Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
¿RELIGIÓN DE IMÁGENES, DE TRADICIONES HUMANAS O DE ESCUCHA DE LA PALABRA?
Comentario a Marcos cap. 7, versículos 1-8. 14-15. 21-23.
Domingo 22º ordinario
2 de septiembre de 2012
 
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
 
     Terminamos el capítulo 6 de san Juan y ahora volvemos a nuestra lectura continuada del evangelio según san Marcos. Coincidiendo con el inicio del mes de la Biblia, las tres lecturas nos convocan a colocar en la base de nuestra fe la escucha y la puesta en práctica de la Palabra de Dios, porque en esa Palabra encontramos la vida, esa Palabra es nuestra salvación. Los invito a repasar el capítulo 4 del Deuteronomio, ahí se nos habla de que nuestro Dios no es una imagen muda sino un Dios que habla: "Israel, escucha los mandatos y preceptos que te enseño, para que los pongas en práctica y puedas así vivir… Guárdenlos y cúmplanlos porque ellos son la sabiduría y la prudencia de ustedes a los ojos de los pueblos… enséñaselos a tus hijos, y a los hijos de tus hijos (v. 10)… Yahveh les habló de en medio del fuego; ustedes oían rumor de palabras, pero no percibían figura alguna, sino sólo una voz (v. 12)”.

     Dios, por medio de Moisés, le insiste a su pueblo que la relación que ellos van a tener con él es una relación de escucha de su Palabra, no tanto de una relación de culto a imágenes. Esto es muy importante. Espero que nadie piense que se trata de un mensaje protestante. Hay una diferencia y una distancia enorme entre una religiosidad que se finca en la devoción de las imágenes y la vida de fe que se finca en la escucha y la obediencia a la Palabra de Dios.

     Esta no es la clásica discusión de si estás o no adorando a un ídolo en la imagen de algún santo o del mismo Jesucristo. Ésta es otra discusión. Se trata de ver si tu religión está cimentada o centralizada en una imagen que no te dice nada, o en la obediencia a una Palabra que sí te dice cómo se debe conducir tu vida, y en la cual Dios mismo se revela, mejor que en cualquier imagen.

     Las imágenes no son malas, siempre y cuando las pongamos en el lugar que les corresponde en nuestra vida de fe. Si la Palabra de Dios no se ve sustituida por ellas, sino por el contrario, la escucha de la Palabra del Maestro es colocada en la base, en el cimiento de la vida del discípulo, entonces todo lo demás será relativo a esa escucha.

     Pero si tu religiosidad se apoya en alguna devoción, entonces estarás dejando de lado lo más importante. Es lo que le pasaba a los escribas y fariseos, y ahí precisamente radica la llamada de atención tan fuerte que les hace nuestro Señor, a ellos y a nosotros.

     El apóstol Santiago, por su parte, nos dice: "Acepten dócilmente la palabra que ha sido sembrada en ustedes y es capaz de salvarlos. Pongan en práctica esa palabra y no se limiten a escucharla”. Esta carta apostólica nos insiste en las obras de la fe. La sola escucha de la Palabra no es salvación, sino el llegar a la obediencia a esa Palabra.

     En el caso de escribas y fariseos la discusión no estaba entre Palabra e imágenes, sino entre Palabra y tradiciones humanas, que es algo parecido. Los escribas, que eran de alguna manera dirigentes de la religiosidad del pueblo, estaban sustituyendo la Palabra de Dios, sus mandamientos y preceptos, por palabras, mandamientos y preceptos de orden humano. Nuestro Señor Jesucristo, que tiene sus convicciones más bien colocadas en su mente y en su corazón, les hace este servicio de denuncia, con la ocasión que le proporcionan sus discípulos, de los cuales él era el Maestro, de ponerse a comer sin haber cumplido con el rito de purificarse las manos. En aquella cultura no se trataba simplemente de higiene, como les enseñamos a los niños, que se laven las manos antes de comer para evitar enfermedades. Entre los judíos, de tanta estrechez religiosa, se trataba más bien de un rito de purificación. Ya hemos visto en pasajes anteriores de este evangelio cómo eran enemigos de la impureza legal y ritual, por eso despreciaban y marginaban a los leprosos y demás enfermos, a las mujeres, a los extranjeros, a los pecadores, etc. Por ese prurito de purificación, no por higiene, se lavaban las manos hasta el codo y purificaban los platos y las ollas. A nuestro Señor esto le tenía sin cuidado, no vivía en esa obsesión de la pureza. Éste es el choque de dos mentalidades, de dos religiosidades antagónicas, de dos maneras opuestas de entender los caminos de Dios. Y la cuestión no está solamente en las manos sino en las personas. Con toda premeditación, alevosía y ventaja, el evangelista nos prepara con esta escena para los siguientes versículos, cuando Jesús va a pasar a tierra de paganos, a contaminarse con los extranjeros. Vean ustedes en su Biblia lo que sigue en el capítulo 7. Ahí es donde la pregunta de Jesús adquiere una grave importancia: ¿Qué es lo que hace impuro al ser humano?

     Antes, pregunta Jesús: ¿Qué es más importante, las tradiciones de los hombres o los mandamientos de Dios? Su respuesta es categórica. La Palabra de Dios, porque los hombres nos inventamos tantas cosas tan exterioristas, tan superficiales y tan pasajeras. Jesucristo nos hace mirar el corazón de las personas, lo fundamental, de ahí de las profundidades del corazón, no de la cáscara, salen las buenas o las malas intenciones. Jesucristo les quita la máscara a ellos en ese momento, y lo hace también con nosotros. Nos podemos sentar a la mesa con el cuerpo exteriormente muy limpio, y sin embargo, nuestra conciencia puede estar de lo más sucia. ¿No será más necesario purificar nuestra conciencia de una manera efectiva antes de sentarnos a la fraternidad y la convivencia?

     Jesucristo nos brinda la ocasión de ponernos a revisar nuestra vida de fe.

     Los católicos de la base: ¿Qué tanto estamos viviendo una religiosidad de imágenes o de tradiciones que nos hemos inventado nosotros mismos, o qué tanto estamos construyendo nuestra vida cristiana sobre la base de la escucha y la obediencia a la Palabra de Jesús?

     La jerarquía de nuestra Iglesia: ¿Cuántas tradiciones meramente humanas hemos dejado que penetren en nuestra estructura eclesiástica y las seguimos imponiendo como si fueran Palabra de Dios? ¿No será ya el momento de empezar a desmantelar esta cáscara eclesiástica para ponernos a edificar una Iglesia más evangélica, más acorde con la Palabra de Jesús?
 

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