Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
EL MOTIVO DE NUESTRA ALEGRÍA
Comentario al evangelio del domingo 14º ordinario
7 de julio del 2013

Carlos Pérez Barrera, Pbro.

     En el capítulo 9, nos cuenta el evangelista que Jesucristo envió a los doce a proclamar el reino de Dios y a curar a las gentes. Ahora en el capítulo 10 nos habla de que envió a otros 72. Llamar y enviar a misión, por lo visto, es lo habitual en Jesús, porque quiere que su mensaje de salvación y de paz llegue a todos los seres humanos. Recordemos aquellas gentes que se le acercaron cuando Jesucristo empezó su caminar hacia la ciudad de Jerusalén: "tú ve y anuncia el reino de Dios”, les decía. Nosotros, todos los católicos, debemos tener conciencia de ser discípulos misioneros de Jesucristo, como nos lo han recordado los obispos que se reunieron en la ciudad de Aparecida, en Brasil.

     "La mies es mucha y los trabajadores son pocos”. Es mucho el trabajo que hacer en el mundo, para establecer o por lo menos para promover la paz, el amor, la justicia de Dios. Tan sólo en nuestra parroquia hay mucho que hacer: la evangelización de los niños, de los jóvenes, de las familias; el hacer llegar el evangelio de Jesús a los ambientes del trabajo, de la escuela, de la cultura, de la política. Cómo hay trabajo por hacer y qué pocos los trabajadores con que contamos. Hagamos labor de convencimiento, hagamos pastoral vocacional para que cada día sean más los católicos que se comprometan con la labor de la Iglesia, que es la misma labor de Jesucristo. Quisiéramos que nuestros católicos ya no se conformaran con las pocas o muchas prácticas piadosas en las que se han refugiado, que no se conformaran con ser solamente católicos de nombre. Los necesitamos, Cristo es el que los necesita, por eso los está llamando insistentemente para que sean sus discípulos y sus enviados, para que también ellos trabajen por la causa del reino de Dios.

     Este mundo de violencia, provocada por el egoísmo de los hombres, este mundo que sufre tanto por la miseria de la mayoría, este mundo que se nos está destruyendo en nuestras relaciones sociales y en nuestro entorno natural, es el que nos necesita. A este mundo Jesucristo nos envía a llevarle su buena noticia de que el reino de Dios es un mundo diferente al que estamos viviendo, un mundo de paz, de amor, de fraternidad, de justicia.

     La paz, la justicia, el amor son un don de Dios más que una consecución nuestra, un don inapreciable. Le llevamos la paz al mundo, no la nuestra sino la de Dios, la que se nos revela en Jesucristo, el cordero de la verdadera paz.

     Aquellos discípulos, tan limitados en su preparación y en sus capacidades personales, regresaron felices con Jesús porque hasta los demonios se les sometían en su nombre. También nuestros apóstoles parroquiales viven esa experiencia gozosa de transformar ambientes y personas por el testimonio de Jesús. ¿Hay otra alegría más grande en un enviado que ver que su misión obtiene logros?

     Pero Jesucristo añade todavía un motivo más grande para alegrarnos: nuestros nombres están escritos en los cielos.

  
 

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