("Señor,
si tienes necesidad de un pobre, ¡aquí estoy yo! Si tienes necesidad de un
loco, ¡aquí estoy yo! Aquí estoy, oh Jesús, para hacer tu voluntad: soy tuyo”. Beato Antonio Chevrier, El
Verdadero Discípulo, p. 122).
NAVIDAD: ENTRAR DE CUERPO ENTERO EN LOS
PLANES DE DIOS
Domingo 22 de diciembre de
2024, 4° adviento - C
Hebreos 10,5-10; Lucas 1,30-45
Carlos Pérez B., Pbro.
Dos grandes personalidades
de este mundo planean reunirse por estos días para supuestamente salvar al planeta.
Así lo hemos escuchado. Tanto el Sr. Trump, presidente electo de Estados
Unidos, como el Sr. Putin, presidente de Rusia se quieren reunir para acabar
con la guerra en Ucrania, y posiblemente las guerras en Israel, Líbano, Siria,
Palestina, Yemen, etc. No sabemos cuáles son sus intenciones: de seguro es
propaganda o se trata de movimientos para sacar ganancias para sus países y
para sí mismos, para sus ambiciones de poder.
Este año ha habido
otras grandes reuniones, como la Cop-29, en la que representantes de muchos países
se juntaron Azerbaiyán para ponerse de acuerdo en la lucha contra el cambio
climático. No pudieron llegar a buenos y suficientes acuerdos. También, a fines
del mes pasado se reunieron en Brasil, los líderes de los 20 países más
importantes del mundo. En la agenda estaba el combate al hambre y a la pobreza,
los conflictos actuales, entre otros asuntos de interés internacional.
Estas reuniones de
los grandes en nada se parecen a esta otra reunión que hemos escuchado en el
evangelio de hoy. Dos mujeres, hace dos milenios, se encontraron para celebrar
‘una cumbre planetaria’. Es cierto, más cierto que cualquier otra reunión. María,
una jovencita de Nazaret, cuya casa no era ni el Kremlin ni la Casa Blanca, fue
a visitar a su prima Isabel, una mujer ya mayor que vivía en los montes de
Judea. Ese encuentro también lo protagonizaron dos criaturas, que ambas
llevaban, cada una en su vientre: Jesús y Juan que, al nacer, recibirían esos
nombres. Dos criaturas, tan desposeídas como todos los que aún no nacen.
Es el encuentro de
unas pobres y desconocidas personas, pero que sin embargo en este encuentro sí
se fraguó y se sigue fraguando la verdadera salvación de nuestra humanidad. No
contaban con el poderío de los poderosos de este mundo, no tenían ejércitos, no
tenían armas, no se dejaban mover por medios violentos, ni siquiera contaban
con dinero. Pero tenían a su favor el poder de Dios, a quien lo mueve siempre
el amor por las personas. Contaban por eso con la fuerza del Espíritu Santo,
como lo hemos escuchado. Y en su vida, estas cuatro personas harán todo por el amor
a Dios y a la humanidad. Es que no es la diplomacia sino la alegría, la
humildad, la transparencia, la obediencia divina, el ambiente que impregna esta
reunión.
Vayamos al texto
evangélico. Dice san Lucas que, después de recibir el anuncio del ángel, ella
iba a ser la madre del Hijo de Dios, y de darle la noticia del embarazo de
Isabel, "María se levantó” (esta frase no aparece en el Leccionario pero sí en
el Evangelio), "y se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea”. Por
ello le dirá Isabel: "Dichosa tú que has creído”. No lo dice así san Lucas para
indicar que la Virgen estaba sentada, hincada o acostada, sino para describir
el alma de una verdadera creyente: levantarse y encaminarse de prisa es la
respuesta de la que ha creído. Cuántas veces hemos de decirnos y de insistirles
a todos nuestros católicos que la fe es obediencia, con un espíritu pronto y
positivo. La fe no es meramente un acto mental, una creencia que uno se echa a
la cabeza, sino una respuesta a la voluntad de Dios. La fe es entrar de cuerpo
entero en los planes de salvación de Dios, como estas dos mujeres, como el
pequeño que se llamaría Juan, como el otro pequeño, el Hijo de Dios encarnado,
que para eso tomó un cuerpo, para hacer la voluntad de Dios (ver salmo 40 en la
carta a los hebreos 10,7, segunda lectura de hoy).
Lo más católico,
pues, es escuchar a Dios para dejarnos introducir de cuerpo entero en sus
planes de salvación.