Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
"BIENAVENTURADOS LOS POBRES”
Comentario a las lecturas del domingo 14 de febrero del 2010, 6º ordinario. Lucas 6,17-26.
Carlos Pérez B. Pbro.
 
     Hoy escuchamos de labios de Jesucristo en dónde y en quiénes se encuentra la verdadera felicidad, esa felicidad a la que todos aspiramos.
     Contamos con dos listados de las bienaventuranzas de Jesús. ¿Recuerdan ustedes en cuáles evangelios está cada una? … Las que nos ofrece san Mateo cap. 5 se refieren más a actitudes, mientras que las que nos ofrece san Lucas cap. 6 se refieren más a situaciones dadas. Por ejemplo la primera: en Lucas, Jesucristo dice "bienaventurados los pobres”, sin apellidos, mientras que en Mateo, Jesús dice "bienaventurados los pobres de espíritu”. En Lucas, Jesús dice "bienaventurados los que tienen hambre”, y en Mateo, "bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”. Aquí no se trata de ver cuál de las dos listas es la verdadera o la más conforme con la enseñanza de Jesús, sino darle crédito a ambas. Las comunidades creyentes de Mateo y Lucas acogieron en su corazón y en su vida la doctrina de Jesús y cada una las entendió en sus circunstancias. Y cada evangelista las encajó en sus propios planes de anuncio de la Buena Nueva de Jesús.
     Así es que nosotros, que recibimos ambas tradiciones, nos alegramos de contar con una riqueza más amplia de la enseñanza de Jesús. Así decimos que tan bienaventurados de Dios son los pobres como los pobres de espíritu, porque así nos lo enseña nuestro Maestro; tan bienaventurados con la bienaventuranza de Dios son los que tienen hambre como los que tienen hambre y sed de justicia.
     La bienaventuranza es una exclamación muy utilizada en toda la Sagrada Escritura. Así comienza el salterio (los salmos): "dichoso el hombre… que se complace en la ley de Yahveh” (Salmo responsorial de hoy). En los evangelios se ve que el pueblo la utilizaba comúnmente: recordemos a aquella mujer que entre la multitud le gritó a Jesús "¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!” (Lucas 11,27). O aquel hombre que en una comida le dijo "¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!” (Lucas 14,15). Así es que vemos a Jesucristo insertado en toda una tradición de un pueblo creyente que vive el espíritu de la bienaventuranza, de la felicidad, que no hay otra más que la de Dios.
     ¿Por qué dice Jesús que bienaventurados son los pobres? ¿Tiene sentido decir que felices son los que lloran? ¿Y los que tienen hambre? Si así fuera, todo mundo quisiera, se moriría por ser pobre, por ser hambriento o sufriente. Pero la verdad es que todo mundo quiere lo contrario: ser rico, todos soñamos con ser ricos, con tener dinero, comodidades, propiedades. Decimos que por lo menos queremos que no nos falte nada, cuando la verdad es que buscamos tener todo lo que tienen los demás.
     ¿En dónde está pues la felicidad de los pobres? Tratando de fingir buenos sentimientos, nosotros decimos que los pobres son más felices porque no se complican tanto la vida, porque no tienen problemas tan grandes como la gente de dinero, porque no sufren ataques al corazón cuando sus finanzas andan mal, porque se contentan con poco, saben vivir al día. Incluso decimos que la gente pobre es más buena, que tiene mejor corazón que la gente rica.
     Mucho hay de cierto en todo lo anterior. Pero creo que nuestro Señor no se refiere a eso. Jesucristo sabe leer más hondo que nosotros. Nuestra mirada es siempre superficial, sólo vemos las cosas por encima. En sus bienaventuranzas, Jesucristo nos dice cómo es Dios y cómo son o deben ser los seres humanos.
     Los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, son bienaventurados, dichosos o felices porque gozan del favor de Dios, porque están en el corazón de Dios. En las bienaventuranzas, como en el resto del evangelio, Jesucristo nos habla de la gratuidad de Dios: Dios ama a los pobres gratuitamente, como a los pecadores, a los enfermos. Precisamente los que menos tienen con qué corresponder, gozan del favor de Dios. En ellos se deja ver con más nitidez la gracia de Dios. Los pobres no tienen con qué pagar nada. Dios los ama gratuitamente.
     Al contemplar el corazón de Dios nos contemplamos a nosotros mismos: si Dios ama a los pobres gratuitamente, a los que sufren, ¿no vemos ahí nuestra vocación más honda, el llamado que Dios nos hace para ser como él? Si amáramos a los pobres, si nos hiciéramos pobres con los pobres, si pasáramos hambre con los que tienen hambre, si supiéramos participar de los sufrimientos de los sufrientes, yo les aseguro que seríamos inmensamente felices. Al menos eso vemos en Dios, él es feliz amando gratuitamente a los que no tienen nada que dar. Jesucristo fue inmensamente feliz, por eso se atreve a aventar bienaventuranzas a diestra y siniestra, porque se hizo pobre entre los pobres, porque asumió el sufrimiento de esta pobre humanidad, hasta la muerte.
     En contraparte a las bienaventuranzas, Jesucristo nos habla de las desventuranzas: ay de los ricos, de los satisfechos, de los que se la pasan suave, de los alabados por todo mundo. Estas palabras tan fuertes de nuestro Señor, el verdadero profeta perseguido por los poderosos hasta la muerte, son una invitación enérgica a la conversión, al cambio de vida y al cambio de mundo, de esta estructura económica que nos está castigando.
 

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