Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
¿QUIÉN ES NUESTRO SER MÁS QUERIDO?
Domingo 26 de junio del 2011, 13º ordinario
Comentario a Mateo 10,37-42.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Terminado el tiempo de pascua, regresamos, en esta parte del tiempo ordinario, a la lectura continuada de los domingos del evangelio según san Mateo. Estamos en el capítulo 10. Al finalizar el capítulo 9, san Mateo nos decía: "Y al ver a la muchedumbre, (Jesús) sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: La mies es mucha y los obreros pocos. Rueguen, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies".
     A renglón seguido, el evangelista continúa diciendo que Jesucristo llamó a sus doce discípulos para enviarlos precisamente a esa muchedumbre que parecía estar sin pastor. Esto quiere decir que la compasión de Jesús no se queda como algo muy íntimo. Jesucristo no se queda en los meros buenos deseos sino que pasa a las soluciones. Si los pueblos pobres de Galilea no tienen pastores, él les enviará a sus doce discípulos, pero no los enviará así nomás al aventón, sino que les dará formación, instrucciones y advertencias para que vayan, no en el nombre de ellos, sino en su nombre.
     Este capítulo 10 es el segundo discurso de Jesucristo en el evangelio según san Mateo, el discurso apostólico. Entre muchas otras instrucciones, les dice éstas que proclamamos en la Misa de hoy. Todas las instrucciones de este capítulo penden de esta convicción evangélica: "llamando a sus doce discípulos". El Maestro es el que llama y el que envía, él es el que hace a sus discípulos y a sus apóstoles. No existe, como muchos quisieran, una estructura o un esquema ya bien determinado de religión en el que uno se pueda mover y caminar sin consultar a nadie. No. El discípulo y apóstol depende del llamado del Maestro, él es el que llama, el que da facultades, el que da instrucciones, el que camina delante. Tomar un camino propio es dejar de ser discípulo y apóstol de tal Maestro.
     Bien. Qué nos dice Jesús ahora. Convendría que ustedes releyeran todo el capítulo 10 de san Mateo para que se den una visión integral de las instrucciones de Jesús. Hoy nos dice: El que ama a sus seres queridos más que a mí, no es digno de mí.
     Esto es fácil de decir, pero yo me invito y los invito a todos a que nos detengamos a revisar si las cosas son así. Con mucha facilidad podemos afirmar que sí amamos a Jesús más que a nadie, más que a papá y mamá, más que a nuestros hijos. Incluso yo añadiría, más que a mi novia o a mi novio, a mis amigos de diversión. Pero los buenos pensamientos y las buenas palabras no siempre son una realidad. Comprobemos en la vida en qué lugar tenemos colocado a Jesús, cuánto tiempo le dedicamos a él personalmente, cuántas energías, de qué somos capaces por él. Y luego comparemos con lo que hacemos por nuestros seres más queridos, cuánta atención y tiempo les concedemos. Permítanme aludir, para ayudarles a su revisión personal, a las cosas que siempre repetimos: ¿asistes todos los domingos a Misa? ¿Lo haces por obligación religiosa o por amor a Jesús sacramentado y a su cuerpo que es la comunidad eclesial?; ¿Cuánto tiempo diario dedicas a estudiar la persona de Jesucristo en los santos evangelios? Compara con el tiempo que le dedicas a la tele y a otras diversiones o pasatiempos, que si lo haces con tus seres queridos está bien, pero si Jesús recibe menos atención, entonces ya no está tan bien. A veces los católicos nos justificamos a nosotros mismos diciendo frases aparentemente muy sabias como: primero la obligación y después la devoción. Y colocamos a Jesucristo en el conjunto de nuestras devociones, y no como la gran opción de nuestras vidas. Este jueves pasado tuvimos la procesión del Corpus. Cuánta gente nos vio pasar por las calles de nuestra colonia, con tanta indiferencia. Para ellos no era Jesús sacramentado, ni los que lo acompañábamos, su Cuerpo eclesial.
     Cómo nos hace falta a los católicos leer y meditar despacio esta enseñanza e instrucciones de nuestro Señor. Porque, como con tanta frecuencia lo repetimos, nos hemos hecho una religión muy light, muy ligera, sin exigencias, sin formación, con solamente actos piadosos y muy esporádicos. Ser cristiano no consiste en eso. Hay que preguntarle a Jesucristo qué es lo que nos pide él.
     Más delante, en este mismo evangelio según san Mateo, en el capítulo 22, un fariseo le preguntó sobre el mayor de los mandamientos de la ley de Dios. Jesús respondió que hay dos niveles muy claramente distintos de amor, de dirección, de intensidad: el amor a Dios y el amor al prójimo, este último amor en el que entran los seres queridos, los pobres, los enemigos, los hermanos de la familia eclesial. Hay que amarlos a todos. A Dios ¿cómo hay que amarlo? Nos dice Jesús en el capítulo 20 de este evangelio: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mateo 22,37-39).
     Fíjense que hay que amar a Dios por sobre todas las cosas, por eso Jesús nos pide hoy una total preferencia por él. No se trata, para ser cristiano, de poner a Jesús al nivel de los seres queridos, ni siquiera el más querido de los seres queridos, sino por encima de todo y de todos.
 

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