Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
MANEJO DE LA ECONOMÍA DIOCESANA
 
Muy relacionado con el concepto del poder que tiene JFA está su estilo de manejar las cuestiones económicas. El control del dinero es siempre parte de la dinámica del poder y JFA tiene por estos asuntos una verdadera obsesión y tiende a ejercer sobre ellos el más rígido control. De hecho, da la impresión de manejar la economía diocesana como si fuera su economía personal y las obras e instituciones de apostolado no las ve bajo la óptica de la evangelización que realizan, sino desde el punto de vista exclusivo del dinero que manejan.
 
Su supervisión de las mismas no es para ver cómo funcionan, qué servicios están prestando, cuánta gente se beneficia de ellos, qué necesidades tienen para cumplir mejor con su misión, sino cuánto dinero manejan y como puede él tener el control de dicho dinero. Para ejemplos de lo dicho véanse los casos, en sus respectivos lugares en este libro, del Sembrador, de la Granja Hogar, de Santa María de los Niños, etc. Otro aspecto especialmente delicado en este mismo campo del dinero es su forma de manejar la economía diocesana. Durante la administración anterior, bajo la atinada dirección del pastor y con el valioso trabajo de sus colaboradores, la economía diocesana, especialmente la Ayuda Económica Diocesana o diezmo, pasó de una captación muy deficiente en que se encontraba a un nivel no ideal pero sí bastante aceptable. La conciencia de los fieles respecto a su responsabilidad económica con la Iglesia diocesana se elevó de manera notable. Cuando JFA asumió el cargo como obispo diocesano, en 1991, estaba como ecónomo el P. Raúl Trevizo, que había sido nombrado en 1982. JFA lo confirmó en su cargo, tanto a él como a su equipo, pero muy pronto se vio el cambio.
 
El anterior arzobispo, y esto no tiene nada de extraordinario, pues cualquier obispo normal lo suele hacer, manejaba la economía diocesana en diálogo permanente con el ecónomo diocesano y con su equipo, así como con el Consejo de Economía, tanto en lo concerniente a la promoción del diezmo, como a la forma de utilizar el dinero recabado. De acuerdo con lo establecido, en su tiempo se utilizaban los fondos diocesanos no sólo para mantener las obras diocesanas que así lo requirieran, como el sostener o subsidiar la evangelización y catequesis, así como la administración central de la arquidiócesis o Curia Diocesana, sino también para hacer frente a diversas necesidades que podrían considerarse de solidaridad, como el subsidiar a parroquias pobres, que no podían obtener con sus propios recursos ni siquiera los medios necesarios para sostener al párroco. Esto es normal ya que el fin principal del diezmo es sostener la pastoral de la Iglesia diocesana y la tarea administrativa que está siempre en función de aquélla. Otro aspecto importante es que había bastante transparencia en la información que se hacía no sólo al clero sino a todo el pueblo de los ingresos y egresos de la economía diocesana. Ahora, porque es imposible no hacerlo, se informa de lo que cada parroquia aporta al diezmo, pero no se informa de otras captaciones, como las aportaciones mensuales de las parroquias y mucho menos de los movimientos internos de la administración diocesana, por ejemplo cuánto dinero se aplica a gastos personales del obispo, cuánto a obras pastorales, etc.
 
Un ejemplo concreto es que ahora no se informa del resultado de la colecta del Día Anual de la Caridad, dinero destinado a Cáritas, ni de cuánto aportó cada parroquia ese día. El obispado simplemente le entrega a Cáritas la cantidad que ellos dicen que se colectó. Otro de los cambios notables fue que el cargo de ecónomo diocesano quedó reducido a una figura prácticamente decorativa, encargada de firmar los cheques y de llevar la contabilidad, pues para la utilización de los fondos no se le volvió a consultar.
 
El manejo del dinero quedó totalmente al arbitrio del arzobispo, quien tomó como una de sus primeras medidas, remodelar el edificio de la Curia Diocesana, gastando en ello más de un millón y medio de pesos, dejándolo al nivel de confort de las oficinas de las grandes empresas de la ciudad. Igualmente remodeló su casa, gastando en ello unos doscientos mil pesos en una primera etapa y todavía hace poco acaba de terminar una segunda etapa en la que se han invertido unos dos millones de pesos. Sabemos que las cantidades de dinero son siempre relativas, sus números absolutos no dicen nada. Estas cantidades deben valorarse en relación con diversas circunstancias, por ejemplo, el hecho de no someter a consulta esos proyectos, su proporcionalidad con el estado de la economía diocesana, que prácticamente se agotó en esos proyectos, la relación de esos proyectos con la situación económica difícil por la que estaba pasando la mayor parte de la gente y, sobre todo, el hecho de restringir de ahí en adelante el apoyo económico a las obras pastorales para las que ese dinero estaba destinado principalmente. Por ejemplo, se canceló toda ayuda a las parroquias pobres y a diversos organismos diocesanos.
 
Un hecho que llamó especialmente la atención fue que se negó rotundamente a financiar o al menos apoyar con la economía diocesana los trabajos del sínodo diocesano haciendo que éste se financiara con aportaciones extraordinarias de las parroquias. Por cierto, a este propósito quiso pedirles ayuda a los empresarios de Chihuahua, pero éstos, al ver que el sínodo carecía de planes y objetivos bien definidos, según el método de trabajo al que ellos estaban acostumbrados, ellos se negaron a colaborar. Junto con la falta de consulta y acuerdos con el ecónomo diocesano, JFA tomó otra medida para controlar personalmente la economía diocesana: nombró a una de sus religiosas encargada de manejar la economía, con un autoridad e ingerencia superiores a las del ecónomo y la cual recibe órdenes del arzobispo y a él sólo le rinde cuentas.
 
En noviembre de 1998 despidió de su cargo al ecónomo diocesano y nombró en su lugar a un sacerdote recién salido del seminario, a quien, además, nombró párroco de una parroquia foránea. Un señal clara de que la función del ecónomo es puramente decorativa. Sabemos que lo dicho en este capítulo es especialmente arriesgado por tratarse de un tema tan delicado como es el del dinero. No queremos de ninguna manera hacer afirmaciones falsas y calumniosas, pero sí estamos preocupados por lo que alcanzamos a ver. En todo caso, así como JFA es muy solícito en hacer auditorías a diversos organismos de la diócesis, auditorías de cuyos resultados en no pocas ocasiones no informa a los interesados, sería muy conveniente que por orden de la autoridad superior de hiciera una auditoría a la economía diocesana y al manejo personal que de ella hace el arzobispo.
 

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