Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
DIOS LE EXALTÓ Y LE OTORGÓ EL NOMBRE, QUE ESTÁ SOBRE TODO NOMBRE
Comentario a Lucas 24,46-53 y Hechos 1,1-11, lecturas del domingo de la ascensión del Señor, 16 de mayo del 2010
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Para el tiempo litúrgico de la pascua, la Iglesia sigue la cronología de san Lucas, en los dos libros de la Biblia que se atribuyen a él: el evangelio y el libro de los Hechos. San Lucas es el que nos habla que Jesús se estuvo apareciendo durante 40 días a sus discípulos después de resucitar y les estuvo hablando del Reino de Dios. Al cabo de esos días fue levantado a los cielos, a la vista de ellos. Luego, a los cincuenta días de su resurrección, vino el Espíritu Santo sobre los discípulos. Los otros evangelistas nos presentan estos acontecimientos el mismo día de la resurrección, incluyendo san Marcos, cuyo capítulo 16 no le pertenece, sino que es tradición lucana.
     Los números de 40 y 50 nos hablan de plenitud, por lo que en definitiva, coinciden los cuatro evangelios. Lo importante pues no es pues el calendario y sus símbolos, sino el hechos, los acontecimientos, y lo que éstos significan dentro del Plan de salvación del Padre eterno para este mundo.
     Si seguimos la simbología de san Lucas, diremos pues que Jesucristo subió a los cielos después de resucitar, como plenitud de su obra que pasó por la pasión, la cruz y la muerte. Su resurrección es la consumación del plan de Dios, quien dicta siempre la última palabra sobre el acontecer de este mundo, y su última palabra es la vida, la vida en comunión del Creador con sus criaturas.
     Es san Lucas el que nos habló al principio de su evangelio del abajamiento del Hijo de Dios, quien nació en un pesebre, como el más pobre de los pobres, y quien primero fue un artesano pueblerino para después pasar a ser un predicador ambulante, de las comunidades pobres de la marginada de Galilea: amigo de pecadores, de prostitutas, sanador de enfermos y endemoniados, encarnación de un Dios cercano y sencillo como no lo presentaban los escribas y fariseos, ni las principales autoridades del pueblo.
     Este Jesús, el Hijo de Dios, terminó sus días crucificado como un delincuente a cargo de los poderes humanos. Pero, nos dice san Pablo bellamente en una de sus cartas:
     "El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2,6-11).
 

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