Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
HEMOS VISTO AL SEÑOR
Comentario a Juan 20,19-31, evangelio del 2º domingo de pascua
7 de abril del 2013
 
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Los judíos descansaban el sábado y se reunían en la sinagoga para escuchar la Palabra de Dios y sus correspondientes comentarios por parte de los escribas. Ése era para ellos el día sagrado, el día del descanso de Dios. Los cristianos, en cambio, nos reunimos el domingo. ¿A qué se debe ese cambio? A que Jesucristo resucitó el primer día de la semana. En el pueblo judío sólo el séptimo día tenía nombre, el shabat, los demás días sólo se conocían y nombraban por su número, del primero al sexto. Para nosotros, creyentes del Nuevo Testamento, tomó más importancia el día que Jesucristo resucitó. Desde luego que todo lo que Jesucristo enseñó sobre el sábado, que está por debajo del hombre, vale también para el domingo.

     "Domingo” viene del latín "Dóminus”, que quiere decir Señor, y eso queremos indicar con ese nombre: el día del Señor. Del segundo al sexto de nuestros días de la semana conservamos los nombres greco romanos: el día de la Luna, el día de Marte, el día de Mercurio, el día de Júpiter y el día de Venus. El sábado es nombre judío y domingo es nuestro nombre cristiano. En el país vecino del norte al domingo le dicen en inglés "el día del sol”. Posiblemente digan ellos que nuestro sol es Jesucristo.

     El evangelista san Juan nos platica cómo sucedieron las cosas ese primer día de la semana que Jesús resucitó, y también al octavo. Muy temprano sólo María Magdalena tuvo el privilegio de encontrarse con el Resucitado. Simón Pedro y el discípulo amado, que también habían ido al sepulcro, no lo vieron en la mañana porque se regresaron a casa.

     Sólo hasta la tarde los discípulos hicieron la experiencia de encontrarse con el Señor. No bastaba que María Magdalena les hubiera dado la noticia de haberlo visto. Igualmente era necesario que Tomás, el discípulo que no estaba el primer domingo, hiciera también la experiencia de encontrarse cara a cara con Jesucristo, y que incluso metiera sus dedos y su mano en las llagas de la crucifixión, porque cruz y resurrección siempre irán unidas. ¿Cómo podía ser apóstol (enviado), testigo de solamente una noticia que había recibido verbalmente? La incredulidad de Tomás, por eso, no nos parece negativa o anticristiana, al contrario, nos parece necesaria, para que sea Jesús el que personalmente nos invite a la fe: "no seas incrédulo sino creyente”. Dichosos los que creen sin haber visto, pero dichosos también los Tomases que tienen el privilegio de palpar las llagas de Jesús.

     Así nosotros, si queremos ser cristianos y testigos de su resurrección, nos reunimos cada domingo para vivir esa presencia resucitada de Jesucristo. Reavivamos esta escena evangélica que nos transmite la comunidad de san Juan. Cuando escuchamos la Palabra en la primera parte de la Misa es el Señor el que nos habla, es a él al que escuchamos. Así continúa él enseñándonos, continúa siendo nuestro Maestro y nosotros sus discípulos. Nunca dejamos de ser discípulos de tal Maestro.

     Luego nos sentamos a su mesa para que él nos diga de nuevo, como en aquel tiempo: "esto es mi Cuerpo entregado por ustedes”, "ésta es mi Sangre derramada por sus ustedes”. No es para nosotros una frase del pasado sino una palabra actual, porque Jesucristo continúa dando su vida por nosotros, y por todo el mundo, continúa comunicándonos su vitalidad salvadora. Jesucristo continúa dándonos el soplo de su Santo Espíritu y continúa enviándonos a llevar el perdón y la misericordia del Padre, porque a eso mismo había venido él.

     Seguimos reuniéndonos el domingo pero no con ese afán que los fariseos y escribas tenían por el sábado. A nosotros lo que nos interesa es la reunión en sí misma, podría ser cualquier otro día, si así nos pusiéramos de acuerdo. Para nosotros lo importante es el encuentro con Jesucristo vivo y actuante.

     Ahora que estamos en misión permanente, debemos retomar esta prioridad de cara a todos los católicos. No dejamos de pensar en que, en nuestro medio, sólo un 10% de los católicos asiste a Misa cada domingo. ¿Por qué no participan en la celebración dominical? Porque no han hecho la experiencia de encontrarse personalmente con Jesucristo resucitado. Y hacia ese objetivo deben enfocarse todas nuestras energías. No los invitemos simplemente a misa, como un acto meramente externo. Tomémoslos de la mano, comuniquémosles ese gozo de que nosotros nos hemos encontrado con Jesús y eso nos ha llenado de vida.

     Y más allá de los católicos, pensemos en todos los seres humanos que desde luego también están convocados a la Mesa de Jesús, para beneficiarse de su vida, de su salvación, de su alegría.

 
 

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