¿VIVIMOS A LA ESCUCHA DEL
MAESTRO?
Domingo 3° de PASCUA –
ciclo C, 4 de Mayo de 2025
Hechos 5,27-32 y 40-41; Apocalipsis 5,11-14; Juan 21,1-19.
Carlos Pérez B., Pbro.
El evangelista san Juan ya había dado por concluido su evangelio o
buena noticia de Jesucristo al terminar el capítulo 20. Nos había platicado el
encuentro del Resucitado con María Magdalena, el modelo de todo cristiano; nos
había relatado los dos encuentros (o de seguro más) que tuvo Jesús con sus
discípulos el primer día de la semana, el domingo. Pero otro redactor o
comunidad de creyentes, nos ofrecen este otro relato, el capítulo 21, que
también es un evangelio en sí mismo, una buena noticia en la vida de las comunidades
en su encuentro, en circunstancias diversas, que vivieron con Jesucristo
resucitado. Hay que acoger este evangelio en todos sus detalles:
Estaban siete de sus discípulos, pescadores todos ellos, en la orilla
del mar de Galilea, que aquí lo llama el evangelista ‘de Tiberíades’. La escena
nos parece a los lectores como muy gris, como si estuvieran sin saber qué
hacer, hasta que uno, Simón Pedro, se decide a hacer algo y les dice: "¿saben
qué? voy a pescar”. Y es cuando todos se animan a ir con Pedro. Pero la labor
de ellos es tan estéril que esa noche no consiguen nada. Así nos pasa a todos,
llega un momento en que nuestra labor y vida de Iglesia se nos vuelve muy
estéril, como lo estamos viviendo en estos tiempos. Tenemos una buena Noticia,
una experiencia de vida tan fantástica, y sin embargo, no hay resultados,
nuestro mundo se sigue destruyendo: el odio, el egoísmo continúan reinando
entre los seres humanos, las guerras, las ejecuciones cotidianas, los
desaparecidos, feminicidios, la corrupción, el consumismo materialista, el
cambio climático, etc., etc. ¿Qué nos pasa? ¿Por qué las cifras de los
creyentes siguen a la baja? ¿Qué nos falta?
Este relato evangélico nos da la clave. Alguien se presenta en la
orilla con una pregunta: "Muchachos, ¿han
pescado algo?” "Nada”, le contestan ellos. No lo reconocen pero sí obedecen
a sus instrucciones: "echen la red a la
derecha de la barca y encontrarán peces”. Esa voz, esa palabra es la que
les hacía falta para obtener resultados en su labor evangelizadora, decimos
nosotros. Nos construimos nuestra propia religiosidad, como si las cosas fueran
cosa de nosotros. Es cierto, cuando la Iglesia, la comunidad de los discípulos,
jerarquía y laicos, nos desatendemos de esa voz, de la Palabra del Maestro,
nuestra labor se vuelve inútil. Por eso siempre hemos de estar atentos a la
Persona de Jesucristo. Incluso Cristo se nos vuelve una más de nuestras
devociones, pero no lo escuchamos; se nos vuelve un slogan, una frase que se
repite, pero no lo escuchamos en los evangelios; nos hacemos una imagen
plástica de Jesús, ya sea pintura o de bulto, y le rezamos… pero no lo
escuchamos. Como que somos sus discípulos cuando en verdad somos nuestros
propios maestros, hacemos nuestras obras, no las de Dios.
La obra de la salvación no es nuestra, siempre es del Padre en Jesús.
Hemos de estar continuamente atentos a su voz, a su Palabra, a su Persona;
hemos de estar siempre conectados a los santos evangelios, donde encontramos a
Jesús vivo, el Evangelizador por excelencia, el que nos sostiene, el que nos
indica lo que hemos de hacer y cómo lo hemos de hacer, el que nos fortalece, el
que nos anima, el que nos conduce, el que nos da su Espíritu. Él es el Salvador
del mundo, no nosotros.
Nos ayuda enormemente ir al otro evangelio, el relato de los Hechos de
los Apóstoles, la primera lectura de hoy, y también a la segunda lectura, en
las que vemos el centralismo de la Persona de Jesús: "Les hemos prohibido enseñar en
nombre de ese Jesús; sin embargo, ustedes han llenado a Jerusalén con sus
enseñanzas y quieren hacernos responsables de la sangre de ese hombre”, los regaña el sumo sacerdote. Pedro le
responde con contundencia: "Primero hay
que obedecer a Dios y luego a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó
a Jesús, a quien ustedes dieron muerte colgándolo de la cruz”. Y lo mismo
nos dice el libro del Apocalipsis: "Digno
es el Cordero, que fue inmolado, de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría
y la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”.
Todo cristiano, desde la base hasta la alta jerarquía, hemos de
estarnos alimentando cotidianamente de la lectura de los santos evangelios,
hemos de vivir permanentemente a la escucha de nuestro Maestro, porque si
dejamos de lado su Palabra, nos volveremos, como de hecho ha sucedido, una
iglesia insípida, mimetizada e incrustada en la mundanidad de nuestra sociedad,
y desde ahí nada tendremos que ofrecerle a nuestro mundo. Quien ama a Jesús
gustará de escucharlo todos los días, será su encanto estudiar todos los días
su Palabra. Es fundamental la pregunta que le hace Jesús tres veces a Simón
Pedro.