Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





OBEDECER A DIOS ANTES QUE A LOS HOMBRES

La Sagrada Familia, 29 diciembre 2024

Lucas 2,41-52

Carlos Pérez B., Pbro.

 

Para que la navidad, la celebración del nacimiento del Hijo de Dios no se nos quede en un solo día, sino que lo celebremos como un tiempo litúrgico llamado así, tiempo de navidad, la Iglesia nos ofrece varias fiestas en las que seguimos contemplando y celebrando este misterio tan grande de la encarnación del Verbo eterno. Están las fiestas de la sagrada Familia, que es la de hoy, luego la fiesta de la maternidad de María, la Epifanía del Señor, y finalmente su Bautismo.

Ahora, en este ciclo dominical ‘C’, la Iglesia nos ofrece un pasaje un tanto desconcertante para los modelos culturales que nos hemos fabricado de familia, incluso que contrastan con la pastoral familiar que tanto proclamamos. Esta familia santa de Jesús, María y José, dice san Lucas, iban todos los años a Jerusalén, desde Nazaret, a celebrar la fiesta de la pascua, como lo había dejado mandado el patriarca Moisés desde hacía unos 1,250 años. Bueno, a decir verdad, Moisés no les mandó que fueran a celebrarla a Jerusalén, porque todavía no existía, sino simplemente que debían hacerlo por familias. Fue el grupo sacerdotal, con el tiempo, que así lo establecieron para darle unidad al pueblo, a todos esos clanes dispersos que habitaban en el país.

Recordemos que es la escucha atenta y obediente de la Palabra de Dios el fundamento de nuestra vida cristiana. Por eso tenemos que discernir este pasaje para así vivirlo nosotros, o entrar en ese espíritu en el que Jesucristo, a sus 12 años, nos quiere hacer entrar.

Así pues, vemos a esta hermosa familia. Pero el evangelista no nos dice nada de la fiesta, si llevaron su cordero, si lo presentaron para ser degollado por los sacerdotes, en qué casa o a qué familia se unieron para comérselo litúrgicamente. Como que al evangelista eso no le preocupó. Lo que le interesó es lo siguiente, que ya escuchamos. Las costumbres de aquellos tiempos eran que los hombres y las mujeres viajaran en caravanas, separados unos de otras. Los hijos varones que ya tenían más de 12 años, podían viajar con sus mamás, o bien, con sus papás, que al final de cada jornada se podían reunir para pasar la noche. Así lo hicieron José y María. Cuando se juntaron, se dieron cuenta que no venía Jesús con ninguno de los dos, ni estaba con otros familiares o amistades de la caravana. Pues quién sabe cómo lo hicieron, pero se regresaron pronto a Jerusalén a buscar al muchachito ‘malcriado’. Cuando lo encuentran, María le reclama, como ya lo escuchamos y es de entenderse: "Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando, llenos de angustia”.

Es la respuesta de Jesús la que hemos de llegar a entender, y en la que hemos de entrar con toda obediencia: "¿Por qué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?” José y María no entendieron (en un principio) esta respuesta, pero ya tendrían tiempo de entenderla cuando llegara Jesús a su pascua.

En aquellos años y en aquella cultura, las etapas de la vida se vivían de manera diferente. No existía la adolescencia, no existía la juventud como una etapa propia. Lo que existía era la infancia, la cual se distinguía y se distingue aún ahora, por la dependencia. Así son las cosas por necesidad: los niños no se pueden valer por sí mismos, no están desarrollados suficientemente, no están maduros, no pueden tomar sus propias decisiones, en todo dependen de sus padres, los tienen que obedecer, para aprender a ser seres humanos, para formarse como tales, para ir a la escuela. De sus padres aprenden el respeto a los demás, el amor, la generosidad, la verdad, la justicia, la paz, etc. Pero una vez que llegan a la madurez, los 12 años en aquella cultura, ¿los 15?, ¿los 18?, los ¿25?, ¿los 40, los 60?, en nuestra cultura.

La pastoral familiar, la actividad formativa de nuestra Iglesia, va encaminada a que las familias (padres e hijos) se formen en la obediencia a la Palabra de Dios, en las "cosas de mi Padre”, como lo escuchamos de Jesús, que son los valores evangélicos (hay que repasar todas las enseñanzas de Jesús en esas páginas sagradas llamadas Evangelios). Una de las cosas en que nos hemos de formar es que la obediencia a Dios, en la escucha y en el discernimiento de su Palabra, está por encima de toda obediencia humana, tanto a los padres como a las autoridades civiles. Hoy lo escuchamos de Jesús refiriéndose a sus papás humanos, más tarde lo contemplamos en el mismo Jesús siendo obediente al Padre eterno, más que a la ley de Moisés y todo el antiguo testamento: el sábado, las leyes de la pureza, las leyes litúrgicas, etc. Y después lo vemos en los apóstoles, cuando se enfrentan a las autoridades de aquel tiempo: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5,29).

Permítanme insistir: hemos de formarnos, padres e hijos, en la escucha obediente y el discernimiento de la Palabra de Dios, especialmente en los santos evangelios.

 


 

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