Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
ATESORAR DE LO QUE VALE ANTE DIOS
Comentario al evangelio del domingo 18º ordinario, 4 de agosto del 2013
Lucas 12,13-21.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Continuando Jesús su camino hacia Jerusalén se encontró con este hombre y con este caso: "dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. La herencia de los padres es un problema que quizá se dé con cierta frecuencia entre nosotros: o un buen capital, o la casa de los papás cuando llegan a faltar, los muebles, el auto, a veces hasta cosas pequeñas. Jesucristo se niega a ser repartidor de herencias. Y de veras que es difícil. No es tan fácil como decir hagan partes iguales y repártanse. Pero no. Hay veces que alguno o algunos de los hijos cuidan de los padres en su vejez, y ahí no hay partes iguales. Se da también que alguno de los hijos ayuda más a los papás en su manutención y les procura cosas para su bienestar: ropa, alimentos. ¿Se podría hacer cuentas en eso? Es difícil por eso constituirse en repartidor de herencias.

     Poco a poco eso se está solucionando en la medida que nuestro sistema judicial y notarial está facilitando las cosas para que las personas, aún jóvenes elaboren y firmen su testamento. Se ahorran muchos conflictos.

     Hay veces que a uno se le antoja pensar que cada quien viva de su trabajo y que los bienes de quienes fallecen sean patrimonio de la comunidad (no de los políticos sino de la sociedad), especialmente para los más desamparados. Pero para eso, falta mucho. Porque también se da mucha injusticia en la manera en que legalmente se otorgan las herencias en nuestra legislación: se oye en las noticias que un millonario en dólares dejó su herencia a su perro. O un artista que deja sus regalías a quien no tiene ningún mérito en la confección de obras de arte.

     Bueno, pero Jesucristo no se detiene en esos pensamientos que son más bien de nosotros. A nuestro Señor lo que le preocupa, como siempre, es lo que hay en el corazón de las personas, ¿dónde está tu tesoro, en el afán de bienes materiales, en el afán de la buena vida o en los valores evangélicos?

     Qué bonita parábola y qué aguda nos ofrece hoy. La vida del hombre no depende de los bienes que posea. Convendría hacer aquí un repaso de las otras lecturas que nos ofrece hoy la Iglesia. Dice la primera, y es el comienzo de este libro que podría parecernos extraño si lo leyéramos todo (el libro del Eclesiastés): "Todas las cosas, absolutamente todas, son vana ilusión”. Se trata de un pensador muy religioso que invita a pensar a todas las gentes sobre el sentido de las cosas, de los placeres, de la vida en general. En el salmo hemos proclamado: "Nuestra vida es tan breve como un sueño; semejante a la hierba, que despunta y florece en la mañana y por la tarde se marchita y se seca. Enséñanos a ver lo que es la vida y seremos sensatos”. Y coincidentemente, también san Pablo abona en este tema: "Puesto que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra”.

     Jesucristo nos llama a que atesoremos de lo que vale ante Dios y no tanto riquezas o buena vida. Habría que preguntarnos: según Jesucristo, ¿cuáles son las cosas que valen ante Dios? No nos preguntemos cuáles son las cosas que nos parecen a nosotros que valen ante Dios, sino por lo que nos enseña Jesucristo a lo largo de los cuatro evangelios. Para los cristianos eso es lo que vale.

     Podríamos ver las bienaventuranzas según san Mateo y según san Lucas, o todo el sermón de la montaña en san Mateo o el sermón del llano en san Lucas. Nuestro Señor nos enseña a mirar y a valorar la vida con otra mirada. No es la riqueza sino la pobreza, la pobreza de espíritu; no el afán de bienes materiales sino de justicia, de bienes espirituales; no tanto buscar el dinero sino a Dios mismo. Es mejor buscar la paz, la paz para todos y la paz espiritual para uno. Es mejor disfrutar del fruto merecido por un buen trabajo que sacarse la lotería. Los valores espirituales son más valiosos que las riquezas… pero tristemente no muchos son los que los buscan. Hay quienes se afanan con muchas horas de trabajo remunerado, y en cambio, hay quienes dedican mucho tiempo a su apostolado, que en vez de ser remunerado hasta nos quita recursos. Y si nuestro mundo y nuestra sociedad está de cabeza con tanta violencia y tanto sufrimiento, no es ciertamente por causa de los valores espirituales, sino por el afán de riquezas. ¿No es cierto? ¿Por qué pues nos afanamos tanto por lo que nos está destruyendo? Es la enseñanza que sigue (en los versículos 22-34), el abandono en la providencia de Dios. Para los que nos consideramos cristianos Jesucristo es nuestra riqueza, nada se le compara ni de lejos.

 
 

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