Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
CANÁ, LA FIESTA DE DIOS PARA LOS POBRES
Comentario a Juan 2,1-11.
Evangelio del 2º domingo ordinario C
20 de enero del 2013
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
 
     El 2º domingo ordinario, que en realidad es el 1º después del tiempo de Navidad, siempre proclamamos un pasaje de san Juan: el testimonio del Bautista en el ciclo A, el primer llamado a los discípulos en el ciclo B, y las bodas de Caná en el ciclo C, que es en el que estamos, para luego pasarnos al evangelio sinóptico correspondiente; en este año nos pasaremos al evangelio según san Lucas.

     San Juan no nos dice "en aquel tiempo”, sino "a los tres días”, con lo que completa, en la narración que viene llevando desde el versículo 19 del capítulo 1, la semana completa, los siete días. Si tomamos esta cronología como un nuevo Génesis, diríamos que el 7º día es el día del descanso del Creador, en este caso, es el día del recreo que viene a abrir el Hijo, el día de la recreación, de la nueva creación que comienza precisamente con él.

     Bellamente pues nos dice el evangelista: "a los tres días se celebraba una boda en Caná de Galilea”. ¿Qué tenía que ver una fiesta de bodas con el Hijo de Dios? Fue invitado junto con su madre y sus discípulos. Quizá a nosotros nos gustaría más ver a Jesucristo rezando en el templo de Jerusalén, derramando salvación para los que buscan a Dios en los lugares santos. Pero no, Jesús está presente en una fiesta de pueblo. Hay que decir que él no había ido a casar a los novios. Porque en ese caso sí nos explicaríamos su presencia como algo más normal. Se trataba de un pueblito de Galilea. Ni siquiera se puede localizar hoy día a este caserío, como tantos otros de aquel tiempo. Era la Galilea de los gentiles, como se pensaba en el mundo judío. Ahí vemos pues a Jesús.

     En esa fiesta de pueblo sucedió algo fatídico: se les acabó el vino, algo que sólo sucedía en las familias pobres. Es como decir ahora: se acabó la luz en la fiesta, o no llegó el conjunto musical, o no hicieron fiesta porque la familia no tenía dinero. El vino es el que le daba el toque de fiesta a las reuniones pueblerinas de aquel tiempo, como también sucede hoy día, aunque ahora abundamos en motivos y signos festivos. ¡Imagínense que se les acabara el único recurso que le daba sabor de fiesta a una fiesta! Pobres gentes, pobres novios, pobres familias de los novios, qué decepción para los invitados.

     La madre de Jesús se da cuenta y acude a su Hijo. Jesucristo habla de "su hora”, una expresión muy usada y muy cargada de contenido en este evangelio: es la hora de su entrega plena en la cruz, la hora de la salvación, la hora de Dios. Lo que quiere decir que sí era su hora, la hora de comenzar con esta Obra de Dios.

     Entonces Jesucristo hará algo inusitado para nuestra manera de ser tan religiosa: les va a brindar a los invitados vino en abundancia: ¡seis tinajas como de cien litros cada una! Quienes son aficionados al vino seguramente habrán sentido mucho gozo en su corazón y en su estómago. El vino, el pan, la luz, el agua son signos muy cargados de sentido en este evangelio, son el vehículo que utiliza el evangelista en boca de Jesús para hablarnos de la obra de Dios. De hecho hay que recordar que este evangelio no habla de milagros, sino de signos, lo que quiere decir que hay que estar atentos a lo que quieren comunicarnos esos signos. El pan, el vino, la luz, el agua, etc., son signos de vida, de alegría, de salvación. Esta señal del vino en las bodas de Caná nos va a hablar de la abundancia de vida, de alegría, de salvación de Dios para su pueblo, no sólo para este pobre pueblito de la marginada Galilea, sino para toda la humanidad, a partir precisamente de los más pobres, porque esto no sucedió en el sacrosanto templo de Jerusalén sino en un pueblito, en una casa, en una fiesta de marginados.
 

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