CRISTO, PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD
Domingo 5 de enero de 2025,
La Epifanía del Señor
Efesios 3,2-6; Mateo 2,1-12
Carlos Pérez B., Pbro.
Continuamos celebrando el nacimiento de nuestro Salvador, el Salvador de
toda la humanidad. Continuamos celebrando su maravillosa Encarnación: el Hijo
eterno de Dios tomó un cuerpo como el nuestro en el vientre de una jovencita
virgen, por obra del Espíritu Santo, en un pueblito desconocido en aquel
entonces llamado Nazaret, en la región de la marginada Galilea, un pueblo que
vivía en tinieblas y en sombra de muerte, en el decir del profeta Isaías (ver
Mateo 4,16 e Isaías 9,1). Y nació en Belén, la cuna del rey David, pero no en
un palacio real, sino en un portal, por lo que fue recostado en un pesebre. Así
comenzó Dios su maravillosa obra de la salvación y así la llevará a término.
La de hoy es la fiesta de la Epifanía o manifestación de Dios en este Niño
nacido en Belén. No le llamemos la fiesta de los reyes magos, porque la fiesta
es de Jesús. No nos dice san Mateo que fueran reyes, sino magos, es decir,
estudiosos de las estrellas, que querían leer en sus movimientos el acontecer
de los seres humanos; tampoco nos dice que fueran tres, sino ‘unos’, como lo
acabamos de escuchar. Y en esta ocasión Dios les habló por medio de una estrella,
porque Dios se vale de los medios que él quiere para revelarse, para
manifestarse. También a nosotros nos envía numerosas señales de salvación, y
las captaremos si estamos atentos a ellas, y si vivimos abiertos a su salvación.
La de hoy es la
fiesta de la universalidad del que nació en Belén, de un Dios abierto a todas
las culturas y razas del mundo, un Dios que no es exclusivo de un pueblo o de
una religión. Jesucristo, como decimos en nuestro discurso moderno, es patrimonio
de la humanidad. Así es, los magos del oriente, sin estar bautizados ni circuncidados,
tuvieron pleno acceso al Niño Jesús. Por nada del mundo hubieran tenido acceso
al templo de Jerusalén, al Dios de los judíos, como así lo consideraban ellos. En
cambio, no lo tuvieron, porque no se abrieron a su gracia, ni Herodes, ni los
escribas y sacerdotes de los judíos, ni siquiera la ciudad de Jerusalén se tomó
la molestia de salir de su religiosidad para contemplar y lucrar la gracia de
este Recién Nacido.
Esta universalidad
la expresamos con mucha facilidad y hasta superficialidad, pero tenemos que
profundizarla y dejarnos hacer por ella, porque todas las religiosidades tendemos
a la exclusividad, como los fabricantes y comerciantes de productos, que se
apropian de una marca y nadie más puede expenderlos. Nosotros hacemos lo mismo
cuando no nos ponemos al servicio del Salvador sino que pretendemos
controlarlo, como aquellos discípulos que se sintieron con derecho a prohibir
que se usara su nombre para expulsar demonios ("Maestro, hemos visto a uno
que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de
impedírselo porque no venía con nosotros. Pero Jesús dijo: No se lo impidan,
pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz
de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros” (Marcos 9,38ss).
En serio que nos
tenemos que revisar y cuestionar como Iglesia si de veras estamos al servicio
de la manifestación del Hijo de Dios para todas las gentes. ¿No estaremos
ocultando la luz y la salvación de Dios? Lo hacemos cuando somos una Iglesia de
poder, siendo que Dios se nos muestra aquí pobre, débil y frágil. Lo ocultamos
cuando nos presentamos como una Iglesia de honores, porque entonces ya no lo
miran a él sino a nosotros. Lo ocultamos cuando somos cristianos e Iglesia que
cuidamos nuestra imagen por encima de todos, en vez de presentarnos pobres y
pecadores como en realidad lo somos. Qué transparencia encontramos en los
evangelios que nos hablan de una comunidad de discípulos con tantas
fragilidades e infidelidades, como la misma sagrada Escritura lo hace con el
pueblo de la antigüedad, un pueblo rebelde y de dura cerviz.
Hagámonos pobres, humildes, mansos, porque el
despojo es el camino que Dios ha tomado para salvar a esta pobre humanidad.