Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
SALVAR AL HERMANO
Domingo 4 de septiembre del 2011, 23º ordinario
Comentario a Mateo 18,15-20.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Como lo hemos comentado en otras ocasiones, el evangelio de san Mateo se distingue claramente por sus cinco discursos de Jesucristo. Estos son: 1º- el sermón de la montaña, 2º- las instrucciones para el envío de sus apóstoles, 3º- el mensaje en parábolas, 4º- las instrucciones para la vida en comunidad, y 5º- el mensaje sobre los últimos tiempos.
     Ahora nos toca proclamar un fragmento del cuarto discurso. De las varias partes en que podemos dividir este capítulo, vamos a repasar sólo dos: hoy domingo y el siguiente.
     Jesucristo, cumpliendo con su misión de ser nuestro Maestro, nos educa en la vida de comunidad. No nos da un reglamento completo y detallado, sólo algunos principios que debemos ir adaptando con el paso del tiempo, según las circunstancias y características de cada comunidad. Pero por ser principios fundamentales, están en la base de nuestra convivencia como Iglesia, en pequeñas comunidades y en la gran comunidad que formamos todos.
     Primero nos dice Jesús quién es el mayor en el Reino de los cielos. Esto vale tanto para la sociedad como al interior de la Iglesia: debemos cambiar y hacernos pequeños. Luego, a propósito de los más pequeños en la Iglesia (y también en la sociedad), nos advierte Jesús sobre el escándalo hacia ellos. Pocas veces vemos a Jesucristo tan severo como en estos versículos: más le vale al escandalizador que le cuelguen al cuello una gran piedra y que lo arrojen en el mar. Aquí se nos vienen a la mente los escándalos por los que hemos pasado como Iglesia y la torpeza como se han manejado desde la jerarquía, tratando de minimizarlos en bien de cubrir nuestras apariencias y terminando por afectar los derechos de las víctimas.
     Tampoco se proclama hoy la parábola de la oveja perdida, la cual ilustra muy plásticamente la corrección fraterna que le sigue. Todo esto conviene que ustedes lo lean en su casa, para comprender mejor todo el capítulo y no quedarnos con mosaicos aislados del mensaje de Jesús.
     Lo que nos enseña el pasaje de hoy es una regla o instrucción evangélica que supone un cierto ambiente de pequeña comunidad de vida cristiana. En una comunidad masiva como la que actualmente vivimos en la Iglesia, es difícil llevar a la práctica estas enseñanzas. Por ejemplo, la gran mayoría de nuestros católicos van a misa ocasionalmente, sólo esa relación guardan con el resto de su hermanos católicos. Las demás prácticas religiosas son de tipo individual: rezos, persignadas, imágenes, medallas. Todo esto no nos pone en contacto con los demás católicos. Nuestros contactos son más bien de tipo social, laboral, vecinal, pero ahí no nos identificamos como cristianos.
     Así es que imagínense ustedes que estamos organizados en pequeñas comunidades, en pequeños grupos, de 20, 50, 100 personas o familias. Yo les insisto mucho a las catequistas que creen ese ambiente de pequeña comunidad en sus grupos de jóvenes y de niños, para que con esa experiencia, se vayan capacitando, sin teorías sino con la práctica, en la vida cristiana de pequeña comunidad. Por cierto que ésta es una de las cinco prioridades de nuestro Plan Parroquial, y es una de las prioridades de nuestra Iglesia latinoamericana a partir del documento de Aparecida y la Misión continental: Construir la Iglesia como casa y escuela de comunión. Formar pequeñas comunidades de vida cristiana.
     En este ambiente de pequeña comunidad es como mejor se pueden comprender y poner en práctica estas instrucciones de nuestro Señor, aunque también afectan a toda la vida de Iglesia. ¿Qué nos enseña Jesucristo?
     Que cuando alguno de nosotros cae en el pecado (es la oveja perdida a la que el pastor sale a buscar, porque se trata de rescatarla, no de condenarla), lo que debemos hacer los demás es seguir los siguientes pasos: 1º- Hablar con el hermano que ha caído en desgracia, de manera personal y fraterna. Hacerle ver su falta. Podemos pensar que quien debe hacer esta primera tarea es alguien cercano afectivamente al hermano. Llegar al corazón será siempre lo mejor. 2º- Si este hermano que ha cometido el pecado no entra en razón, hay que llevar a dos o tres testigos. Todo esto nos lo está diciendo nuestro Señor, no son mandamientos de la Iglesia. Hay que pensar y llevar siempre en mente que se trata de rescatar al hermano. 3º- Si el hermano pecador no hace caso ni ante testigos, entonces hay que llevar el caso ante la comunidad. Aquí el evangelista nos ofrece la palabra "iglesia”. ¿A qué nivel de iglesia se refiere nuestro Señor? Pensamos que se trata de la pequeña comunidad, la de las 20 ó 100 personas que la integran, al menos en un primer momento, pero también se puede llevar el caso, si la gravedad del asunto lo amerita, a la gran comunidad. 4º- Dado el caso de que el pecador no quiera recapacitar, entonces sí viene la decisión dolorosa de excluir al hermano de la vida de la comunidad. Esta decisión, dice Jesús, es avalada en el cielo, también la del perdón. 5º- Gracias a Dios que siempre hay que dejar abierta la puerta de la Iglesia o comunidad para que el hermano pueda retornar a su seno cuando tome conciencia de sí mismo. Es el paso de la reconciliación, del perdón hasta 70 veces 7, del que nos va a hablar Jesucristo el próximo domingo. La jerarquía de la Iglesia, con el tiempo, reglamentó esta práctica en la manera como celebramos el sacramento de la confesión. Jesucristo no nos dice cómo lo hagamos ni quién lo haga, pero sí que ejerzamos nuestra capacidad de perdonar que es tan efectiva aquí en la tierra como en el cielo.
     Con esta dinámica evangélica sin lugar a dudas que nos ayudamos unos a otros a ser más Iglesia y más cristianos.
 

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