Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     



COMO JESÚS, SER UN BUEN PAN PARA LOS DEMÁS

Domingo 18 de agosto de 2024, 20° ordinario, ciclo B

Proverbios 9,1-6; Juan 6,51-58.

Carlos Pérez B., Pbro.

En estos cinco domingos, del 28 de julio al 25 de agosto, estamos recorriendo, pasaje por pasaje, el capítulo 6° del evangelio según san Juan. Hoy es el cuarto de esos cinco domingos. Comenzamos contemplando y celebrando la señal de los panes: Jesucristo le dio de comer a una multitud de miles de personas con tan sólo cinco panes de cebada y dos pescados que traía un muchachito. Ésta era sólo la señal, porque la realidad es que el Padre eterno no sólo le quiere dar comida material a todos los seres humanos, como lo hace cada día, desde hace miles de millones de años, con todas sus criaturas, que también son miles de millones. La señal o milagro nos está conduciendo al gran don que el Padre quiere brindarnos a todos: el Pan de vida plena, el Pan de vida eterna que es Jesucristo.

Jesucristo lo dice con toda claridad: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. ¿Cómo entendemos nosotros esta frase, cómo la vivimos los cristianos? El evangelio nos dice que estas palabras provocaban escándalo en los judíos de aquel tiempo, las mismas gentes que habían vivido la señal de los panes, y que, según el mismo Jesús, sólo lo buscaban por el pan material que tenía muy corta duración en el estómago. Con toda seguridad ellos pensaban que los estaba incitando a comérselo a él a mordidas, o incluso a beberse materialmente su sangre, cosa que de ninguna manera haría un judío que tenía prohibido beberse o comerse la sangre de los animalitos que mataban.

Los cristianos y discípulos de Jesús entendemos que nuestro Maestro nos está llamando a entrar en plena comunión con él, sí, alimentarnos prácticamente de toda su persona. ¿Cómo lo hacemos? Nos alimentamos de él abriendo los santos evangelios, estudiando cuidadosamente esas páginas sagradas, apropiándonos de todo lo que es él: sus acciones, sus pensamientos, sus sentimientos, su forma de mirar a las personas, su manera de acercarse a los pobres, a los sufrientes, a los enfermos, los pecadores; sus enseñanzas, sus preferencias, sus prioridades, sus proyectos, hasta sus conflictos, de modo que pasen a formar parte entrañable de nuestro ser. Sí, tal cual, apropiarnos de todo lo que es Jesús y tal como nos lo presentan los evangelistas, cada uno según su propia versión. Aclaremos que a Jesucristo no hay que imaginárnoslo a nuestro gusto, no es como lo predican tantos predicadores que se alejan del Evangelio, sino el único Jesucristo real que encontramos en esos cuatro escritos sagrados, o incluso el testimonio que dan de él los profetas de la antigüedad y los apóstoles en sus cartas.

A nosotros y todos los católicos hay que decirles con energía: deja que Jesucristo entre en ti. San Pablo les decía a sus cristianos de Galacia: "¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en ustedes” (Gálatas 4,19).

En la medida que nos alimentamos de Jesús en los evangelios, entonces nos seguimos realimentando de él en la oración, haciendo resonar ese testimonio evangélico en nuestros corazones por obra del Espíritu Santo. La reunión de la comunidad eucarística en torno a la mesa de Jesús, es un momento privilegiado para alimentarnos realmente del Hijo de Dios, en ese pan y vino consagrados, por obra del mismo Espíritu, para hacernos a todos, otros Jesús. Y nutridos integralmente de esas diversas maneras, lo actualizamos y vivimos en la caridad, como él la vive en los evangelios, en la entrega de nosotros mismos, en el amor, en el apostolado, en el servicio. Así podemos decir también nosotros que no hemos venido a ser servidos sino a servir.

Y, como dicen los santos, también nosotros, toda la Iglesia y cada cristiano-cristiana, hemos de ser un buen pan para dar vida a este mundo.


 

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