|
|
|
JESUCRISTO ES DE ESTE SUELO
Y DEL CIELO
Domingo 11 de agosto de
2024, 19° ordinario, ciclo B
1 Reyes
19,4-8; Juan 6,41-51.
Carlos Pérez B., Pbro.
"Toma el Evangelio, léelo
y escucha lo que Jesús dice a tu corazón. Porque Él tiene palabras de vida
eterna”. Papa Francisco, este 6 de agosto
en su cuenta de X.
Recordemos, Jesucristo le
dio de comer a miles de personas con tan sólo cinco panes de cebada y dos
pescados que traía un muchachito. Jesús huye al monte para que no lo vayan a
querer hacer rey, pero de todas maneras se vuelve a encontrar con la gente en
otro punto de la orilla del mar de Galilea. En este encuentro, Jesucristo se
preocupa por hacerles entender esa señal milagrosa, porque él no sólo quería
realizar el milagrito inmediatista sino conducir a las personas más allá, a la
obra de Dios que es un proyecto más grande que sólo alimentar a sus criaturas.
Los gobernantes, no sé si ustedes acepten esto: como que sólo buscan conformar
a las gentes con dádivas: subo los salarios mínimos, te ofrezco una pensión, te
hago sentir como que si me preocupara la seguridad de tu familia… pero en
realidad voy a sacar ventaja del país y sus recursos que le pertenecen a toda
la población. Jesús no buscó ganarse a la gente con panes, pescados y demás
milagros. La voluntad del Padre, lo dice Jesús en el versículo 40, que no se
lee hoy, es ésta: "que todo el que vea al
Hijo y crea en él, tenga vida eterna”. Él vino a ofrecer la vida plena, la
plena felicidad, la paz verdadera, la armonía, el Reino de Dios como un
proyecto para todos, en justicia, en amor y en verdad.
Pero como las gentes nos
resistimos a entender y a aceptar esa totalidad de la propuesta de Jesús, por
eso, este discurso del Pan de Vida del capítulo 6 de san Juan, es una enseñanza
cargada de polémica con la gente. El domingo pasado escuchábamos varios
aspectos polémicos: ‘danos una señal para poder creer en ti, como la señal del
maná’; Jesús les decía: ‘ustedes me ven pero no creen’.
Ahora nos encontramos con
las murmuraciones del pueblo porque Jesús les decía que él era "el Pan vivo que ha bajado del cielo”.
¿Cómo?, se preguntaban ellos, que sabían que Jesús era el hijo de José y
conocían a su madre. Esto nos remite a lo que leemos también en Marcos 6, Mateo
13 y Lucas 4: la visita de Jesús a su tierra Nazaret.
Nosotros, ¿no murmuramos
también de Jesús? Quizá directamente no, pero sí murmuramos de la Iglesia. Qué
bueno, si esta Iglesia nuestra, que formamos todos, no es obediente a Dios, no
hay que pensar que es pecado criticarla, al contrario, es un acto de responsabilidad.
A Jesús no lo criticamos porque ni siquiera lo conocemos, no lo escuchamos en
los santos evangelios, o por lo menos no lo escuchamos atentamente.
Nosotros vemos a Jesús como
un ídolo descarnado. En nuestros "nacimientos” lo contemplamos bien bonito,
adornado de lucecitas, en un pesebre que parece un nicho. Pero la verdad es que
este Niño nació como un pobre paria en su pobre patria, como tantos en nuestros
días. Hasta en nuestros crucifijos lo presentamos como algo mágico, en metales
preciosos, de oro, de plata. Si vamos a los santos evangelios, nos encontramos
como un verdadero galileo, pobre, amigo de pobres, enfermos y pecadores. Es
necesario que leamos los cuatro evangelios completos, pausadamente, atentamente,
para podamos decir, con bases evangélicas, que verdaderamente Jesucristo es un
ser celestial… su persona, su enseñanza, sus actitudes, su espíritu, su
corazón. Ha tomado su ser de este barro nuestro, pero lo ha vivido desde la
celestialidad del Padre.
Es preciso que sin de
dejarlo de ver como un pobre, apreciemos su sabiduría tan profunda como ningún
ser humano la ha tenido. Es preciso que lo veamos como un galileo, un
carpintero, un hijo de vecinos, pero con una compasión y misericordia que no se
pueden catalogar sino como divinas. Es preciso que lo veamos crucificado, como
un delincuente, y sin quitarle esa marca tan indeleble, nos atrevamos a
confesar que él es el Dios de la vida, el Pan de la Vida, pero no la vida como
la entiende y la vive nuestro pobre mundo, sino una vida divina, una vida que
se nos da desde lo alto.
Si nosotros tenemos la
dicha de conocer a Dios en este ser humano tan humilde, llamado Jesús, no
pensemos que es un gran mérito nuestro sino una gracia del Padre, que debemos
vivir en la humildad y en el agradecimiento: "nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre”. Lo que sí está
en nosotros, es pedirle al Padre, insistentemente, dispuestos a pagar los
costos, que nos conceda conocer a su Hijo, un ser tan terrenal como celestial,
y acoger toda su obra, sin importar que tengamos que convertirnos, cambiar
tantas cosas que tenemos que cambiar. |
|
|
|