Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
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DESIGNABAN PRESBÍTEROS EN CADA COMUNIDAD
Miércoles 5 de mayo del 2010
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Estamos en esta semana los sacerdotes y diáconos en reunión general del clero.
     Esta mañana el expositor (no recuerdo su nombre), que ha sido maestro en la Universidad Pontificia de México, nos compartía esta mañana un tema fundamental: la historia del ministerio o actividad sacerdotal desde la Biblia hasta nuestros días. Todos debemos ponernos acordes con la manera como nuestra Iglesia quiere entender y vivir el ministerio de los sacerdotes, que depende desde luego de la manera como la Iglesia quiere entenderse a sí misma, porque estamos volviendo a nuestros orígenes, es decir, a la voluntad de nuestro fundador, Jesucristo nuestro señor.
     Tradicionalmente al sacerdote se le ve separado de la comunidad, como el encargado de las funciones sagradas: él es el que celebra la misa, el que bautiza, casa y hace los funerales. El Papa, los obispos y los sacerdotes, son los que deciden todo en la Iglesia, sólo ellos tienen la palabra, sólo ellos leen y entienden la Biblia… y de ahí poco falta para que la gente piense que son los que están más cerca de Dios y nomás a ellos los escucha.
     Este tipo de sacerdote es en realidad una deformación de la comunidad que fundó nuestro Señor Jesucristo. En la Iglesia de Jesucristo todos somos discípulos suyos, discípulos de su Palabra, todos somos enviados a predicarla y a testimoniarla con toda nuestra vida. Todos los cristianos somos el Cuerpo viviente de Jesucristo, que en nosotros continúa enseñando, sanando, salvando y levantando a este pobre mundo postrado como los enfermos del evangelio.
     ¿Y el sacerdote, cuál es su lugar en esta Iglesia? Su papel es presidir, encabezar a la comunidad, tanto en la escucha y la enseñanza, como en la celebración y en el caminar del pueblo de Dios, y en su misión de salir al mundo. Cristo es el que preside y encabeza a la Iglesia, y el sacerdote hace visible y eficaz esta presidencia. El papel de la comunidad eclesial, no sólo el sacerdote, es encarnar a Cristo en medio del mundo, porque este mundo no ve a Cristo, nos ve a nosotros los cristianos todos que le damos cuerpo. Y como todo cuerpo necesita una cabeza, ése es el lugar del sacerdote. Hablando de ese lugar, preferimos llamarle "presbítero”.
     Entender este rol del sacerdote y esta manera de ser Iglesia, requiere de todo un cambio radical de mentalidad, de corazón, de costumbres.
     1- El sacerdote tiene que despojarse a sí mismo de esas ideas antiguas que le concedían cierta dignidad frente a los demás cristianos, que lo hacían un ente separado de la comunidad creyente, que lo obligaban a vivir un catolicismo de otro tipo, a tomar distancia de la gente, a retirarse de las cosas del mundo, a ser como una especie de monje de convento que de vez en cuando se encuentra con la comunidad para administrarles alguna acción sagrada. El sacerdote no es eso, sólo camina delante en el servicio o ministerio que Cristo le ha encomendado, como el pastor que conduce a las ovejas, en la conciencia de que él mismo es oveja de Jesús.
     2- Este cambio de mentalidad, para que sea efectivo en cada sacerdote, requiere de un cambio radical también en todos los fieles laicos. Necesitamos trabajar mucho para llegar a tener comunidades vivas, de manera que sea la comunidad la que tenga conciencia de que es ella, como iglesia en pequeño, la que celebra la Eucaristía o Misa con la presidencia de un presbítero, la que se reúne para acoger a una persona que es admitida en la Iglesia por el bautismo, con la presidencia de un presbítero o diácono, la que celebra y testifica el compromiso matrimonial de una pareja de contrayentes, con el testimonio cualificado de un presbítero o diácono. No es lo mismo que poner al sacerdote a dar misas, y bautizar, y casar, hacer funerales. Son dos cosas distintas. La Misa y los demás sacramentos no le tocan hacerlos al sacerdote, sino a toda la comunidad que se reúne para celebrarlos, bajo su presidencia.
     3- Este cambio de mentalidad tiene que tocar a nuestra jerarquía suprema de la Iglesia. Porque mientras no cambie la manera de designar presbíteros para las comunidades, como lo escuchamos bellamente en la primera lectura de este domingo pasado, sólo tendremos presbíteros para parroquias muy grandes, muy pobladas, y la gente seguirá viendo al sacerdote como el encargado de las funciones sagradas. Y esos sacerdotes seguirán formándose en seminarios y en ambientes que los distancian de la vida de los cristianos, en vez de que las mismas comunidades sean viveros fecundos de los ministerios.
     San Pablo y su equipo, nos dice san Lucas en el libro de los Hechos de los apóstoles, fundaba comunidades cristianas y designaba presbíteros en cada una de ellas. Vea Hechos 14,23.
 

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