Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





EL QUE VIENE A DAR EL ESPÍRITU

Domingo 12 de enero de 2025, El bautismo del Señor

Lucas 3,15-16 y 21-22.

Carlos Pérez B., Pbro.

 

Muchas personas sirvieron a la presentación del Hijo de Dios que nació en la pobreza, en un portal de Belén: José y María, sus padres. También Zacarías e Isabel, Simeón, Ana, los pastores, los magos del oriente. Ahora es Juan el que le sirve para ser presentado a la humanidad. Juan era de familia sacerdotal, pero en vez de verlo oficiando en el templo de Jerusalén, lo vemos en el río Jordán, predicando y bautizando a los pecadores, que eran los que no subían al templo para purificarse.

Que el pueblo se preguntara si Juan Bautista no sería el Mesías que estaban esperando, debió haber sido un gran honor para él. Pero no se deja atrapar por honores o halagos, él humildemente asume su papel de servidor del Cristo: "no merezco desatarle las correas de sus sandalias”. Lo que todos nosotros, aspirantes a estrellitas de nuestro entorno, debemos imitar. Por eso hoy, como cierre del tiempo litúrgico de la navidad, lo celebramos a él, quien humildemente se abaja para ser bautizado como si fuera un pecador.

Jesús no habla de sí mismo, otros lo hacen ante nosotros: el Espíritu Santo se manifiesta en plenitud sobre él, el Padre eterno nos lo presenta como su Hijo predilecto. Esta trinidad de personas es el Dios en el que nosotros creemos. Del Espíritu Santo no se nos dice que fuera una paloma, sino que se veía ‘en forma’ de paloma, seguramente era un resplandor que envolvía a Jesús.

Del Padre hemos de decir que sólo se oye una voz, no se ve figura alguna en el bautismo de Jesús. Así lo leemos en la Biblia, desde la antigüedad: "Yahveh les habló de en medio del fuego; ustedes oían rumor de palabras, pero no percibían figura alguna, sino sólo una voz” (Deuteronomio 4,12). Dios quiere ser voz que se escucha y se obedece, no figura a la que se le rinde culto, el cual puede caer en la falsedad. Nuestro Dios es un Dios que habla, que nos muestra el camino de la vida. Y el Hijo es la Palabra, porque en toda su persona se manifiesta nuestro Dios. Así comienza el evangelio según san Juan: "En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios” (Juan 1,1). A éste que contemplamos y celebramos hoy en su bautismo, lo hemos de escuchar como a un Maestro, página tras página en los santos evangelios. No lo hagamos un ídolo cuando él mismo quiere ser escuchado: por sus discípulos, por las muchedumbres, por sus adversarios, por todos los católicos de hoy día.

No debemos olvidar en ningún momento esta imagen evangélica tan bella: el Espíritu mostrándose en plenitud en Jesús. Aunque los evangelistas no lo digan a cada momento, nosotros hemos de contemplar a un hombre, tan frágil en su humanidad como nosotros, poseído y dejándose conducir enteramente por el Espíritu, en cada milagro, en cada predicación, en cada acto de misericordia, en cada conflicto, en su entrega entera en la cruz, en su resurrección.

Pero Jesús no quería apropiarse del Espíritu, lo tenía para darlo, dárselo a esta pobre humanidad, tan atrapada en las cosas de la carne (no hablo del sexo, sino del dinero, del poder, del ego, del consumismo). Bien lo dice san Juan Bautista: "Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”.

El bautismo de Jesús desde luego que nos remite a nuestro bautismo. Jesucristo vive cabalmente su condición de Hijo del Padre, su condición de poseído por el Espíritu Santo. ¿Y nosotros? Estamos bautizados con el bautismo de Jesús, el del Espíritu Santo y fuego. Tomemos conciencia de esto y vivámoslo intensamente. Nada más alejado de esto que el catolicismo de nombre que en la Iglesia hemos promovido y continuamos sosteniendo.


 

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