Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
¡YA NO TIENEN VINO!
Comentario a Juan 2,1-11, evangelio del domingo 17 de enero del 2010, 2º del tiempo ordinario.
Pbro. Carlos Pérez Barrera
 
    En el segundo domingo del tiempo ordinario, la Iglesia nos ofrece siempre un pasaje del evangelio según san Juan, para enseguida pasarnos al evangelio sinóptico correspondiente los siguientes domingos de este tiempo litúrgico. En el ciclo A proclamamos la presentación que el Bautista hace de Jesucristo; en el ciclo B, la vocación de los primeros discípulos; y en el C, en el que estamos, las bodas de Caná.
     ¿Qué nos trae a la mente la palabra boda?
     Ilusión color de rosa, en el caso de muchas jóvenes; fiesta, alegría, convivencia, fraternidad para el resto de la familia y la comunidad; proyectos, el empezar una familia, el surgir de la nueva vida; tantas cosas tan positivas.
     Con toda esta carga positiva entremos al evangelio. Jesús, su madre y sus discípulos fueron invitados a una fiesta de bodas. ¡Qué bonito! Para empezar hay que decir que este grupo no tiene apariencia de clérigos de esos que conocimos hasta hace unos años, a los que sólo vemos encerrados y ceñidos a las cosas de la religión, apretaditos y bien recortaditos. No. Jesucristo y los suyos se hacen presentes en una fiesta del pueblo. Caná era una población pequeña, a unos cuantos kilómetros al norte de Nazaret.
     Este pasaje me trae a mí en lo personal muchos recuerdos de mis años de sacerdote rural: las bodas de los ranchos. Quizá hoy día ya no se celebren como hace unas décadas, con ese sabor campirano, con esas ilusiones con que las muchachas se preparaban desde su niñez, no sólo para ese día de fiesta, con su vestido blanco, sino para salir de casa y dejar su anterior familia con el príncipe de sus sueños. Y lo mismo hay que decir de los muchachos, que se imaginaban llevarse el mejor de los regalos de su vida. Y muchas veces así se cumplía.
     Pues bien, con toda esa ilusión, con toda esa carga de sentimientos tan positivos, se acerca su madre a Jesús para comunicarle una triste noticia: "ya no tienen vino”. Hay que hacer notar que el evangelista san Juan no le llama milagros a las obras de Jesús, sino signos. Esta palabra nos traslada espontáneamente a lo que hay más al fondo de las obras de Jesús, nos obliga a no quedarnos en la superficie, en el exterior, a no permanecer en la mera admiración de que Jesucristo tenía poder para convertir el agua en vino.
     El vino no es, en este pasaje, solamente un ingrediente de los varios que puede tener una fiesta de pueblo. El vino es toda la fiesta. Ésta es la fuerza que nosotros sentimos en esta frase: ya no tienen vino. Se refiere a la vida del pueblo, a la religión judía concretamente, y en general a todo el sabor de este mundo y de esta humanidad.
     Así es. La religión del pueblo ha perdido su sabor, se ha agotado su labor salvífica. La religión judía se ha vuelto desabrida, insípida, estéril, vacía. Se ha tornado rígida, cuadrada, estructurada. Y hay que decir que cualquier semejanza con la Iglesia de hoy no es mera coincidencia.
     Así llega Jesús a Caná que aquí representa a todo nuestro mundo. Dios creó todo este universo fantástico. Aún no sabemos si estamos solos en la creación, si no hay vida, sobre todo inteligente en algún otro lejano planeta, cerca de alguna estrella como nuestro sol. Pero la vida humana es en verdad la gran maravilla de la creación de Dios. Y sin embargo, se ha acabado el vino, se ha terminado el ingrediente de la fiesta, la tragedia, el dolor, la destrucción nos invaden. Y la religión, el vehículo privilegiado de Dios para comunicar su gracia, su salvación, ha dejado de cumplir su función.
     Los sirvientes actuales parece que no saben de dónde viene el vino nuevo, y se aferran, o nos aferramos a nuestros esquemas caducos, vacíos, a nuestras leyes, a nuestras "verdades”, entre comillas, que son las que nos dan seguridad, pero no nos devuelven la alegría de la salvación.
     Bien nos dice el evangelista que esta fue la primera de las señales de Jesús, y sus discípulos creyeron en él. Ahí está la clave, en volver a Jesús. Quitémosle su sentido trillado a esta frase. Se trata de volver al verdadero Jesús, al de los evangelios, al que nos impactó cuando nos llamó aquel primer día, aquella tarde de la hora décima (Juan 1,39), al Jesús de las fiestas, al Jesús de Galilea, al rodeado de los pecadores, de la mujeres y los niños, al Jesús del campo, no al de las catedrales y los palacios clericales, no al Jesús de las nubes o del aire que nos hemos fabricado, sino al de los evangelios. Ése es nuestro vino nuevo, la fiesta de Dios para esta pobre humanidad.
 
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HAITÍ.-
     Nos ha golpeado esta semana, el martes por la tarde, la noticia del temblor en Haití, una de las poblaciones más pobres del orbe. Las imágenes nos mueven a la compasión. Se habla de 3 millones de damnificados, de decenas de miles de muertos. Para hacer efectiva la solidaridad de los católicos, nuestra Iglesia cuenta con un canal más que confiable, Cáritas Mexicana. Con seguridad en todas las misas de hoy se nos estará invitando a cooperar con estos hermanos nuestros. Lo mejor es aportar nuestro apoyo económico, por la dificultad del traslado de los víveres que se necesitan.
 

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