Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
 
LA VIDA CRISTIANA ES UNA FIESTA
Comentario al evangelio del domingo 17 de enero de 2016
2º ordinario
Juan 2, 1-11.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Nuestro Señor Jesucristo era amigo de las fiestas, o mejor dicho, amigo y cercano al pueblo y a sus fiestas. Hoy nos lo presenta el evangelista san Juan en una fiesta de bodas, en calidad de invitado, no en calidad de oficiante. Jesucristo no era el sacerdote que se dedicaba a casar parejas. Los evangelios nos presentan así a Jesús, en medio del pueblo y de sus cosas. Así como participaba de sus enfermedades, de sus afanes, así también participaba de sus alegrías.

    Una fiesta de bodas tiene varios ingredientes: alegría, música, canto, comida, bebida, convivencia, fraternidad, pero sobre todo amor de dos personas que se unen. Casi todas nuestras canciones le cantan al amor, al amor de la pareja, al amor de los novios. Hay un libro en la Biblia que le canta al amor humano, el Cantar de los Cantares, ocho capítulos que todos deberíamos conocer, especialmente los enamorados. Ya se acerca el 14 de febrero que ilusiona a muchos. En el rancho, la boda era la fiesta esperada por todos, muchas veces más que la fiesta patronal. Era la fiesta gratuita, se sabía que venía el conjunto musical, que iba a haber bebidas, gritos y alegría (y a veces hasta pleitos, desgraciadamente).

     Entremos también nosotros a esta fiesta junto con Jesús. Una boda se celebraba en Caná, un pueblito pequeño al que ni siquiera hoy día se puede localizar. Seguramente se trataba de una boda pobre porque se les acabó el vino. Así sucede en estos niveles económicos, hay poco y pronto se acaba. Pero lo bueno es que ahí estaba un invitado muy especial sin que los novios y sus familias lo supieran. La iniciativa es de la madre de Jesús. Se preocupa por los pobres novios y acude a su hijo. Y Jesús realiza esta obra que tiene un profundo y grande significado. El evangelista san Juan no le llama milagros a las obras realizadas por Jesús, sino señales. Con esta palabra nos obliga a ir más allá de las cosas que ven nuestros ojos a simple vista. Nosotros podemos ver esta obra como si fuera un acto de magia, o un acto de poder sobrehumano, transformar el agua en vino, como convertir unas piedras en panes, como se lo pedía el diablo a Jesús, o como el rey Midas, de la mitología griega, que todo lo que tocaba se convertía en oro. Pero esta señal de Jesús es muchísimo más que un prodigio sobrehumano. ¿Qué nos revela Dios en esta señal?

     Esta señal nos habla de la abundancia de la salvación. Dios no se poquitea ante nosotros. Seguramente nos parecen a nosotros exagerados los 600 litros de vino (3 tanques de 200 litros, para que nos demos una idea) para una fiesta de un pueblo pequeño. Así es la salvación de Dios.

     Esta señal nos habla de la gratuidad de Dios que se va a manifestar paso a paso, a lo largo del evangelio, en Jesús. Este invitado fue como el gran padrino que provee del ingrediente principal para una fiesta de aquellos tiempos. Jesucristo en persona es también el regalo de Dios Padre para que todos entren en la fiesta de su reino.

     Esta señal nos habla de que la fiesta de Dios es la salvación de toda la humanidad, y que así debemos vivir los cristianos nuestra fe, como la fiesta de las bodas del Cordero. Las tristezas, las depresiones, las angustias y ansiedades, las preocupaciones de la vida, etc., no pueden ser la marca dominante de nuestra vida. La alegría es la nota que caracteriza nuestra fe.

     Debemos preguntarnos a nivel personal y eclesial: ¿es nuestra vida cristiana y nuestra vida de Iglesia una fiesta para este pobre mundo? ¿No seremos al contrario aguafiestas con nuestra moralidad estrecha y nuestra religiosidad tan aburrida? Veamos por ejemplo nuestras misas: hay algo, o varias cosas que nos detienen para que sean verdaderamente fiestas, no precisamente mundanas sino fiestas de fraternidad y de convivencia, donde se comparta la alegría y la vida, la fe y la esperanza, también nuestras tristezas y dolores cuando hace falta, y junto con esto, la fuerza de Dios en nosotros. La Misa es un sacramento, pero celebrado con oraciones repetitivas y ritos con muy escasa participación de la mayoría de los asistentes.
       
 

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