Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





TÚ ERES MI SEÑOR Y MI SOLO Y ÚNICO MAESTRO

Domingo 25 de agosto de 2024, 21° ordinario, ciclo B

Josué 24,1-18; Juan 6,55 y 60-69.

Carlos Pérez B., Pbro.

 

El de ahora es el quinto domingo que le dedicamos al capítulo 6 del evangelio según san Juan, capítulo que les recomiendo que vuelvan a repasar completo, y que lo hagan como un verdadero encuentro místico con nuestro Señor Jesucristo, que ahí nos habla, nos enseña cosas fundamentales para nuestra vida cristiana y para la salvación del mundo.

Comienza este capítulo con la señal de los panes, el milagro de darle de comer a miles de personas con tan solo dos pescados y cinco panes de cebada que traía un muchachito, milagro que nos habla de la gratuidad de Dios, de su voluntad de darle vida a este mundo en la persona de su Hijo, partiendo del pan de los pequeños y los pobres. Paso a paso nos fuimos encontrando con las reacciones de la gente: que si es cierto que Jesucristo bajó del cielo, que qué señal les puede dar para creer en él, que cómo puede darnos a comer su carne, que sus palabras no se pueden aceptar (se refieren a todo su evangelio y a toda su Persona), hasta que finalmente muchos le dan la espalda.

Jesucristo nos ha llamado insistentemente a entrar en comunión con él, a vivir en Comunión íntima con él, nos llama a alimentarnos de él. Al escuchar este insistente llamado, no deja uno de pensar en ese catolicismo ligero, light, en que nuestra Iglesia ha mantenido a la inmensa mayoría de los católicos, y que incluso los que se dicen no creyentes se queden con la idea de que lo nuestro es una mera religiosidad superficial, exteriorista.

Pensemos en esa religión que gusta tanto a tantos: la religión de los eventos: las bodas, las quinceañeras, los aniversarios; incluso algunas misas de domingo. A mucha gente es lo que la atrae, que los coros que ofrecen buenos conciertos en la celebración (y no soy enemigo de los buenos coros), los templos de buenas construcciones, con muy buena iluminación y clima artificial (tampoco soy enemigo de eso). Y cómo gustan y atraen los sermones llamativos, que hacen llorar a la gente, o reír, o que los emocionan aunque sea de momento y superficialmente. En algunas ocasiones me han dicho que si le pusiera al templo esto o lo otro y le hablara bonito y atractivo a la gente, subiría la asistencia a mis misas, y muchas parejas escogería casarse en mi parroquia. Eso es atractivo, pero no es lo de Jesús.

Lo de Jesús es conocerlo a él, directamente en sus santos evangelios, no quedarse en las imágenes plásticas que algo nos hablan de él, pero muy poco; no conformarse con devociones que no nos hacen llegar hasta él, personalmente; dejarse convencer por él, llegar a amarlo entrañablemente, comulgar con él o lo que es lo mismo, entrar en Comunión profunda con él para seguir sus pasos, es decir, lo que uno escucha de él en los santos evangelios llevarlo a la práctica, a la vida, con la creatividad que exigen nuestros tiempos.

Jesucristo se atreve a decirnos a todos los católicos que ocasionalmente nos pudiéramos desilusionar de él: "¿También ustedes quieren dejarme?” Y la respuesta de Simón Pedro ha de ser la nuestra, como también lo ha sido del evangelista y su comunidad: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.

San Pablo expresaba así su pasión por Jesucristo: "Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Filipenses 3,7s). Estos son los y las cristianas de a de veras.

Otras santas personas han hecho su propia profesión de fe, como el beato Antonio Chevrier, fundador de la familia espiritual del Prado: "¡Oh Verbo, oh Cristo! ¡Qué bello eres, qué grande eres!... Haz, oh Cristo, que yo te conozca y que te ame. Ya que tú eres la luz, deja llegar un rayo de esta divina luz sobre mi pobre alma, a fin de que pueda verte y comprenderte. Pon en mí una gran fe en ti, a fin de que todas tus palabras sean para mí otras tantas luces que me iluminen y me hagan ir a ti, y seguirte en todos los caminos de la justicia y de la verdad”.


 

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