Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     




RECTIFIQUEMOS NUESTRA SOCIEDAD: EL HIJO DE DIOS VIENE A NOSOTROS

Domingo 8 de diciembre de 2024, 2° adviento - C

Baruc 5,1-9; (Isaías 40,1-11); Lucas 3,1-6

Carlos Pérez B., Pbro.

 

El profeta Baruc, primera lectura, y el profeta Isaías, transcrito por el evangelista san Lucas, nos hablan de preparar el camino para un pueblo que vivía como exiliado y refugiado en la región de Babilonia, esclavos del imperio del momento, los caldeos. El retorno de este pueblo es la buena noticia de la que se vale el evangelista para anunciarnos la llegada del Hijo de Dios, él es la salvación que transita por caminos de justicia, justicia para el pueblo. Y ya que lo menciona san Lucas, podríamos repasar algunos versículos más del capítulo 40 de Isaías, muy adecuados para este tiempo de adviento, tiempo de esperanza en un futuro mejor: "Consuelen, consuelen a mi pueblo - dice su Dios. Hablen al corazón de Jerusalén” (Isaías 40,1), "Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo. Di a las ciudades de Judá: Ahí está su Dios. Ahí viene el Señor Yahveh con poder” (Isaías 40,9). Este grito es para nuestra gente en sus actuales condiciones de penuria.

El nuevo anunciador de la llegada de Jesucristo a un pueblo pobre y oprimido, es ahora san Juan Bautista. San Lucas nos refiere las cosas haciendo un quiebre que nos sorprende. Como si fuera un comunicador de nuestros tiempos modernos, el evangelista nos presenta a la gente que detentaba el poder: Tiberio el emperador romano; Pilato, Herodes, Filipo y Lisanias, los gobernantes locales; Anás y Caifás los sumos sacerdotes. Pero lo curioso es que la palabra de Dios no vino sobre ninguna de esas personalidades del poder humano, sino sobre un pobre predicador, Juan, hijo del sacerdote Zacarías, un hombre del desierto, a quien se le juntaban los que se sabían y se reconocían a sí mismos como pecadores, precisamente el mundo en el que se insertaría el Enviado del Padre.

Juan tenía el derecho de oficiar el culto en el templo de Jerusalén, porque era de estirpe sacerdotal. Los judíos le reconocían esa dignidad, no a los que tenían vocación, como usamos decir ahora, sino a los que llevaban la sangre de la familia sacerdotal. Pero la vocación de Juan, propiamente, la que le venía de Dios, no era que ejerciera el sacerdocio del antiguo testamento, sino que anunciara la llegada de otro pobre, un galileo, el Hijo de Dios hecho hombre.

En Juan, pero especialmente en Jesús, se cumplen los anuncios de la antigüedad, "ábranle un camino recto”, ¿a quién?, al Cristo, y también al pueblo. Tanto la primera lectura como el evangelio nos hablan de enderezar los caminos, de rebajar los montes y las colinas, de rellenar los valles, de aplanar los baches.

No se trata de un programa de gobierno para reparar las carreteras y las calles; se trata del estado que presenta nuestra sociedad. Los montes y las colinas, los valles, los caminos torcidos y disparejos es este mundo de tanta injusticia y de tantas mentiras: los ricos, que son los menos, los que gozan de todo privilegio, al menos económico, y los pobres, que carecen de lo más indispensable. Este mundo así, no lo quiere Dios, ni nosotros tampoco. El Hijo viene precisamente como la buena noticia de la justicia divina, de la salvación, de la gracia y la misericordia.

Todos estamos llamados a la penitencia, a la conversión, a reconvertir esta vida que estamos llevando. Enderecemos nuestras chuecuras, nuestras trampas, nuestras mentiras, nuestras falsedades. Rectifiquemos nuestros sistemas económico, político, social, cultural y religioso. Todos, de alguna manera, colaboramos para que este mundo no sea el mundo que Dios quiere.

El próximo domingo escucharemos los versículos que siguen, en este capítulo 3 de san Lucas, la predicación de Juan que nos invita a recomponer nuestra humanidad para llegue de manera plena el reinado de Aquel al que estamos esperando con ansia, ahora y en la plenitud de los tiempos. Repasemos en nuestra lectura personal los versículos del 7 al 19.

 

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