer a todos, por milenios
y milenios, sino en el corazón de los seres humanos que no sabemos compartir, o
que por nuestras inclinaciones al poder y a la guerra no dejamos vivir a las
personas.
Si
Jesús tenía intenciones de retirarse un poco en soledad, y en ese momento no lo
consigue, pues no se va a quedar con las ganas, porque para todo hay tiempo.
Después del milagro de los panes Jesucristo despacha a sus discípulos en la
barca quedándose a pie en la orilla. Despide también a la gente, y enseguida
sube al monte a orar. Suponemos que la suya es una oración en silencio, de
escucha, contemplativa, no llenando ese momento de palabrería (vean Marcos
6,46).