Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





FELIZ Y BENDECIDO AÑO

Miércoles 1 de enero de 2025

Lucas 2,16-21

Carlos Pérez B., Pbro.

 

Estamos celebrando el nacimiento de nuestro Salvador, Jesucristo nuestro Señor. Este año el tiempo litúrgico de navidad se extiende de la tarde del 24 de diciembre hasta el domingo 12 de enero, fiesta de su bautismo. Para muchas gentes, incluidos los católicos, la navidad es cosa del año pasado, ahora lo que traen en el corazón es el Año Nuevo. Invitamos a todos a seguir poniendo nuestro corazón en el motivo principal de este tiempo y de toda la vida y de toda la historia: la encarnación del Hijo eterno de Dios. Para ello, la Iglesia nos propone esta fiesta de la maternidad de María. No queremos salirnos del portal de Belén, queremos permanecer ahí, donde se nos muestra Dios de manera tan admirable, tan pobre y, por lo mismo, tan gratuito, tan lleno de amor. Y ahora, así como Dios puso sus ojos en la humildad de esta jovencita, también nosotros lo hacemos.

En su mensaje mundial por la paz, que el Papa en turno nos envía cada 1° de enero, el Papa Francisco nos recuerda que hemos comenzado el Año Santo 2025, un año de júbilo por la reconciliación a la que el mismo Dios nos convoca. El Papa lo dice con estas palabras:

«En el 2025 la Iglesia católica celebra el Jubileo, evento que colma los corazones de esperanza. El "jubileo” se remonta a una antigua tradición judía, cuando el sonido de un cuerno de carnero —en hebreo yobel— anunciaba, cada cuarenta y nueve años, uno de clemencia y liberación para todo el pueblo (cf. Lv 25,10). Este solemne llamamiento debía resonar idealmente en todo el mundo (cf. Lv 25,9), para restablecer la justicia de Dios en distintos ámbitos de la vida: en el uso de la tierra, en la posesión de los bienes, en la relación con el prójimo, sobre todo respecto a los más pobres y a quienes habían caído en desgracia. El sonido del cuerno recordaba a todo el pueblo —al que era rico y al que se había empobrecido— que ninguna persona viene al mundo para ser oprimida; somos hermanos y hermanas, hijos del mismo Padre, nacidos para ser libres según la voluntad del Señor (cf. Lv 25,17.25.43.46.55).»

El lema de este año es "peregrinos de esperanza”. Qué diéramos porque los señores de la guerra, del crimen y hacedores de la muerte callaran este año sus armas. Qué diéramos porque todos los seres humanos aprovecháramos este año santo para reconciliarnos como hermanos, a lo que Dios nos convoca.

 

El año nuevo es una fiesta civil, y es una fecha meramente convencional (porque ni siquiera en este día comienza nuestro año astronómico); aun así, como Iglesia nos unimos al ambiente de toda nuestra sociedad y le imprimimos a esta fiesta un sentido religioso, creyente: Le pedimos perdón a Dios por las faltas cometidas a lo largo del año que ha terminado, especialmente con el lema que nos ofrece el Papa Francisco para esta jornada por la paz: "perdona nuestras ofensas, concédenos tu paz”. Pidamos perdón, como humanidad, por las guerras y todos los conflictos que vivimos. Al parecer nos falta mucho para superar esta etapa de animalidad en la que aún permanecemos. Nos hacemos daño unos a otros, nos materializamos, nos dejamos atrapar por el consumismo. Cada quien habrá de detenerse, en lo personal, en este examen de conciencia anual.

Le damos gracias a nuestro Padre providente por todas las bendiciones (¿las traemos en el corazón?, re-cordar es traer al corazón) recibidas en el 2024. Hagamos un inventario, ayudémonos de apuntes, fotos, memoria, para que nuestra acción de gracias no sea una frase vacía, sino llena de contenido agradecido.

Y, desde luego, aprovechemos esta oportunidad para ponernos enteramente en las manos de Dios, siguiendo el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo que no vino a hacer su voluntad sino la del Padre: "¡Abbá, Padre! … que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Marcos 14,36). Nos haría mucho bien espiritual recitar la oración de san Carlos de Foucauld: "Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo más, Padre. Te confío mi alma, te la doy con todo el amor de que soy capaz, porque te amo y necesito darme a ti, ponerme en tus manos, sin limitación, sin medida; con una confianza infinita, porque tú eres mi Padre”.

 

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