Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
ESCUCHEMOS AL HIJO DE DIOS, AUNQUE SEA UN RECHAZADO
Comentario al evangelio del domingo 21 de febrero de 2016
2º cuaresma
Lucas 9,28-36.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     El segundo domingo de cuaresma proclamamos cada año este pasaje llamado la transfiguración del Señor. Un año lo leemos en san Mateo, al año siguiente en san Marcos, y al siguiente en san Lucas. San Juan no trae este pasaje. Así les damos vuelta cada tres años. Conviene que los repasen ustedes para que se fijen en los detalles propios de cada evangelista. San Lucas, por ejemplo, puntualiza que este acontecimiento se dio en ambiente de oración; también nos ofrece el contenido de la conversación de aquellos dos personajes (o partes de la Biblia) con Jesús.
 
     San Lucas nos cuenta previamente, en unos versículos que no se leen este domingo, que Jesucristo les preguntó a sus discípulos acerca de su identidad: ¿quién dice la gente que soy yo? ¿Quién dicen ustedes que soy yo? Es Jesucristo mismo el que responde a estas preguntas de dos maneras: una es revelándoles verbalmente su pasión, muerte y resurrección que tienen que suceder en Jerusalén. Les dijo: "El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día. Decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”.
 
     La segunda manera como responde a la pregunta sobre su identidad es este pasaje de la transfiguración. Es una respuesta no verbal sino cargada de símbolos. No es él el que toma la palabra sino el Padre, mediante su voz venida desde las nubes.
 
     Jesucristo, pues, subió al monte con tres de sus discípulos para hacer oración. La oración de Jesús es tan intensa y tan profunda que su rostro se transforma, se vuelve brillante, y sus ropas también resplandecen de gloria. La oración de Jesús es también fuertemente bíblica, porque los dos personajes que se presentan en ese momento son Moisés y Elías, dos representantes del antiguo testamento: la ley y los profetas. ¿De qué hablan la ley y los profetas? Conversan con Jesús acerca de su partida, es decir, de su muerte que le espera en Jerusalén. Ya resucitado recordemos que a dos de sus discípulos los catequizaba de igual manera camino de Emaús: "¡Qué insensatos y tardos de corazón son ustedes para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras” (Lucas 24,25-27).
 
     Tomemos nosotros estos elementos para nuestra oración cristiana: tiene que ser una oración bien fundamentada en la sagrada Escritura, no subjetivista, no sólo del momento, sino dentro de los planes de salvación de Dios; una oración de contemplación, más que una oración de rezos y palabras, una oración de escucha de la voz del Padre, una oración en la que el personaje central es Jesucristo, al que debemos escuchar y seguir. Es el Padre en persona el que nos indica que debemos escuchar a su Hijo, a su escogido, aún cuando lo veamos rechazado por los hombres y crucificado. No nos vayamos por la propuesta de Pedro de hacer tres chozas, una para cada personaje, como si la ley de Moisés y los anuncios de los profetas estuvieran al mismo nivel de la Palabra y de la Persona de Jesucristo. No. La voz que viene del cielo sólo se refiere al Hijo. Nosotros leemos el antiguo testamento y el resto del nuevo testamento a la luz de los santos evangelios, más aún, a la luz de la persona entera de Jesucristo. Y no se diga las enseñanzas y las prácticas de la Iglesia, las filtramos a la luz del Evangelio de Jesucristo, la Palabra del Padre hecha carne; a la luz de su pascua que se cumplió en Jerusalén.
 
     Por esa razón insistimos tanto a nuestros católicos que nos pongamos a estudiar los santos evangelios. El Papa Francisco nos invita continuamente: "Y les recuerdo también ese consejo que muchas veces les he dado: todos los días leamos un párrafo del Evangelio, para conocerlo mejor a Jesús, para abrir enteramente nuestro corazón a Jesús y así lo podremos hacer conocer mejor a los otros. También llevar un pequeño evangelio en el bolsillo o en la cartera nos hará bien. No se olviden, cada día leamos un párrafo del Evangelio” (3 Enero 2016).
 

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