Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
ACTITUD CON LOS MINISTERIOS
 
Una de las grandes cosas que se acabaron cuando llegó JFA a la arquidiócesis, fueron el naciente y prometedor diaconado permanente y los ministerios laicales. Dentro de su concepción clerical y verticalista de la Iglesia, no había lugar ni para unos ni para otros, y eso que los diáconos forman parte del ministerio ordenado, por lo tanto del clero, y su ministerio ha sido restaurado oficialmente en la Iglesia como grado permanente. A su llegada a la arquidiócesis había diez diáconos, todos casados, y una escuela para formar a los candidatos a dicho orden. En el periodo de JFA no se ha vuelto a dar ninguna ordenación, a pesar de que varios hombres cumplen muy bien los requisitos y aspiran a ordenarse. En una entrevista para un periódico local, el reportero le preguntó:
 
"-¿Se promoverán nuevamente diáconos casados aquí en la arquidiócesis?”
 
La respuesta de JFA fue evasiva y confusa, como suele ser:
 
"-Ni sí, ni no, sino todo lo contrario. Los diáconos casados siempre serán posibles, siempre que las comunidades los pidan y los presenten. Si la comunidad los pide y los forma, con mucho gusto los escucharemos y los ordenaríamos”.
 
Su argumento principal ha sido éste: "Si las comunidades los piden y los presentan”. Desde luego que no es lo mismo que con los presbíteros. Para éstos no es necesario que las comunidades los pidan y los presenten. Por lo mismo, respecto a los diáconos no hay ninguna atención vocacional diocesana ni una información de lo que son y del derecho que puedan tener los laicos a aspirar a ese ministerio. Pero además, la exigencia de que las comunidades los pidan y presenten también es una cortina de humo. Ha habido casos en que esas comunidades, encabezadas por el párroco, han presentado laicos bien preparados y comprometidos en la pastoral parroquial y JFA responde con evasivas, dándole largas al asunto. Si eso ha hecho con los diáconos, imagínese usted lo que ha hecho con los ministerios laicales, lectores y acólitos. Estos simplemente desaparecieron. No sólo no se han promovido nuevos, sino los que ya había, unos veinte, fueron desconocidos. Sólo han quedado funcionando como ministerios los ministros extraordinarios de la Comunión, por la gran necesidad que hay de su ayuda en las parroquias, sobre todo para llevar la Comunión a los enfermos, pero más bien han sido tolerados como un mal menor. Ya vimos en el capítulo 11 Relación con los laicos, cuál es su estribillo cuando los nombra en cada parroquia por un año: "Ojalá pudiéramos prescindir de ustedes. Si hubiera suficientes sacerdotes no los necesitaríamos”.
 

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