QUIEN TENGA DOS TÚNICAS, QUE DÉ UNA AL QUE NO
TIENE NINGUNA
Domingo 15 de diciembre de
2024, 3° adviento - C
Sofonías 3,14-18; Isaías 12; Filipenses 4,4-7; Lucas 3,10-18
Carlos Pérez B., Pbro.
¿Qué estamos
viviendo en este tiempo? Las fiestas decembrinas son una cosa, el adviento es
otra. Las fiestas decembrinas es un tiempo de consumo, más intenso que de
costumbre. En cambio, el adviento es un tiempo de espiritualidad, de escucha de
la Palabra de Dios, de oración, de renuncia a sí mismo, de caridad, de
servicio, un tiempo de acrecentar nuestra esperanza, un tiempo para volver a
poner nuestro corazón en la persona de Jesús, como Juan Bautista. La vida
cristiana es un permanente adviento. El adviento litúrgico va, este año, del
domingo 1 de diciembre, desde la víspera, hasta el martes 24 de diciembre en la
mañana. El otro adviento, el existencial, es todo nuestro caminar por la vida y
por la historia. Caminamos al encuentro definitivo con Jesucristo nuestro
Salvador. Nuestro caminar no es un esperar pasivo ese encuentro, sino
activamente, tal como nuestro mismo Maestro vivió su vida mortal y la cual la
encontramos en los santos evangelios: nació y vivió en la pobreza, en el
servicio a los más necesitados, a los enfermos, en el amor y la caridad para
con los más pobres, en la entrega cotidiana y entera de sí mismo, en la
renuncia a cualquier interés mundano, al servicio de la construcción del reino
de Dios a partir de los más pobres. En esta causa llegó a la cruz y a la
resurrección.
La palabra de Dios
que hemos proclamado en este tercer domingo de adviento, nos invita a la
alegría, de ahí el color de la tercera velita de la corona: "Canta, hija de Sión, da gritos de júbilo,
Israel, gózate y regocíjate de todo corazón, Jerusalén” (1ª lectura); "Griten jubilosos,
habitantes de Sión, porque el Dios de Israel ha sido grande con ustedes”
(cántico responsorial); "Alégrense
siempre en el Señor; se lo repito: ¡alégrense!... El Señor está cerca”
(2ª lectura).
Pero pareciera que la lectura evangélica desentona de esta convocatoria.
Hemos escuchado la predicación de Juan Bautista en el río Jordán. Es la Palabra
de Dios que nos habla por este profeta, que, en el decir de Jesús es más que un
profeta (ver Lucas 7,26). Hoy hemos escuchado solamente
los versículos del 10 al 18, pero yo quisiera comentar todo el pasaje, del
versículo 7 al 20, para que nos dejemos impactar por sus anuncios que, sin
lugar a dudas, son buena noticia.
Primero nos saluda
san Juan de esta manera tan ‘tierna’: "raza
de víboras”. ¿Qué nos parece? Imagínense que se colocara san Juan en la
puerta de nuestro templo y nos recibiera de esa manera, tanto al cura como al
resto de los feligreses. Les aseguro que muchos nos dábamos la media vuelta y
nos íbamos a otra parroquia. Pues a Juan no se le fue la gente, ni lo agarraron
a pedradas, sino que humildemente le dijeron: dinos "¿Qué debemos hacer?” Quiere decir que en verdad se le juntaban
pecadores dispuestos a convertirse, a cambiar de vida. Sólo el humilde inclina
su cabeza y su corazón ante la Palabra de Dios.
Y lo interesante es que Juan no les dice ‘pónganse a rezar’,
‘persígnense’, ‘respeten el sábado’, ‘vayan a la sinagoga’. No. Les dice algo
que es lo principal de nuestra vida cristiana, la caridad. Ya lo escuchamos: "Quien tenga dos túnicas, que dé una al que
no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo”. Hasta los
publicanos y los soldados le preguntaban lo mismo. A todos Juan nos pide: Den frutos dignos de conversión, y no anden diciendo en su interior:
Tenemos por padre a Abraham; porque les digo que puede Dios de estas piedras
dar hijos a Abraham. Y ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo
árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (versículos 8-9).
Hasta con Herodes, el gobernante de Galilea, se mete Juan, por causa de
su adulterio y por todas las malas acciones que había hecho (versículo 19).
Juan es un hombre de oración pero no de una religiosidad superficial ni
intimista. Él es un verdadero profeta, lo suyo es la vida, la vida concreta, la
vida según Dios la quiere, para que su reino se vaya haciendo realidad. Así
hemos de vivir el adviento que es toda nuestra vida cristiana.
Pero no olvidemos que su vocación, el llamado de Dios, era anunciar la
manifestación del Hijo de Dios. Por lo cual tenemos que reconocer que su
predicación sí era buena noticia: "Con éstas y otras muchas
exhortaciones anunciaba al pueblo la buena nueva”.