JESÚS NOS LLAMA A SER FELICES
Comentario al evangelio del domingo 29 de enero de
2017
4º ordinario
Mateo 5,1-12.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
El domingo pasado contemplamos el comienzo del
ministerio de Jesús: una luz resplandeciente para el pueblo galileo, y para
todos los pueblos que viven en tinieblas y sombras de muerte. No se hizo Jesús
de ángeles para que le ayudaran a evangelizar y a salvar a las gentes. Como lo
vimos el domingo pasado, él llamó a galileos en su seguimiento, para hacer con
ellos un equipo que trabajara por la salvación de todos. Y así comienza su
enseñanza, subiendo a un monte, donde se le acercan sus discípulos, donde se le
aglomera la multitud, algo parecido a la imagen de Moisés, que subió al monte
Sinaí para hablar con Dios y bajar para hacerle llegar al pueblo la Palabra de
Dios. Pero si en el AT Moisés le dio al pueblo mandamientos en tono imperativo
y sobre todo prohibitivo, en el NT Jesús nos da unas enseñanzas que no parecen
mandamientos imperativos, sino atractivos, convincentes, profundamente sabios, aunque
nos parezcan, en una mirada superficial, desconcertantes.
Las llamamos bienaventuranzas, felicidades o
dichas. No podía decirlo Jesús de mejor manera. Hubiera podido amenazarnos con
el infierno: ‘si no se hacen pobres como Dios lo quiere, se van a ir al castigo
eterno, si no luchan por la paz, si no se vuelven misericordiosos’. De hecho
así son las cosas: si no trabajamos por la paz y la justicia, por la
misericordia, estaremos haciendo de esta tierra un infierno. Pero lo que Jesús
nos dice no es menos verdad sino todo lo contrario: ¿quieres ser feliz tú y
todo tu mundo? Háganse pobres en el espíritu, háganse humildes, misericordiosos,
pacíficos, etc.
Se antoja comentar brevemente cada una de las nueve
bienaventuranzas, pero casi siempre se queda uno en la primera, porque es la
que engloba a todas las demás. No se nos olvide, para nuestro conocimiento de
los santos evangelios, que san Lucas nos ofrece también una lista de
bienaventuranzas de Jesús, y las acompaña con las malaventuranzas, en el capítulo
6.
"Dichosos
los pobres en el espíritu”.
¿Quiénes son ellos? En san Lucas se refiere a los pobres a secas, y entendemos
que son los pobres económicamente, y en consecuencia en los demás aspectos.
Aunque diversa, también la bienaventuranza como nos la expresa san Lucas, es
una verdadera bienaventuranza de Jesús, y complementaria como nos la transmite
san Mateo. Los pobres en el espíritu son aquellos que asumen la pobreza de los
pobres de este mundo, por el espíritu de Jesús, son los que se hacen solidarios
de su causa, de sus angustias, de su liberación. Este llamado nos hace Dios en
el libro de Sofonías, primera lectura, y también por medio de san Pablo en la
primera carta a los corintios, segunda lectura de hoy: "Dios ha elegido a los ignorantes de este mundo, para humillar a los
sabios; a los débiles del mundo, para avergonzar a los fuertes; a los
insignificantes y despreciados del mundo, es decir, a los que no valen nada”.
Los cristianos dejan a un lado sus aspiraciones
de riqueza y de poder para estar al lado de los pobres. ¿Sólo porque lo ordena
Dios? Dios no es un ser autoritario que nos mande ser pobres nomás por hacernos sufrir. No. Su sabiduría nos enseña que si los pobres no son
atendidos de un modo integral y liberador, este mundo no alcanza la plena
felicidad, ni unos ni otros. ¿Qué fue lo que hizo Jesús al venir al mundo? Dice
san Pablo: "Nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por ustedes
se hizo pobre a fin de que se enriquecieran con su pobreza” (2 Corintios 8,9).
Y éste es el camino de la felicidad para todo nuestro mundo. Como humanidad nos
hemos dejado engañar: la felicidad no está en la riqueza, el poder, la
comodidad, la diversión. En el fondo de todo esto está el egoísmo, y un mundo
egoísta se pierde.
No es fácil aceptar o
vivir la felicidad cuando uno es perseguido, injuriado, calumniado. Jesucristo nos
dice para mayúscula sorpresa nuestra: "alégrense
y salten de contento”. ¿Alguno de nosotros ha experimentado la felicidad en
una situación de éstas? El día que lo experimentemos, entonces ya nada nos
podrá hacer infelices, porque la felicidad de Jesús habrá echado raíces en el
fondo de nuestro ser.
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