Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
Introducción
 
 1. El 11 de octubre de 1992, el Papa Juan Pablo II entregaba a los fieles de todo el mundo el Catecismo de la Iglesia Católica, presentándolo como «texto de referencia» para una catequesis renovada en las fuentes vivas de la fe. A treinta años de la apertura del Concilio Vaticano 11(1962-1965), se cumplía de este modo felizmente el deseo expresado en 1985 por la Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos de que se compusiera un catecismo de toda la doctrina católica, tanto de la fe como de la moral. Cinco años después, el 15 de agosto de 1997, al promulgar la editio typica del Catechismus Ecclesiae Catholicae, el Sumo Pontífice confirmaba la finalidad fundamental de la obra: «Presentarse como una exposición completa e íntegra de la doctrina católica, que permite que todos conozcan lo que la Iglesia misma profesa, celebra, vive y ora en su vida diaria».
 
2. En orden a un mayor aprovechamiento de los valores del Catecismo y para responder a la petición del Congreso Catequético Internacional de 2002, Juan Pablo II instituía en 2003 una Comisión especial, presidida por mí, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con el en cargo de elaborar un Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, que recogiera una formulación más sintética de los mismos contenidos de la fe. Tras dos años de trabajo se preparó un proyecto de compendio, que fue enviado a consulta a los Cardenales y a los Presidentes de las Conferencias Episcopales. El proyecto, en su conjunto, obtuvo una valoración positiva por parte de la absoluta mayoría de cuantos respondieron. La Comisión, por tanto, procedió a la revisión del mencionado proyecto y, teniendo en cuenta las propuestas de mejora recibidas, redactó el texto final de la obra.
 
3. Tres son las características principales del Compendio: la estrecha dependencia del Catecismo de la Iglesia Católica, el estilo dialogal y el uso de imágenes en la catequesis. Ante todo, el Compendio no es una obra autónoma ni pretende de ningún lo sustituir al Catecismo de la Iglesia Católica: más bien remite a él constantemente, tanto con la puntual indicación de los números de referencia como con el continuo llamamiento a su estructura, desarrollo y contenidos. El compendio, además, pretende despertar un renovado interés y aprecio por el Catecismo, que, con su sabiduría expositiva y unción espiritual, continúa siendo el texto de base de la catequesis eclesial de hoy. Como el Catecismo, también el Compendio se articula en cuatro partes, respondientes a las leyes fundamentales de la vida en Cristo. La primera parte, titulada «La profesión de la fe», contiene una oportuna síntesis de la lex credendi, es decir, de la fe profesada por la Iglesia católica, tomada del Símbolo Apostólico, ulteriormente explicitado y detallado por el Símbolo Niceno-Constantinopolitano, cuya constante proclamación en la asamblea a cristiana mantiene viva la memoria de las principales verdades de la fe. La segunda parte, titulada «La celebración del misterio cristiano», presenta los elementos esenciales de la lex celebrandi. El anuncio del Evangelio encuentra, efectivamente, su respuesta privilegiada en la vida sacramental. En ella los fieles experimentan y dan testimonio en cada momento de su existencia, de la eficacia salvífica del Misterio pascual, por medio del cual Cristo ha consumado la obra de nuestra redención. La tercera parte, titulada «La vida en Cristo», presenta la lex vivendi, es ir, el compromiso que tienen los bautizados de manifestar en sus comportamientos y en sus decisiones éticas la fidelidad a la fe profesada y celebra. Los fieles, en efecto, están llamados por el Señor Jesús a realizar las obras que se corresponden con su dignidad de hijos del Padre en la caridad Espíritu Santo. La cuarta parte, titulada «La oración cristiana», ofrece una síntesis de la lex orandi, es decir, de la vida de oración. A ejemplo de Jesús, modelo perfecto de orante, también el cristiano está llamado al diálogo con Dios en la oración, de la que es expresión privilegiada el Padre nuestro, la oración que enseñó el mismo Jesús.
 
4. Una segunda característica del Compendio es su forma dialogal, que reupera un antiguo género catequético basado en preguntas y respuestas. Se trata de volver a proponer un diálogo ideal entre el maestro y el discípulo, mediante una apremiante secuencia de preguntas, que implican al lector, invitándole a proseguir en el descubrimiento de aspectos siempre nuevos de la verdad de su fe. Este género ayuda también a abreviar notablemente el texto, reduciéndolo a lo esencial, y favoreciendo de este modo la asimilación y eventual memorización de los contenidos.
 
5. Una tercera característica es la presencia de algunas imágenes, que acompañan a la articulación del Compendio. Provienen del riquísimo patrimonio de la iconografia cristiana. De la secular tradición conciliar aprendemos que también la imagen es predicación evangélica. Los artistas de todos los tiempos han ofrecido, para contemplación y asombro de los fieles, los hechos más sobresalientes del misterio de la salvación, presentándolo en el esplendor del color y la perfección de la belleza. Es éste un indicio de cómo hoy más que nunca, en la civilización de la imagen, la imagen sagrada puede expresar mucho más que la misma palabra, dada la gran eficacia de su dinamismo de comunicación y de transmisión del mensaje evangélico.
 
6. Cuarenta años después de la conclusión del Concilio Vaticano II y en el año de la Eucaristía, el Compendio puede constituir un ulterior instrumento para satisfacer tanto el hambre de verdad de los fieles de toda edad y condición, como la necesidad de todos aquellos que, sin serlo, tienen sed de verdad y de justicia. Su publicación tendrá lugar en la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia Universal y evangelizadores ejemplares en el mundo antiguo. Estos Apóstoles vieron lo que predicaron, y dieron testimonio de la verdad de Cristo hasta el martirio. Imitémosles en su impulso misionero, y roguemos al Señor para que la Iglesia siga siempre las enseñanzas de los Apóstoles, de quienes ha recibido el primer anuncio gozoso de la fe. Domingo de Ramos, 20 de marzo de 2005. JOSEPH Card. RATZINGER Presidente de la Comisión especial

 

 

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